En los próximos episodios de La Promesa, presenciaremos una conversación desgarradora entre Andrés y su padre, cargada de tensión, juicios, reproches y emociones a flor de piel. Esta confrontación gira en torno a María, la joven que, tras su accidente, permanece bajo el cuidado de Andrés y con quien comparte un vínculo profundo y complejo, que va más allá de la compasión o la responsabilidad.
Todo comienza cuando Andrés estalla al enterarse de que su padre ha amenazado con echar a María de la casa. El patriarca lo niega con dureza, afirmando que nunca usó tales palabras. En su lugar, defiende que simplemente propuso internarla en un sanatorio de manera temporal para que pudiera recibir los cuidados adecuados. Pero Andrés no se deja engañar: detrás de la “sugerencia” percibe claramente una intención de alejarla de su vida.
El joven, visiblemente afectado, acusa a su padre de no tener empatía, de ser incapaz de ponerse un momento en el lugar de María y comprender el dolor, la frustración y la pérdida que está atravesando. A esto, su padre responde con una contundente frase que revela sus verdaderas prioridades: “Mi hijo eres tú”. Según él, todo lo que está haciendo —por duro que parezca— es por el bien de Andrés, aunque este se niegue a verlo.
La discusión se intensifica cuando el padre insiste en que la permanencia de María en la casa solo alimenta la culpa de Andrés. Afirma que la joven utiliza ese sentimiento para retenerlo a su lado, manipulándolo inconscientemente para no quedarse sola. Pero Andrés rechaza esta visión fría y calculadora. Asegura que María no piensa en estrategias ni en ataduras emocionales, sino en sobrevivir, y en hacerlo acompañada, no abandonada.
En un momento especialmente doloroso, Andrés admite sentirse desorientado, cambiado. Su padre lo ve apagado, sin ilusión, sin esperanza. Le dice que hace días no lo reconoce, que su hijo parece haberse diluido en el sufrimiento de otra persona, y que no puede permitir que se hunda con ella. Su objetivo —dice— es ayudarlo a recuperar las ganas de vivir, incluso si para eso debe tomar decisiones drásticas.
Pero lo más desgarrador llega cuando Andrés revela que María cree que todo este plan de enviarla a un sanatorio fue idea suya, lo que la ha destrozado aún más. La falta de confianza, la soledad, la sensación de estar siendo apartada, se han convertido en un nuevo castigo para ella.
El padre insiste en su argumento: él no ha intentado echarla, solo quiere que esté en un lugar donde reciba los cuidados necesarios. María necesita rehabilitación física intensiva, ejercicios, atención médica constante. No puede seguir, dice, pasando sus días con Andrés leyéndole en el jardín, mientras la vida sigue su curso sin ella.
Pero Andrés lo tiene claro: no piensa abandonarla. No se trata de caridad ni de redención, sino de amor, lealtad y una promesa que hizo consigo mismo. Aunque tenga que renunciar a todo lo demás, aunque la vida cambie por completo, está decidido a acompañarla cada día de su recuperación, sin condiciones.
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Entonces, el padre lanza una acusación demoledora: sugiere que quizás María, en el fondo, ve en su situación un modo de castigar a Andrés por haberse enamorado de otra mujer. Cree que ella ha encontrado su “triunfo” al tenerlo atado emocionalmente, obligado a quedarse a su lado, separado para siempre de Begoña, el verdadero amor de su hijo.
Andrés se revuelve con rabia y dolor. ¿Cómo puede su padre llamar “triunfo” a la desgracia de una mujer que está en una silla de ruedas, aislada, sin poder huir de una familia que ahora la ve como un estorbo? María nunca quiso atarlo, ni huir, ni manipularlo. Lo único que ella ha querido siempre es amor y compañía. Todo lo demás son prejuicios de un hombre que solo ve debilidad donde hay ternura.
El diálogo culmina con una frase final que retumba como un eco en la conciencia de Andrés: “Es un error renunciar a la felicidad por una mujer a la que no amas, ni amarás nunca”. Su padre se lo dice convencido, como si estuviera salvando a su hijo de un destino que cree injusto e innecesario. Pero Andrés ya ha tomado su decisión. Él conoce su corazón, su dolor y su compromiso. Y no va a abandonar a María, sin importar cuán difícil sea el camino.
Esta escena marca un punto de inflexión para todos los personajes implicados. La lucha entre el deber, el amor y la culpa se convierte en el eje de una historia profundamente humana. ¿Podrá Andrés mantener su promesa pese a la presión de su familia? ¿Es posible reconstruir una vida junto a alguien roto, cuando el mundo insiste en mirar hacia otro lado?
Prepárate para unos episodios intensos, llenos de emociones, conflictos familiares y decisiones que lo cambiarán todo. La Promesa no dejará indiferente a nadie.