Esta noche en La Promessa, una revelación estremecedora cambiará para siempre el equilibrio en el palacio. Uno de los personajes más cercanos y familiares romperá el silencio con una verdad que nadie esperaba, y su identidad no será revelada hasta el último momento.

Después de una conversación intensa con Rufino, Tia regresa apresurada al palacio. Su rostro muestra una mezcla de miedo y determinación. Sin perder tiempo, se dirige a la cocina, donde encuentra a Curro solo. La tensión en el ambiente es palpable, el silencio parece presagiar un destino inevitable.

“Esta noche se sabrá toda la verdad”, dice Tia con frialdad. “Y los culpables de lo que le hicieron a Giana pagarán.” Curro la observa, alarmado. “¿Hablas en serio? ¿Vas a revelar lo de Giana?”, pregunta, y Tia asiente lentamente. Le advierte que será un golpe duro, pero necesario. Curro, visiblemente angustiado, duda del momento elegido. Pero Tia insiste: no hay más tiempo que perder, es ahora o nunca.

Le confiesa que Rufino aceptó hablar… pero también insinúa algo más perturbador: cree que él mismo estuvo implicado en el atentado contra Giana. Ha identificado rastros de su “firma” en las sustancias administradas. Curro, furioso, exige que sea arrestado de inmediato. Pero Tia le aclara que aún no: su testimonio puede ser la clave para desenmascarar a alguien más, alguien que sigue entre ellos.

Le pide a Curro que organice una cena formal esa misma noche, con todos los residentes, sirvientes e invitados presentes. Curro, sorprendido, duda al principio. Pero Tia le asegura que todo está calculado y que él será crucial para el éxito del plan. Lo que está por ocurrir pondrá fin a las mentiras… y comenzará el camino hacia la justicia.

Mientras Tia se retira, decidida, Curro empieza los preparativos con el corazón apesadumbrado. Pronto, los corredores del palacio se llenan de rumores: nadie entiende por qué se ha convocado una cena tan repentina. Cada rincón parece impregnado de una tensión inexplicable, como si el propio palacio sintiera lo que está por suceder.

Curro se dirige a la biblioteca, donde encuentra a Manuel revisando documentos. Le pide que prepare todo para una cena esa noche. Manuel, incrédulo, pregunta por qué. Curro evita responder directamente, pidiendo confianza y asegurando que todo cambiará esa misma noche.

A medida que cae la noche, las invitaciones son enviadas. Nadie sabe lo que va a ocurrir, pero todos sienten que algo importante se avecina. En el gran comedor, la mesa está impecablemente dispuesta. Uno a uno, los miembros de la familia y el personal se van acomodando. Leocadia llega con cautela, intercambia unas palabras con Petra, que no oculta su incomodidad: ni siquiera la cocina sabe el motivo de la cena.

Lorenzo se une poco después, inquieto por la situación. Sospecha que se trata de una trampa. Nadie tiene respuestas claras. A medida que los platos son servidos, el silencio se vuelve incómodo. Alonso rompe la tensión y le exige a Manuel una explicación.

En ese momento, Rufino aparece en la puerta, pálido, acompañado por el sargento Burdina. La cena se detiene. Burdina, con tono autoritario, anuncia que esa noche se revelará una verdad importante… pero no todos saldrán indemnes.

Rufino, temblando, se presenta: es un experto en mezclas clínicas, contratado meses atrás para proporcionar una sustancia específica a la persona que trataba a Giana. Ante el asombro general, confiesa que la sustancia no formaba parte de ningún tratamiento médico y sabía que podía causar colapso respiratorio. Lo hizo porque recibió instrucciones claras… de Lorenzo Dell’Amata.

La sala estalla en murmullos y consternación. Lorenzo, fuera de sí, niega todo, acusa a Rufino de mentir. Pero Rufino se mantiene firme: le pagaron, le dieron instrucciones, y ahora su conciencia no le permite callar más. Burdina confirma que las pruebas son concluyentes: hay registros, dinero, muestras y documentos que lo incriminan.

Cuando Burdina coloca las esposas a Lorenzo, el escándalo alcanza su clímax. Leocadia se levanta conmocionada, Petra queda paralizada. Lorenzo grita que todo es un complot, pero es llevado detenido. Rufino, que esperaba inmunidad, también es arrestado, aunque Burdina promete que será protegido mientras continúa la investigación.

El silencio es sepulcral. Curro baja la cabeza con lágrimas en los ojos. Tia, que ha observado todo a la distancia, respira profundamente. Ha comenzado la caída de los culpables.

Burdina advierte que esto es solo el inicio: podrían salir más nombres a la luz. Lorenzo, entre gritos de venganza, desaparece entre los pasillos del palacio.

Cuando todo termina, Alonso se pone de pie y jura descubrir quién más estuvo implicado. La “última cena de las mentiras” ha concluido. Pero ahora empieza la larga noche de la verdad.