El capítulo 310 de Sueños de Libertad nos sumerge en una encrucijada tan tensa como desgarradora, donde las decisiones de una sola persona podrían alterar el destino de una familia entera y la seguridad de una niña inocente. En el epicentro de este huracán emocional está María, que esta vez no se anda con rodeos y lanza una condición implacable para vender las acciones de Julia: Begoña debe irse de la casa. Un chantaje que pone a Andrés contra las cuerdas y amenaza con dinamitar todo lo que ha construido junto a la mujer que ama.
La escena inicial nos sitúa en la casa de los Reina, donde Andrés le confiesa a Damián que, cumpliendo su encargo, habló con María para intentar comprar las acciones que pertenecieron a Julia. Aunque María aceptó negociar, dejó caer una bomba: solo accederá si Begoña abandona la casa. Damián, sabiendo lo que está en juego, afirma que deberían aceptar. Pero Andrés se niega rotundamente. Para él, el precio es demasiado alto. “No pienso ceder a ese chantaje”, dice, con la voz cargada de frustración. A pesar de la presión, se mantiene firme: no renunciará a Begoña, el gran amor de su vida.
El debate se intensifica. Marta interviene, buscando un punto medio. Sabe que si pierden esas acciones, también pierden la posibilidad de recuperar la fábrica y, peor aún, quedarían en manos de los franceses. Damián apoya esa visión, pero Andrés se rebela. Ha pasado demasiado tiempo cediendo. Ya no está dispuesto a sacrificar más.
Y mientras discuten, se vislumbra una solución desesperada: que Begoña se esconda en casa de Marta, en los montes. Así podrían seguir viéndose a escondidas. Damián lo aprueba. Andrés, sin embargo, estalla. Le duele profundamente tener que ocultar sus sentimientos como si fueran vergonzosos. Le recuerdan que la nulidad matrimonial fue rechazada y que, en ojos del mundo, sigue casado. “Es ingenuo pensar que podrás caminar con ella de la mano por la calle”, le dice su padre con tono amargo. Andrés, sin embargo, no está dispuesto a seguir siendo una marioneta de María.
En medio de la conversación, Begoña aparece. Intuye el ambiente tenso y se sienta con Andrés para conocer la verdad. Él le cuenta todo: que María aceptó vender las acciones solo si Begoña desaparece de su vida. Begoña reacciona con impotencia. No es solo la humillación, es la rabia de ver cómo María sigue usando su poder para dañarlos. Andrés la consuela. No tiene aún una salida clara, pero está decidido a resistir. Juntos buscarán una solución.
Pero la tensión escala aún más. Begoña le propone a Andrés enfrentar a María directamente. Cree que no debe cargar solo con ese peso, y que Julia también es su hija. Así, ambos se presentan ante María, decididos a hablar. María los recibe con desdén, sabiendo perfectamente a qué vienen. No pierde oportunidad para burlarse y herir. Andrés le deja claro que ninguna acción vale tanto como para destruir lo que tienen. Pero María, firme, responde: “Aceptaré que se quede, pero tendrán que aguantar las consecuencias.”
Begoña intenta razonar con ella. Le recuerda que tiene una responsabilidad moral y legal con Julia, que Jesús le confió su tutela para protegerla, no para usarla como arma. Pero María no escucha. Su voz está cargada de veneno, y cada palabra que pronuncia es un ataque. Los acusa de hipócritas, de egoístas. Dice que si realmente amaran a Julia, harían sacrificios. Andrés la llama manipuladora, pero María no se inmuta. “Solo digo lo que pienso”, responde antes de marcharse apresuradamente: tiene una cita urgente con los Merino.
Mientras tanto, en la casa de los Merino, Joaquín y Luis preparan su ofensiva. Están decididos a entrar en la puja por las acciones de Julia. Como tíos de la niña, sienten que no pueden quedarse al margen. Cuando María llega, los hermanos son directos: saben que se están moviendo intereses alrededor de las acciones y quieren ser parte. Luis recuerda que ellos también son familia de Julia y que, a diferencia de otros, jamás harían daño ni a la niña ni a su legado. Joaquín incluso le entrega un sobre con una oferta concreta.
María no se impresiona fácilmente. Revisa el contenido con calma y les informa que es menos dinero del que ofrece don Pedro. Joaquín responde que la diferencia es mínima, pero María es tajante: “Sigue siendo menos.” Luis intenta apelar al lado humano, recordándole que Julia es parte de su sangre, que ellos la cuidarían y que incluso si un día quiere recuperar su parte, podría hacerlo sin trabas. Pero María, con su ironía característica, les lanza una frase lapidaria: “Jesús me eligió porque sabía que no me dejaría llevar por emociones.”
Luis, ya harto, le responde: “Esto no es una novela, María.” Pero ella no cede ni un ápice. Al final, dice que aceptará la mejor oferta, sin sentimentalismos. Insinúa, además, que los Merino y don Pedro están en el mismo bando, dejándolos perplejos y sin margen de maniobra.
El capítulo termina con un aire enrarecido, de incertidumbre y rabia contenida. María sigue moviendo los hilos con frialdad quirúrgica, jugando con los destinos de los demás como piezas de ajedrez. Pero también se ha encendido una chispa de rebelión: Andrés y Begoña ya no están dispuestos a seguir cediendo. Y aunque el futuro es incierto, están decididos a luchar, aunque sea desde las sombras, por el amor que comparten y por el porvenir de Julia.
La guerra apenas comienza, y el próximo movimiento de María podría cambiarlo todo. ¿Será capaz de sacrificar a su sobrina por orgullo? ¿O alguien logrará ponerle freno antes de que sea demasiado tarde? En Sueños de Libertad, las emociones se desbordan, las traiciones se multiplican… y los corazones se ponen a prueba.