Riccardo Peliser no puede contener su emoción al comunicar que Rómulo ha encontrado empleo en una residencia de gran prestigio. Sin embargo, cuando menciona el nombre de la familia contratante —los duques de Los Infantes, enemigos acérrimos de la marquesa Cruz—, la noticia cae como un balde de agua fría en las cocinas de La Promesa. Lo que parecía una oportunidad se convierte en motivo de tensión y traición.

Rómulo Baeza, el mayordomo leal y respetado de la casa Luján, ha tomado una decisión que cambiará el equilibrio de poder en la historia. Él, junto a Pia Adarre, ha decidido servir a los duques que Cruz desprecia profundamente. Esta elección representa no solo una ruptura profesional, sino un gesto de coherencia y justicia. Durante mucho tiempo, Rómulo intentó que Cruz restituyera a Pia, pero ante la negativa y la pasividad de Alonso, su partida se vuelve inevitable. Ya no podía seguir sirviendo a una casa que pisotea la dignidad de quienes le han dado todo.

Desde el inicio de la serie, Rómulo ha sido un personaje enigmático. Algunos creen que siente algo por Pia, otros piensan que oculta secretos del pasado. Pero lo que nadie pone en duda es su integridad, al menos hasta ahora. Su salida marca un antes y un después. Y para Cruz, la herida es profunda. Su reacción en la fiesta organizada por los duques de Urbizu, donde se encuentra de frente con sus antiguos sirvientes ahora al servicio de sus rivales, es devastadora. Se siente humillada, traicionada y abandonada, pero lo peor es que su esposo Alonso no respalda su furia, negándose a intervenir. Él, a diferencia de Cruz, aún cree en la fidelidad de Rómulo y Pia.

La tensión crece en el regreso a La Promesa. En el carruaje, el silencio y los reproches se hacen presentes. Cruz, enfurecida, descarga su rabia contra Alonso, quien una vez más paga las consecuencias de decisiones ajenas. Esta derrota pública golpea su orgullo y la deja vulnerable, algo a lo que no está acostumbrada.

El conflicto entre los Luján y los duques de Los Infantes viene de lejos, especialmente desde la desaparición de Jimena. Para sus padres, ella no era perfecta, pero sí su hija, y ahora claman venganza. Alonso prefiere buscar la paz, pero Cruz está decidida a continuar la guerra. A ello se suma la manipulación de Lorenzo de la Mata, quien ha alimentado el odio de Cruz con mentiras y rumores maliciosos, culpando falsamente a los duques de divulgar infidelidades del marqués. Este juego de intrigas ha incendiado una mecha que podría explotar en cualquier momento.

La marcha de Rómulo y Pia no es el único problema en La Promesa. La situación de Ana (Hann) se vuelve cada día más complicada. Tras su ascenso al mundo de la nobleza, la joven se siente perdida, sola e incomprendida. La marquesa Cruz hace todo lo posible por sabotearla emocionalmente, dificultando su integración en el mundo aristocrático. Lo más doloroso es el abandono de aquellos a quienes más ayudó: Manuel, Curro, Catalina, Martina… Todos parecen haber olvidado lo que Ana representa. La frialdad de quienes una vez fueron cercanos contrasta con la calidez con la que Martina recibió a Ulia Matilde, una completa desconocida.

Durante las cenas, Ana se siente fuera de lugar. Nadie hace el menor esfuerzo por aliviar su incomodidad. Incluso Manuel, que podría mostrar apoyo con un simple gesto, permanece indiferente. Esta representación incoherente de Ana como alguien torpe y frágil choca con la imagen que el público conoce: una mujer fuerte y digna, que merece respeto y comprensión. Los espectadores claman por su renacimiento, por verla luchar en vez de resignarse.

Y por si fuera poco, aparece una figura que promete desestabilizarlo todo: Gloria Ross, la institutriz contratada por Cruz con fines más oscuros de lo que aparenta. Aunque supuestamente viene a educar a Ana, en realidad su misión es minar su confianza, manipularla psicológicamente y hacerle creer que no está a la altura del rol que podría asumir junto a Manuel. Nadie en el palacio conoce el verdadero propósito de Gloria, ni siquiera Alonso. Solo Petra Arcos sabe la verdad… y eso podría volverse un arma en el futuro. El vínculo roto entre Petra y Cruz podría estallar en cualquier momento, y Petra podría ser quien dé el golpe final a la marquesa.

El futuro de Ana pende de un hilo. ¿Resistirá las presiones de Gloria Ross? ¿Se mantendrá firme o decidirá marcharse por voluntad propia?

En cuanto a las tramas secundarias, todo está igual de agitado:

• Entre Pelayo y Catalina hay reconciliación y planes de boda inminentes.
• Martina forma una inesperada alianza con Petra para desenmascarar al conde Ayala.
• Curro empieza a sospechar de Julia, y Martina le aconseja no casarse con ella.
• El capitán Lorenzo, sin escrúpulos, presiona brutalmente a Curro para que acepte ese matrimonio.
• Cruz, desesperada por recuperar el control, decide supervisar hasta el vestuario de Ana.
• Mientras tanto, el robo de un crucifijo sagrado crea tensión entre la servidumbre. María Fernández sabe que el culpable es su propio padre, Samuel, quien acabará mostrando su peor cara.
• Marcelo, cada vez más presionado por Petra, planea huir a Portugal con Teresa.

Y finalmente, en los próximos episodios, la tensión sigue subiendo:

• Alonso solo acepta acompañar a Cruz a la fiesta si ella renuncia a su guerra personal.
• Manuel y Ana deciden que ella no asistirá más a cenas oficiales hasta sentirse lista.
• Teresa se enfrenta a la decisión más difícil de su vida: quedarse o irse con Marcelo.
• Petra promete a Santos descubrir la verdad sobre su madre.
• La tensión se desborda cuando Samuel se ve acorralado por las preguntas de María Fernández.

El tablero de La Promesa está a punto de cambiar para siempre. Traiciones, alianzas insólitas, nuevas estrategias y viejas heridas vuelven al primer plano. Y mientras Gloria Ross afila sus armas silenciosas, la gran pregunta sigue en pie: ¿quién ganará esta guerra soterrada de clases, poder y sentimientos? Y más aún… ¿veremos algún día el derrumbe de la indomable Cruz?