En el aire pesado de La Promesa, algo oscuro se cernía sobre todos. La manipulación de Cruz, a miles de kilómetros de distancia, comenzó a hacer mella en cada rincón del palacio. Su carta, escrita con sutileza maliciosa, fue el detonante. En ella, se sugería que Catalina, la hija obediente, estaba actuando de manera imprudente y que su idealismo ponía en peligro todo lo que la familia había construido. Esta insinuación logró atravesar la débil muralla de seguridad de Alonso, quien, sin cuestionar, se dejó llevar por el veneno de su esposa. Su orden fue devastadora: Catalina quedaba apartada de la gestión de la finca, el único lugar donde ella sentía que su valor era reconocido.

Para Catalina, esto fue mucho más que una pérdida de poder. Fue la confirmación de que su padre ya no veía en ella la mujer fuerte que su madre había sido, sino solo una joven incapaz de manejar la crueldad del mundo que los rodeaba. La humillación fue insoportable. Esa misma noche, una decisión que cambiaría el destino de todos comenzó a gestarse en su corazón: Catalina abandonaría La Promesa. Pero no sin antes enfrentarse a Adriano.

La conversación entre ellos fue una tormenta de emociones. Adriano, desesperado, trató de detenerla, pero Catalina, herida en lo más profundo de su ser, no podía quedarse. Fue él quien le había sugerido que se marchara alguna vez, pero ahora, cuando ella estaba dispuesta a seguir sus palabras, él no podía soportarlo. La tensión entre amor y orgullo estalló en un grito desesperado. Pero Catalina, con la misma furia que le dio fuerzas para tomar su decisión, se alejó de él, dispuesta a empezar de nuevo, lejos de las sombras de La Promesa.

Mientras tanto, el resto del palacio estaba envuelto en un manto de miedo. La atmósfera se volvía cada vez más opresiva, la desconfianza se instalaba en cada conversación. La muerte del lacayo Samuel había dejado una estela de pavor, y la sospecha de que alguien dentro de La Promesa estaba trabajando para Cruz se convertía en una certeza cada vez más palpable. El primer golpe de este plan de terror fue un acto que sacudió los cimientos de la familia: la profanación de la capilla. Alguien había destruido el misal de la difunta marquesa, dejando un rastro de perfume de nardos, inconfundible para todos. Este perfume pertenecía a Cruz. Era su sello personal, y el olor a traición se hizo insoportable.

La investigación de esta profanación llevó a una serie de descubrimientos inquietantes. Petra, una de las criadas, había estado en el centro del caos, y fue Yana quien, con su mirada aguda, comenzó a conectar las piezas del rompecabezas. Al seguirla sigilosamente, descubrió que Petra estaba usando el mismo perfume de Cruz y lo escondía en su bolsillo, sin duda, cómplice de la conspiración. Pero Yana sabía que enfrentarla directamente sería inútil. Necesitaba pruebas irrefutables.

En una jugada inteligente, Yana, junto con Ricardo y Pía, ideó un plan para atrapar a Petra en su propia trampa. Filtraron un rumor falso sobre Alonso y su intención de declarar incapaz a Cruz, algo que, aunque falso, sería lo suficientemente creíble para que Petra se sintiera obligada a transmitirlo a su señora. El plan funcionó. Petra, atrapada, finalmente cedió y confesó que Samuel había sido secuestrado a instancias de Cruz, todo como parte de una estrategia para mantener el control.

El descubrimiento de la verdad fue un golpe devastador para la familia, pero también fue el punto de inflexión. Alonso, al enterarse de la magnitud de la manipulación de su esposa, se sintió abrumado por la culpa y la vergüenza. La promesa de su legado había sido corrompida, pero, al mismo tiempo, vio en Catalina la única persona capaz de restaurar lo que se había perdido.

Su reconciliación fue un momento trascendental, un nuevo comienzo para todos. Catalina, viendo la humildad de su padre, decidió quedarse y luchar junto a él, no solo por La Promesa, sino por la dignidad de su madre y el legado de su familia. Juntos, ahora más unidos que nunca, se preparaban para enfrentar la sombra de Cruz.

Pero la batalla no estaba ganada. El enfrentamiento con Cruz apenas comenzaba. Mientras Leocadia manipulaba los sueños de Manuel, la guerra por el control de la familia y sus destinos seguía siendo un juego mortal. Sin embargo, la unidad que había renacido dentro de La Promesa daba la esperanza de que, finalmente, la verdad prevalecería.

La lucha por la promesa no había terminado; apenas comenzaba.