La calma aparente que rodea la fábrica es solo una fachada. Bajo una superficie de gestos educados y palabras medidas, una tormenta emocional se va gestando. En las afueras del lugar, Tacio y Gabriel protagonizan un breve encuentro cargado de dobles sentidos, reproches velados y sentimientos no resueltos.
Tacio, visiblemente afectado aunque manteniendo una compostura fría, lanza una frase en apariencia inocente, pero que deja ver su profundo resentimiento. No menciona nombres ni levanta la voz, pero el mensaje es claro: Gabriel ha recibido reconocimiento, un lugar dentro de la familia y de la empresa, que a él siempre le ha sido negado. La herida se abre con esa simple frase: una indirecta que dice más que cualquier reproche directo.
Gabriel, al notar el tono, intenta descomprimir el ambiente. Con una sonrisa diplomática, le propone a Tacio que compartan un café, un gesto que podría simbolizar un acercamiento, o al menos una tregua. Pero Tacio, endurecido por años de desilusiones, rechaza la invitación con cortesía distante. No está dispuesto a exponerse a una nueva decepción ni a fingir una armonía que no siente.
Mientras este intercambio tiene lugar, Pelayo escucha desde las sombras. Se ha mantenido oculto, atento, y su presencia silenciosa le permite captar una parte esencial de la escena: Gabriel, tras la negativa de Tacio, pregunta cómo llegar al laboratorio. Su interés está centrado en conocer a los perfumistas que trabajan en un nuevo proyecto, lo cual llama poderosamente la atención de Pelayo.
Esa simple pregunta activa un recuerdo en la mente del observador: la noche anterior, durante una cena familiar, Gabriel ya había mostrado un interés particular por la fábrica. En ese encuentro, Damián habló con entusiasmo de un perfume innovador en el que colaboran Luis Merino y Marta. Gabriel, entonces, se mostró afable, educado, e incluso dispuesto a integrarse de nuevo en el mundo empresarial que una vez dejó atrás. Marta, sin embargo, pidió discreción, como si temiera que se revelara más de lo conveniente. Ese detalle, que pasó desapercibido para algunos, no fue ignorado por Pelayo.
Volviendo al presente, después de recibir la respuesta de Tacio, Gabriel agradece y se retira con educación, sin dar muestras de molestia. Todo lo contrario: mantiene el tono respetuoso y amable que lo caracteriza. Justo en ese momento, Pelayo aparece de forma repentina, fingiendo que recién llega, y le dice a Gabriel que su tío lo espera para almorzar. El gesto es tan natural que nadie podría sospechar que ha estado escuchando cada palabra.
Gabriel se marcha sin levantar sospechas. Sin embargo, la inquietud de Pelayo es evidente. Se queda unos segundos mirando el punto donde Gabriel desaparece y, sin decirlo en voz alta, su rostro refleja la duda que comienza a arraigarse en su interior. Algo en todo esto no le cuadra. Hay algo en la actitud de Gabriel que no termina de convencerlo.
Pelayo, siempre atento a los detalles y con un instinto afilado, comienza a sospechar que las intenciones de Gabriel podrían no ser tan limpias como aparenta. Lo que en otros ojos podría pasar por simple curiosidad o buen ánimo, para él es una señal de alarma. ¿Por qué tanto interés súbito por el laboratorio? ¿Por qué Gabriel se muestra tan dispuesto a reinsertarse justo cuando el proyecto más importante de la fábrica comienza a tomar forma?
La escena concluye con una sensación de alerta creciente. Pelayo, que rara vez se equivoca en sus corazonadas, empieza a observar a Gabriel con una desconfianza cada vez mayor. Mientras el resto del entorno mantiene la ilusión de normalidad, él ya ha empezado a atar cabos. Y aunque aún no tiene pruebas, su intuición le dice que algo se está moviendo entre bastidores… y que no será nada bueno.
Una conversación breve, pero profundamente reveladora, marca el inicio de nuevas intrigas en Sueños de Libertad. El equilibrio entre los personajes se tambalea, y todo indica que una nueva crisis está a punto de estallar.