¡Amigos de pasiones intensas y misterios ocultos! Bienvenidos a nuestro rincón donde los secretos más oscuros arden bajo la superficie. Hoy entraremos en los acontecimientos más devastadores que están por desatarse en La Promesa. La tensión se siente en cada gesto, y cualquier mirada podría marcar el inicio del desastre o del nuevo rumbo.
La intuición de Curro se transformó en una certeza abrasadora: Vera está escondiendo algo tan grave que prefiere vivir en las tinieblas antes que enfrentar la verdad bajo la luz del día. Pero fue otra revelación la que encendió el fuego. Al enterarse –a través de un comentario venenoso de Petra– de que Lorenzo había propuesto matrimonio a Ángela, el mundo de Curro se derrumbó. La idea era tan repugnante que le produjo arcadas. ¿Cómo podía el hombre que él sospechaba de haber matado a su padre atreverse a pretender acercarse a la madre de la mujer que ama? Era una ofensa intolerable.
Todos los esfuerzos por mantener la calma, los consejos de sus amigos y hasta el apoyo del mayordomo Ballesteros se desvanecieron en mil pedazos. Dominado por una rabia incontrolable, Curro salió en busca de Lorenzo. Lo encontró practicando esgrima en la Plaza de Armas, ajeno a la tormenta que se avecinaba.
Sin siquiera coger un florete, Curro se plantó frente a él, los puños duros como piedra y la mandíbula temblorosa de rabia contenida. “Quiero que te mantengas alejado de ella”, gruñó con voz devastadora. Lorenzo bajó el arma de práctica y levantó una ceja con falsa curiosidad: “¿De quién hablas, muchacho?”, fingió inocencia.
“De Leocadia y de Ángela”, escupió Curro. “Sé lo que has propuesto. Eres un buitre que solo se alimenta de desgracias ajenas”. La sonrisa de Lorenzo se borró, reemplazada por una expresión helada que anticipaba peligro. “Ten cuidado con lo que dices”, amenazó suavemente. “Estoy hablando con tu superior. Mi propuesta es obra de caridad, y nadie puede cuestionarla”. Caridad… Curro soltó una risa amarga: “Tú no entiendes lo que es humanismo. Solo sabes de crueldad. No te acerques a ella mientras yo esté aquí para impedirlo”.
Lorenzo se acercó con una mirada feroz. “¿Quién te crees que eres?”, siseó. “Un bastardo sin nombre que vive de la caridad de esta casa. Has agotado mi paciencia. Te has pasado de la raya”.
Pero Curro no retrocedió: “Tú ya sobrepasaste todos los límites cuando mataste a mi padre y comenzaste a arruinar mi vida”. Esa acusación resonó como un trueno. Lorenzo, frío como el hielo, respondió: “Es una acusación muy grave, sobrino. Y te costará caro”. Con gesto grave, recogió su florete y se fue, dejando a Curro temblando de rabia y certeza. Sabía que el capitán no estaba bromeando. Sus días en La Promesa eran ya una sentencia escrita.
En ese momento, la huida que Ángela había contemplado se volvió urgente. No era ya un anhelo romántico, sino una necesidad vital: huir, o ser destruidos.
Este acto explosivo de Curro fue valiente o una furia injustificable. ¿Ustedes qué opinan? ¿Habrían reaccionado igual?
Pero la estrategia estaba ya en marcha también en la sombra. Leocadia emergió como pieza decisiva, moviendo hilos invisibles. Con precisión letal, desempolvó antiguos favores, chantajes y deudas enterradas en el silencio de la alta sociedad. Su objetivo: el influyente marqués de Andúar, aliado clave con una moral férrea… y secretos propios.
Al día siguiente entró a la biblioteca donde Lorenzo verificaba unos documentos. Con elegancia y una sonrisa enigmática depositó un sobre con un sello lacrado sobre su mesa. “Capitán”, saludó, “espero que ya hayas respondido a mi proposición”. Lorenzo, molesto, alzó la vista. “Tengo algo mejor”, respondió ella. LO abrió Lorenzo, y encontró una carta oficial del marqués.
En ese documento, el marqués atestiguaba ante la sociedad la honradez y el buen nombre de Ángela, desmontando por completo cualquier insinuación sobre su moral. Era un apoyo tan poderoso que dejaba obsoleta la falsa “caridad” de Lorenzo. Se habían burlado de él implícitamente. Leocadia, sin levantar la voz, lo había neutralizado por completo.
Aquella noche, mientras Curro y Ángela se escapaban hacia un amanecer incierto, Pía –fiel aliada– selló su compromiso con un acto final de humanidad: ayudarles a huir. Aquel ímpetu juvenil se convirtió en esperanza real, mientras simplemente desaparecían del palacio.
Al amanecer, Lorenzo estalló en cólera devastadora: habían huido. Leocadia escuchó la noticia con una expresión inescrutable: una sonrisa apenas perceptible que revelaba más que mil palabras.
¿Lograrán Curro y Ángela alcanzarán una libertad real? ¿Podrá Vera librarse de sus sombras? ¿Resistirá Leocadia ejerciendo su poder con inteligencia sobre la crueldad? Próximos episodios de La Promesa lo dirán.