La tensión estalla en Sueños de libertad con un capítulo devastador en el que se quiebran lazos familiares, se revelan secretos oscuros y se reconfiguran los mapas de poder dentro de la familia de Damián. María, acorralada y rota, se enfrenta al final de su estancia en la mansión… y quizás al final de su relación con quienes alguna vez llamaron familia.
Todo comienza con una frase que parte el alma: “Andrés quiere que te vayas, y te vas a marchar de inmediato.” María, con la voz temblorosa, apenas puede articular que fue Andrés quien le pidió que abandonara la casa. Damián, implacable, le confirma que lo sabe, y lo respalda con dureza. Está cansado, agotado de las explosiones emocionales de María, y no piensa permitir ni un solo escándalo más bajo su techo. La sentencia es clara: se terminó. No hay más lugar para ella en su hogar.
Pero María no se va sin antes disparar su veneno. Con mirada dolida pero desafiante, lanza una frase cortante: “No te gusta que los escándalos manchen el nombre de tu familia, ¿verdad, Damián?” Él lo admite sin rodeos, pero su siguiente confesión hiela la sangre: preferiría que el mundo hablara del destierro de su hijo antes de que saliera a la luz el asesinato cometido por su nuera. Una frase que deja claro el nivel de podredumbre moral al que ha llegado este patriarca que alguna vez se presentó como protector.
María intenta defenderse, insinuando que Andrés no tiene el valor para delatar a su propio padre. Pero Damián no le teme a Andrés. La verdadera amenaza se llama Begoña. Esa mujer decidida ha comenzado a investigar lo sucedido y está removiendo las cenizas del crimen con una tenacidad que incomoda. María se burla de la Guardia Civil, señalando que el escándalo público fue inevitable porque ella contactó directamente al sargento Pontón. Sí, lo hizo buscando justicia para Jesús… y, de paso, con la esperanza de apartar a Begoña del juego. Pero nada salió como lo planeó.
El giro cruel del destino llega con las palabras de Damián: Pontón ya cerró el caso. Begoña tenía coartada; estaba en casa mucho antes de la hora en la que Jesús murió. La investigación ha quedado en nada. María acusa a Damián de haber manipulado los hilos del caso para encubrir la verdad, pero él lo niega todo con frialdad, asegurando que lo único que desea es justicia para su hijo muerto. Eso sí, le reprocha a María que utilice el dolor ajeno como arma, tildándola de cruel, manipuladora y egoísta.
La conversación toma un tono aún más doloroso cuando Damián apela a los sentimientos. Le recuerda a María que la quiso como a una hija, que la acogió cuando más lo necesitaba. Pero todo eso, ahora, ha quedado sepultado bajo la decepción. Su tiempo en la casa terminó. Andrés ya lo ha decidido, y no hay marcha atrás.
María intenta un último recurso emocional: habla de Julia, su sobrina y nieta de Damián, preguntando si acaso no piensa en cuánto sufrirá con su marcha. Pero Damián, en uno de los momentos más fríos del episodio, afirma que Julia sí sufrirá… pero que, a largo plazo, estará mejor sin María cerca. Considera que se ha convertido en un peligro para la familia.
Acorralada, María recurre al chantaje: amenaza con unirse a don Pedro, el enemigo jurado de Damián, si la expulsa. Pero el patriarca no se inmuta. Le responde que ya es demasiado tarde, que ese tren pasó, que su destino está sellado. Le entrega un sobre: dentro hay unas llaves. Un abogado le ha alquilado un piso en Madrid. Es su nueva realidad, su nuevo exilio.
Pero María aún guarda una bala en la recámara. Amenaza con vender todas sus acciones en la empresa familiar para causar un daño económico irreversible. Damián, lejos de mostrarse preocupado, le ofrece una solución fría y calculadora: recibirá una asignación mensual a cambio de no venderlas. Si no la acepta, que sobreviva por sus propios medios. Y con una mueca helada, deja caer una frase demoledora: “No creo que dures mucho”.
El momento final es de una brutalidad emocional devastadora. Damián le deja claro que no quiere volver a verla jamás en esa casa. Si osa regresar, la próxima vez no será tan indulgente. La relación entre ambos queda destrozada, sin posibilidad de redención. Lo que alguna vez fue amor paternal hoy es solo una sombra de rencor y desprecio.
Y cuando parece que el drama ha alcanzado su clímax, suena el teléfono de Damián. Al otro lado de la línea, una voz desconocida: “Soy Gabriel, hijo de Bernardo.” Bernardo, el hermano de Damián, cuya historia parecía olvidada, resurge del pasado como una bomba a punto de estallar. Gabriel llama para darle el pésame por la muerte de Jesús… pero quiere algo más: un encuentro. Un nuevo personaje entra en escena, y con él, la promesa de secretos familiares que aún no han visto la luz.
En el próximo capítulo… ¿Quién es realmente Gabriel y qué busca? ¿Podrá María recuperarse del exilio o está destinada a desaparecer? ¿Y qué hará Begoña ahora que sabe que está siendo vigilada de cerca? En Sueños de libertad, cada final es solo el inicio de una nueva batalla.