Marta y Fina: Sueños de libertad (Capítulo 324): ¿Ustedes dos acordaron mentirme otra vez?!!

En la majestuosa pero cargada atmósfera de la casa De la Reina, las palabras ya no son puentes, sino trincheras. La tensión entre padre e hijo alcanza un punto insostenible cuando don Damián, con el rostro marcado por la preocupación y la sospecha, se enfrenta directamente a Andrés. Lo que debería ser una conversación de apoyo y comprensión paterna, se convierte en un interrogatorio tenso, donde la sombra del accidente de María pesa más que cualquier lazo de sangre.

Don Damián, buscando respuestas, le plantea a su hijo una pregunta directa y cargada de desconfianza: ¿qué ocurrió exactamente con María esa noche? Su tono, aunque contenido, revela la gravedad del asunto. El accidente ha desatado no solo el caos físico de la caída, sino un terremoto emocional dentro de la familia. Andrés, con los nervios a flor de piel, intenta contener su desesperación mientras jura que no empujó a María. Su voz tiembla no solo por el recuerdo del momento, sino por el dolor de saberse cuestionado por su propio padre. “Tienes que creerme, papá”, suplica, como si el amor pudiera servir de testimonio.

Pero don Damián no concede fácilmente. No lo acusa abiertamente, pero sus palabras hieren con precisión quirúrgica. Le recuerda que incluso él, hombre de carácter firme, ha perdido la paciencia con María. “Tu mujer puede sacar de quicio a cualquiera”, le confiesa, como una forma de justificar su preocupación… o su sospecha. Es un reconocimiento implícito de que María no es precisamente una figura fácil, pero también una advertencia: si hasta él ha estado al borde, ¿qué garantía hay de que su hijo no haya cedido ante el impulso?

Andrés respira hondo y decide contarlo todo. Dice que discutieron, sí. Que María insistía en quedarse en la casa y asistir a la boda, como si el mundo no se estuviera desmoronando a su alrededor. Él, frustrado, solo quería que ella recogiera sus cosas y se fuera. La pelea se encendió justo en la parte superior de la escalera, un lugar traicionero donde la tensión física y emocional se combinan con consecuencias fatales. María perdió el equilibrio, trató de sostenerse de la barandilla, y esta cedió. Fue entonces cuando cayó, como una marioneta sin hilos, arrastrada por el destino… o por una barandilla mal asegurada.

Pero don Damián quiere más que una reconstrucción cronológica. Quiere saber si hubo forcejeo. Andrés, con el peso de la verdad en los hombros, admite que sí: la tomó del brazo, quería llevarla a la habitación para que hiciera la maleta. No hubo violencia, asegura. Solo tensión, desesperación, cansancio. Fue al soltarse que ocurrió el accidente. No hubo empujón, ni empuje, ni intención oscura. Pero la escena es suficiente para despertar todas las alarmas. Porque una caída no siempre es solo una caída, y las escaleras ya han sido testigo de demasiados secretos en esa casa.

Eso es todo, esa es la verdad”, afirma Andrés con convicción. Pero su padre no parece convencido. Hay un silencio incómodo, denso, como si las palabras no fueran suficientes para despejar las dudas. Don Damián habla entonces con una frialdad calculada: quiere entender el grado de responsabilidad que su hijo tuvo. Y deja caer un comentario que lo cambia todo: “Tú no eres Jesús”, como si el nombre de su otro hijo aún doliera, como si en el pasado ya hubiera habido traiciones, mentiras y pactos silenciosos.

Es ahí cuando el dolor de Andrés se transforma en herida abierta. El pasado, aparentemente superado, regresa con fuerza. ¿Qué oculta Damián tras esa comparación? ¿Acaso hubo secretos antes? ¿Fue Jesús capaz de algo semejante y ahora teme que Andrés repita la historia? ¿O es simplemente el temor de un padre que ya no sabe en quién confiar?Uploaded image

Pero lo más duro viene después. Don Damián no solo duda de Andrés… también de María. “¿Y si ustedes dos acordaron mentirme otra vez?”, lanza como una daga. La acusación es demoledora. Ya no se trata solo del accidente, sino de una supuesta complicidad. De una historia coordinada para esconder una verdad más oscura. La desconfianza se ha instalado en el corazón de la familia, como un veneno que contamina cada palabra, cada gesto, cada mirada.

Andrés, devastado, lo niega con vehemencia. Jura que jamás mentiría. Que no hay pacto, que no hay mentira, que todo fue una fatalidad. Le suplica a su padre que confíe en él, no como a un sospechoso, sino como a un hijo. Pero don Damián, encerrado en su propia tormenta de dudas, no ofrece consuelo. La escena se rompe en silencio. Un silencio que dice más que cualquier grito, que pesa más que cualquier palabra.

En este capítulo, la narrativa de Sueños de libertad nos ofrece una cruda exploración de la fragilidad de los vínculos familiares, de cómo una tragedia puede resquebrajar la confianza más sólida. El accidente de María no solo ha dejado heridas físicas, sino ha abierto viejas cicatrices que nunca terminaron de cerrar. Don Damián, hombre de principios y rigidez moral, se enfrenta al peor de los dilemas: el de no saber si su propio hijo le está diciendo la verdad.

Y mientras Andrés se deshace en explicaciones, uno no puede evitar preguntarse si todo lo que dice es realmente la verdad… o si, como teme su padre, hay una verdad aún más peligrosa, pactada en silencio por quienes más deberían amarse. ¿Quién dice la verdad? ¿Quién manipula? ¿Hasta dónde puede llegar la desesperación en una casa que parece derrumbarse desde dentro?

Porque en Sueños de libertad, cada palabra puede ser una trampa, y cada silencio, un grito de auxilio.

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