Antes de marcharse, María le lanza una advertencia a Pelayo. Con una sonrisa irónica, lo llama “bienvenido al avispero de la reina”, insinuando que no tiene idea de en qué se ha metido. Sus palabras lo dejan desconcertado por un momento, pero Marta rápidamente le dice que no le preste atención.
Pelayo, dejando a un lado el comentario de María, se centra en Marta y le pregunta cómo está. Ella lucha por explicarlo. Se siente perdida, incapaz de concentrarse. A veces intenta ocuparse de ciertas responsabilidades, pero su mente no funciona bien. Cuando intenta descansar, termina deambulando sin rumbo por la casa, sin encontrar paz.
Intentando animarla, Pelayo sugiere salir a dar un paseo o almorzar en el centro, pero Marta rechaza la idea. Prefiere quedarse en casa. Pelayo, con una media sonrisa, señala que quiere quedarse para ver a Fina. Marta no lo niega y simplemente responde: “Podría ser, ¿por qué no?”
Pelayo insiste, dejando claro que sabe lo que realmente está pasando. Marta, ya tensa, le advierte que deje el tema. Si sigue insistiendo, esto se convertirá en un problema entre ellos. Le recuerda que su matrimonio nunca fue por amor, sino para que ambos pudieran vivir sus vidas libremente.
Pelayo lo acepta, pero le recuerda que acaban de casarse. Esta es su realidad ahora. Marta, frustrada, sugiere que él se está metiendo demasiado en el papel. Pero Pelayo insiste en que deben hacer que su matrimonio parezca creíble, o la gente empezará a hacer preguntas.
Marta, agotada y sin paciencia para esta conversación, le pregunta qué más espera de ella. Pelayo se suaviza y le dice que not le está pidiendo que actúe, solo quiere estar ahí para ella, como un amigo. Quiere cuidarla, aunque sea solo por unas horas. Marta, reconociendo su buena intención, se disculpa. Luego toma su teléfono y hace una llamada, dando por finalizada la conversación.