La muerte de Jana Expósito ha dejado un vacío imposible de llenar en La Promesa. Nadie estaba preparado para un golpe tan duro. Ni Manuel, su esposo y compañero de sueños, ni María Fernández, su amiga del alma, que la consideraba una hermana. La tragedia ha arrasado como un vendaval los corazones de quienes más la querían. Y sin embargo, como decía Jana en vida, “las heridas del cuerpo las cura el tiempo, pero las del alma solo el amor”. Hoy esa frase resuena como un eco desgarrador… y quizás profético.
Desde la pérdida, Manuel está completamente deshecho. Sus días son grises, su mirada apagada. El dolor de haber perdido al amor de su vida –y al hijo que esperaba junto a ella– lo ha sumido en una oscuridad profunda. Ni siquiera tras la muerte de Jimena de los Infantes sufrió de este modo. Aquello fue confusión, traición, una liberación amarga. Pero lo de Jana es diferente. Fue amor real. Esperanza. Futuro. Y ese futuro ya no existe.
¿Quién puede sostener a Manuel ahora que todo se ha derrumbado? La respuesta parece estar en la misma persona que también está rota: María Fernández.
Ella, la leal, la valiente, la generosa. María ha sido el refugio de Manuel desde el primer momento de la tragedia. Le ha hablado con ternura, le ha recordado a Jana, le ha acompañado en silencio. Pero también ha sentido cómo en ese dolor compartido comenzaba a latir otra cosa: un afecto nuevo, más profundo, más íntimo.
Y como si eso no bastara, un tercer nombre aparece en escena: el padre Samuel. El joven párroco que llegó a La Promesa para servir a los necesitados, pero que acabó cayendo sin remedio en el amor. Un amor puro, contenido, imposible… por María.
Samuel, quien ya quiso irse para no caer en tentación, ha sido el principal apoyo de María en su duelo. Desde que ella le rogó que no la abandonara tras la muerte de Jana, él ha permanecido a su lado. La ha cuidado, protegido y escuchado. Y aunque nunca lo haya dicho con palabras, todos ven que está enamorado de ella. Su devoción no es solo religiosa, es humana. Y su lucha interna se vuelve cada día más difícil de sostener.
¿Puede un hombre de fe renunciar a su vocación por amor? Esa es la gran pregunta que sobrevuelan los pasillos del palacio. Porque Samuel parece más cerca que nunca de tener que decidir. Y no sería extraño imaginarle fuera de los hábitos, construyendo una vida junto a María dedicada a ayudar a los demás. Ella, por su parte, no es indiferente. Sabe lo que él siente. Y lo aprecia. Pero… ¿le ama?
Mientras tanto, Manuel continúa hundido. Pero hay gestos. Miradas. Momentos que demuestran que María es su ancla, su único respiro. Y muchos se preguntan: ¿no es este el inicio de algo nuevo? ¿No fue así también con Dolores y el marqués Alonso cuando ambos perdieron a sus parejas y se unieron en el dolor?
Más aún, los espectadores recordarán aquel episodio onírico, en el que los roles del servicio y la nobleza se invertían. Allí, María era hija del marqués Rómulo, y Manuel, un simple lacayo. ¿Qué pasó en aquel sueño? Se enamoraron. Se besaron. Vivieron una historia imposible… pero hermosa. ¿Fue una simple fantasía? ¿O una pista sutil del destino que los guionistas nos lanzaban entonces?
Ahora, ese sueño cobra fuerza. Porque lo que parecía imposible comienza a perfilarse como una opción real. María y Manuel están heridos, pero el uno puede sanar al otro. Tienen algo que los une más allá del pasado: la ausencia de Jana, sí, pero también el respeto, la complicidad, la ternura.
Por supuesto, esta posible relación no está exenta de controversia. Muchos fans están divididos. Para algunos, la historia de Jana y Manuel era el corazón de la serie, y cualquier otro intento de amor es una traición. Para otros, la vida sigue –también en la ficción– y merece explorar nuevas emociones. ¿Se puede volver a amar después de perderlo todo?
Y mientras Manuel comienza a mirar a María con otros ojos, Samuel lucha con su fe. Está claro que los tres están en una encrucijada. Ninguno eligió estar donde está, pero los sentimientos no entienden de tiempos ni de reglas. María es ahora el centro de dos amores: uno prohibido, y otro nacido del dolor.
¿Será capaz Samuel de renunciar a su vocación por ella? ¿O tomará María finalmente la mano de Manuel, y ambos construirán desde la pérdida un nuevo comienzo?
En los próximos capítulos de La Promesa, esta trama promete convertirse en el eje emocional de la serie. Porque ya no solo se trata de los títulos nobiliarios, ni del pasado, ni de los secretos del palacio. Se trata de tres almas rotas buscando redención.
Y como bien decía Jana, “las heridas del alma solo las cura el amor”. Quizá, al final, ese sea el único final feliz posible.