En La Promesa, un momento de alto voltaje emocional sacude los cimientos del palacio cuando Adriano regresa inesperadamente y enfrenta la mayor revelación de su vida: los bebés de Catalina podrían ser suyos… o al menos, eso es lo que él cree.
El capítulo se abre en un ambiente tenso y cargado de presagios oscuros. Catalina, aún debilitada tras un parto complicado, lucha por recuperarse mientras su hermano Manuel y los sirvientes mantienen una vigilancia estricta. La habitación en la que reposa está protegida casi como una fortaleza, y por una buena razón: Curro ha advertido que el peligro puede estar al acecho. Jana murió en circunstancias misteriosas, y nadie quiere que Catalina sufra el mismo destino.
En paralelo, Petra y Leocadia conspiran en las sombras. Petra informa que Manuel no se aparta ni un segundo de su hermana y que cualquier intento de acercamiento externo ha sido frustrado. Leocadia, en su acostumbrado tono frío y calculador, planea interferir personalmente, aunque solo sea durante unos minutos, para ejecutar lo que parece ser un nuevo intento de sabotaje.
La noche cae sobre el palacio y todo parece latir al ritmo de una cuenta regresiva. En ese preciso instante, Romulo, el mayordomo, se presenta ante Manuel con una noticia inesperada: hay alguien que quiere ver a Catalina. El nombre que pronuncia lo cambia todo: Adriano.
El regreso de Adriano no es solo inesperado, es explosivo. Manuel, con el rostro endurecido por la tensión y la desconfianza, lo deja pasar únicamente con la condición de que su visita sea breve. Adriano, con el alma desgarrada, entra a la habitación de Catalina y se detiene al ver las dos pequeñas cunas. La emoción lo sobrepasa. Cree reconocer algo en los bebés, un lazo invisible que lo atraviesa por completo. Catalina, débil pero lúcida, lo llama por su nombre. Él se le acerca con una mezcla de esperanza y desesperación. Pero la verdad no tarda en golpearlo como una daga al corazón.
—“No son tuyos”, murmura Catalina con voz entrecortada pero firme.
El silencio que sigue es demoledor. Adriano se queda congelado, sin poder creer lo que escucha. La realidad lo envuelve en una sensación de vacío absoluto. Queriendo hacer lo correcto, le dice que aceptará su decisión… pero antes de marcharse, deja sobre la mesa un frasco de ámbar, enviado supuestamente por Leocadia como un calmante. Catalina, al ver el frasco, presiente algo oscuro. Esa no es solo una medicina, es un símbolo de traición camuflada.
Pero el golpe más brutal no es solo la negación de paternidad. Es la confesión de Catalina que, aún entre lágrimas, admite que ocultó la verdad para proteger a sus hijos… aunque el verdadero padre permanece en silencio. La herida que deja esa confesión no solo afecta a Adriano, sino que también alimenta el fuego de la conspiración que Leocadia ha estado tejiendo en las sombras.
Lejos de sentirse derrotada por el giro de los acontecimientos, Leocadia se fortalece. En la intimidad de su salón privado, frente a un espejo ornamentado, razona fríamente sus próximos movimientos. Si Adriano ya no es el padre, entonces la línea de sangre que tanto temía se rompe. Pero si él cree que lo es, aún puede ser manipulado. Para Leocadia, todo es un juego de poder, y la verdad es solo una pieza más en su tablero de control.
Mientras tanto, la tensión entre los hermanos Manuel y Catalina escala. Él la confronta, incapaz de entender por qué permitió que el engaño durara tanto. Ella, rota por dentro, le responde con sinceridad y resignación: no quiso que nadie más sufriera como ella. El peso de la maternidad, la mentira y la supervivencia la han dejado exhausta, pero no derrotada.
Adriano, por su parte, abandona el palacio como un fantasma. Ha venido en busca de redención, pero se va con el corazón roto y un frasco en la mano que podría tener consecuencias fatales.
En este nuevo capítulo de La Promesa, la verdad no solo hiere: destruye. Los lazos familiares se tensan, las traiciones afloran, y la línea entre el amor y la manipulación se vuelve cada vez más difusa. Adriano creía que podía recuperar lo perdido, pero Catalina, con la voz temblorosa y los ojos inundados de lágrimas, ha dejado claro que la maternidad, la lealtad y la verdad pueden ser caminos incompatibles cuando el pasado acecha desde cada rincón del palacio.
Y mientras el frasco ámbar sigue reposando junto a la cama, brillando a la luz de las velas, un nuevo peligro crece en la oscuridad… porque en La Promesa, el amor nunca llega sin un precio, y las revelaciones solo anuncian que lo peor está por comenzar.