El capítulo 577 de La Promesa se sumerge en una tormenta de tensión y misterio cuando el nombre de Ana comienza a resonar en los pasillos del palacio, no por actos bondadosos, sino por una acusación que sacude los cimientos de la mansión: ¿ha secuestrado al pequeño Dieguito?
Mientras Catalina lucha por sobrevivir a una cesárea de alto riesgo, todos en La Promesa se encuentran atrapados en un limbo angustiante. La espera del doctor Ferrer se hace eterna. El silencio que inunda desde los pasillos nobles hasta las cocinas parece presagiar lo peor. Las miradas se cruzan cargadas de temor contenido. Pero lo más inquietante no es solo la posibilidad de una tragedia médica… sino una sospecha que se extiende como veneno: la desaparición de un bebé y la posible implicación de Ana.
En medio de ese ambiente cargado, Ricardo, visiblemente afectado, se desahoga con Rómulo. Ambos comparten su preocupación por la evolución de Ana, quien, tras un aparente cambio de actitud, ha despertado más dudas que simpatías. Ricardo confiesa sus sospechas: “¿Y si Ana solo está fingiendo? ¿Y si su dulzura reciente no es más que una cortina para encubrir algo oscuro?”. Rómulo, fiel pero cauteloso, le recuerda que las personas pueden cambiar… aunque no siempre lo hacen por buenas razones.
Mientras tanto, el personal de servicio no puede evitar murmurar: Ana fue la última en ver a Dieguito, y ahora el bebé ha desaparecido sin dejar rastro. Hay quienes dicen haberla visto rondando su habitación, otros aseguran que escucharon pasos furtivos en la madrugada y hasta se comenta que salió al jardín con un bulto cubierto por mantas. Las versiones se multiplican, la tensión crece… y Ana se convierte en el blanco de todas las miradas.
En las cocinas, María Fernández, intentando aportar algo de luz entre tanta sombra, se detiene para agradecer a sus compañeras. Les recuerda que en sus peores momentos, ellas la protegieron sin pedir nada a cambio. Su mensaje de gratitud logra por un instante unirlas en solidaridad, pero ni eso puede disipar el miedo: el bebé sigue desaparecido y nadie puede asegurar quién dice la verdad.
Por otro lado, en un rincón más apartado del palacio, Curro y Pía continúan con su peligrosa investigación sobre la muerte de Jana. La teoría del envenenamiento se fortalece, pero siguen sin pruebas concretas. “Todo son rumores”, lamenta Pía. Pero ambos saben que si alguien en la casa ha matado una vez, podría hacerlo de nuevo. ¿Y si la desaparición de Dieguito es parte de la misma conspiración?
Ricardo, incapaz de contener más la incertidumbre, decide confrontar directamente a Ana. La encuentra en el invernadero, aparentemente calmada, acariciando las hojas de una planta. Pero en su semblante hay algo que no encaja. “¿Has venido a acusarme?”, pregunta ella con una mezcla de rabia y tristeza. Ricardo le dice que necesita respuestas. Ana insiste en su inocencia: “No he tocado al niño. Lo vi hace días, dormía. Nada más”.
Él la observa en silencio, dividido entre la lógica que lo impulsa a desconfiar y un resquicio de fe que aún lucha por creer en una redención. Sin pruebas, no puede condenarla… pero tampoco puede absolverla.
En los pasillos, la sospecha se vuelve un rumor tóxico que impregna cada conversación. El personal camina con cuidado, temiendo decir lo incorrecto o simplemente estar en el lugar equivocado. Todos murmuran. Todos especulan. Todos temen.
En la planta noble, la doncella Matilde interroga a una niñera sobre el último día que vio al bebé. La joven, nerviosa, relata que Dieguito lloraba desconsoladamente, pero luego, tras dejarlo solo para buscar ayuda, fue hallado profundamente dormido. Esa calma repentina no parece natural. ¿Pudo haber sido sedado? ¿Fue en ese instante cuando se consumó el rapto?
La idea de que el bebé haya sido sacado del palacio en medio de la noche toma fuerza. ¿Y si Ana no fue la responsable? ¿Y si alguien está usando su reputación para desviar la atención?
La tensión es máxima. Nadie sabe quién miente, quién oculta, quién manipula. Y en medio de todo, el dolor por Catalina y la incertidumbre por su bebé aún no desaparecen.
El episodio 577 se perfila como uno de los más determinantes de La Promesa. Entre lágrimas, acusaciones, alianzas inesperadas y verdades que aún no se atreven a salir a la luz, el destino de Ana, Dieguito, y quizá el de toda la familia Luján, está por cambiar para siempre.
¿Secuestró Ana al bebé? ¿O alguien más está moviendo los hilos desde las sombras?
La Promesa no perdona. Y el palacio jamás olvida.