La semana del 14 al 16 de abril en La Promesa marca un antes y un después para la familia Luján, especialmente para Catalina, quien atraviesa el momento más decisivo y emotivo de su vida. Todo comienza con el desenlace de su parto, que se había iniciado en condiciones muy precarias, en medio del campo, donde el dolor y el miedo se apoderaron de ella. Agotada y al límite de sus fuerzas, es llevada de urgencia al palacio por Adriano, quien, visiblemente preocupado, no se separa de ella ni un segundo, aunque se le impida permanecer a su lado durante la intervención médica.
El viaje hacia el palacio está cargado de tensión y esperanza. Catalina apenas puede mantenerse consciente, pero su único pensamiento es proteger a su bebé. La conexión emocional entre ella y Adriano se hace más evidente que nunca, y aunque las palabras son escasas, sus miradas lo dicen todo. Adriano, sin poder actuar, decide mantenerse firme, esperando con fe que tanto Catalina como sus hijos salgan adelante.
Una vez dentro del palacio, el doctor Ferrer toma el mando de la situación. Constata que, aunque el primer hijo ha nacido sin complicaciones, el segundo presenta serias dificultades: su posición es incorrecta, y un parto natural pondría en grave riesgo la vida de la madre. Sin más opciones, se decide por una cesárea de urgencia. Esta noticia paraliza a todos en el palacio. Las paredes parecen contener la respiración mientras se desarrolla una operación delicada que puede cambiarlo todo.
Durante esos momentos de incertidumbre, el ambiente en La Promesa se vuelve más denso. Los criados, en especial Simona, Petra, Lope y Martina, se aferran a la fe y la esperanza, rezando por la salud de Catalina. Mientras tanto, Alonso, sintiéndose impotente, intenta mantener la calma, sabiendo que cualquier desenlace es posible. Adriano, consumido por la ansiedad, se ve obligado a esperar noticias desde el pasillo, enfrentando una de las pruebas más duras de su vida.
Finalmente, tras una eternidad de espera, el doctor Ferrer aparece. Su rostro, marcado por el cansancio, muestra una luz de esperanza: el segundo bebé también ha nacido sano. La emoción desborda a todos. Un suspiro colectivo de alivio se escucha en cada rincón del palacio. Las lágrimas fluyen, esta vez no de dolor ni de angustia, sino de pura felicidad.
Adriano, sin poder contener su emoción, corre a conocer a sus hijos. El momento en que los toma en brazos por primera vez es profundamente conmovedor. En sus ojos se refleja una mezcla de incredulidad, amor y orgullo. La admiración por Catalina crece, reconociendo en ella una fortaleza que lo deja sin palabras. Aunque aún convaleciente, Catalina se muestra serena al ver que sus hijos están sanos. Es un momento de plenitud que parecía imposible apenas horas antes.
Pero este nacimiento trae algo más que nuevas vidas: representa una segunda oportunidad para Catalina y Adriano. En un acto de valentía emocional, Catalina decide dejar de lado el orgullo, los secretos y los miedos que la han acompañado durante tanto tiempo. Conmovida por todo lo vivido y el renacimiento de su familia, le confiesa a Adriano toda la verdad. Es una revelación largamente esperada, que cambia por completo el rumbo de su relación.
Adriano, aunque impactado, no reacciona con reproches ni distanciamiento. Muy por el contrario, escucha a Catalina con atención, dejando que sus sentimientos hablen por él. Y en ese momento, se da cuenta de que su corazón nunca dejó de pertenecerle. El pasado queda atrás. Ahora, con sus hijos en brazos y una nueva sinceridad entre ellos, los Luján comienzan un nuevo capítulo lleno de esperanza.
Mientras el foco principal está en el nacimiento de los bebés y la reconciliación de Catalina y Adriano, otros acontecimientos importantes se desarrollan en paralelo dentro del palacio.
La inesperada vuelta de Antoñito al refugio llena de alivio a su madre, Simona, quien llevaba días sumida en la angustia por su desaparición. El reencuentro, sin embargo, no es del todo dulce. Antoñito aún carga con resentimientos y heridas abiertas que dificultan el acercamiento emocional. Sus palabras y actitudes reflejan el conflicto interno que lo consume. Su regreso es solo el inicio de un proceso de sanación que promete ser largo y complicado.
El padre Samuel, al ver el distanciamiento entre madre e hijo, intenta intervenir con sensibilidad, buscando tender puentes a través del diálogo. Pero no todos valoran sus intenciones. Petra, en particular, percibe en el sacerdote una amenaza para su influencia dentro del palacio. La tensión entre ambos empieza a crecer, y Petra ve en cada gesto de Samuel una jugada que podría debilitar su autoridad.
Al mismo tiempo, Rómulo comienza a prestar especial atención a ciertos comportamientos extraños dentro de la casa. La aparente transformación de Ana, que intenta mostrarse más cercana y empática, no termina de convencer ni a él ni a Teresa. Ambas figuras empiezan a sospechar que Ana podría estar ocultando algo mucho más oscuro, incluso llegando a considerar que podría haber estado involucrada en la desaparición de Dieguito. La atmósfera se llena de preguntas sin respuesta, y la tensión va en aumento.
Por su parte, Curro y Pía, empujados por la necesidad de descubrir la verdad sobre la muerte de Jana, siguen adelante con su investigación, a pesar de los riesgos. Salen en secreto del palacio en busca de una figura clave que podría tener la información que necesitan. Sin embargo, el hombre con el que se encuentran se muestra evasivo, como si alguien le hubiese advertido que no hable. A pesar de este obstáculo, ambos se niegan a rendirse. La verdad está cerca, y no pararán hasta obtener justicia.
Finalmente, María Fernández, aún recuperándose de su reciente enfermedad, expresa su gratitud a las amigas que no la abandonaron en su momento más frágil. En particular, reconoce la importancia del padre Samuel, quien asumió responsabilidades y mostró lealtad absoluta en medio del caos. Estas palabras refuerzan la imagen del sacerdote como un pilar en La Promesa, aunque las tensiones con otros personajes sigan creciendo.
En resumen, estos días en La Promesa nos regalan momentos de profunda emoción, reconciliaciones largamente esperadas y la promesa de nuevos comienzos. El nacimiento de los hijos de Catalina no solo representa la llegada de nuevas vidas, sino también la posibilidad de reconstruir la familia Luján sobre bases más sinceras, fuertes y esperanzadoras.