“Don Ricardo… esto es de parte de todos nosotros.”
La emoción estalla en los ojos de Ricardo cuando recibe el regalo más simbólico de su vida. La chaqueta del mayordomo jefe. Pero mientras él se la enfunda con orgullo y el servicio estalla en aplausos, una amenaza se cierne con el silencio de una serpiente al acecho.
La mañana del 8 de julio despierta con una melancolĂa cargada en el aire. Es el primer dĂa sin RĂłmulo en La Promesa y su ausencia retumba como una nota grave que falta en la orquesta cotidiana del servicio. Sin su voz, sin su autoridad tranquila, cada gesto parece incompleto. El vacĂo es fĂsico, y las palabras que se cruzan entre PĂa, LĂłpez y Vera son apenas un susurro de nostalgia.
Pero la vida en la finca no se detiene. Ricardo, antiguo lacayo y confidente de RĂłmulo, siente que ha llegado su momento. Su ascenso parece inevitable. Su reflejo en el espejo le devuelve una imagen más erguida, más decidida. Su postura ya es la de un lĂder. Y aunque no se ha hecho oficial, todo el mundo en el servicio actĂşa como si el tĂtulo fuera suyo. Las sonrisas, los gestos de respeto, y luego el regalo colectivo: la rĂ©plica perfecta de la chaqueta del mayordomo jefe. El corazĂłn de Ricardo late con fuerza mientras se la pone. Le queda perfecta. Todos lo aplauden. Parece el final feliz que siempre soñó.
Pero en la puerta, sin hacer ruido, Leocadia observa.
Ella no aplaude. No sonrĂe. No participa. Sus brazos cruzados y su mirada calculadora revelan otra verdad: ella tiene otros planes. Para Leocadia, la bondad no basta para gobernar. En su mente, la promesa necesita a alguien más frĂo, más fuerte, más manipulador. Ricardo es el heredero del honor, pero no del poder. Y ella está lista para intervenir.
Se aleja sin decir palabra, directa a los aposentos de la marquesa. AllĂ, susurra. Plantea dudas. Siembra la semilla de una posibilidad distinta: un candidato nuevo, desconocido… peligroso.
Mientras tanto, los engranajes de otros conflictos giran sin freno.
En el hangar, Manuel continĂşa fascinado con los avances mecánicos que llegan a sus manos, creyendo que Toño, su joven ayudante, es el autor. Las ideas son brillantes. Modificaciones al motor Hispano-Suiza que podrĂan revolucionar su rendimiento. Manuel, encantado, no escatima en elogios. Habla de futuro, de ascenso, de responsabilidad. Pero Toño no responde con orgullo. Se revuelve incĂłmodo. Sus gestos nerviosos revelan que algo no encaja. ÂżDe verdad es Ă©l el genio detrás de esos planos?
La incógnita crece cuando Enora entra con una bandeja de comida y su mirada se detiene un segundo, cargada de una emoción contenida. ¿Qué sabe ella? ¿Está detrás de los esquemas? ¿O simplemente sabe que Toño oculta algo?
Al mismo tiempo, Curro, Vera y PĂa descubren una portada de periĂłdico que reabre el caso de las joyerĂas Job. El pasado no ha quedado enterrado y nuevas pistas resucitan viejas heridas. La promesa, que parecĂa anclada en una nueva etapa de paz tras la marcha de RĂłmulo, comienza a resquebrajarse bajo la presiĂłn de los secretos.
Y por si fuera poco, la llegada del varĂłn de Valladares sacude los cimientos polĂticos y sociales de la finca. Catalina y Martina intuyen el peligro. Las decisiones del marquĂ©s y Adriano podrĂan ponerlo todo en jaque. Nada está asegurado. El poder se redistribuye. Y con cada dĂa, el futuro de La Promesa se vuelve más incierto.
En la superficie, los dĂas transcurren con la falsa normalidad del protocolo. Pero bajo esa capa de costumbre, los hilos del destino se tensan peligrosamente.
¿Será Ricardo el nuevo mayordomo… o caerá antes de subir?
¿Quién mueve en verdad las piezas en la sombra de La Promesa?