Raúl se enfrenta a una decisión crucial sobre su futuro profesional. En una conversación sincera con Andrés, le confirma que ha recibido una oferta formal de Taio para ocupar el puesto de mecánico bajo su supervisión en la fábrica. Andrés, sorprendido, le aclara que no tenía idea de la propuesta y que no intervino en la recomendación. Según sus palabras, fue directamente don Pedro quien tomó la iniciativa.
Aunque Raúl se muestra agradecido por la oportunidad, confiesa estar atrapado entre dos compromisos: había prometido seguir como chófer en la Casa Grande hasta que encontraran un reemplazo. Sin embargo, Andrés le baja a tierra, haciéndole ver que es imposible compatibilizar ambos trabajos. Las exigencias de la fábrica y del servicio en la casa son incompatibles. Con claridad le dice: “No puedes estar en misa y repicando.”
Raúl, tras meditarlo, acepta que debe tomar una decisión definitiva. Finalmente decide entregar las llaves de la Casa Grande y dirigirse a la fábrica para formalizar su contrato con don Pedro. Aun así, antes de marcharse, vuelve a insistir en si su padre tuvo algo que ver con el ofrecimiento, y Andrés le reitera que no, que ni él ni su padre sabían nada.
Esta conversación no solo marca un cambio importante en la vida de Raúl, que deja atrás su etapa en la Casa Grande para comenzar una nueva en la fábrica, sino que también deja en evidencia la independencia con la que don Pedro toma decisiones dentro de la empresa, sin consultar siquiera a sus colaboradores más cercanos. Andrés queda en una posición de aparente desconocimiento, revelando que no todo lo que pasa en la fábrica pasa necesariamente por sus manos.