En este nuevo episodio de La Promesa, las intrigas se intensifican y los pactos ocultos comienzan a revelar sus devastadoras consecuencias. Petra y Martina, quienes antes eran rivales, han unido sus fuerzas en un acuerdo clandestino con el único propósito de hundir al temido Conde Ayala. Lo que el conde desconoce es que esta alianza, surgida de viejos resentimientos y nuevas ambiciones, podría sellar su perdición definitiva. Las dos mujeres, más decididas que nunca, han jurado acabar con su dominio y exponer sus secretos más oscuros.
Mientras tanto, las tensiones entre las casas nobles aumentan peligrosamente. La atmósfera es densa, cargada de electricidad, y todo parece apuntar a una guerra inminente. En medio de este clima, los duques de Urquijo organizan una elegante celebración, invitando tanto a los duques de los Sinfantes como a los marqueses de Luján. Pero bajo la apariencia de lujo y sofisticación, se esconde un campo de batalla donde las sonrisas esconden puñales y las miradas son armas listas para disparar.
Alonso, siempre precavido, rechaza la invitación al evento, percibiendo el peligro tras tanta cortesía aparente. Sin embargo, Cruz tiene otros planes. Con su habitual frialdad, amenaza a su esposo: si él no la acompaña, irá sola, lo cual alimentaría los rumores sobre una posible crisis conyugal. Para proteger la imagen de su familia, Cruz recurre a Manuel, pidiéndole que sea su acompañante. Aunque él duda, finalmente acepta y se prepara para enfrentar a su padre, sabiendo las repercusiones que esto podría tener.
Por otra parte, la transformación en la vida de Jana es mucho más dura de lo esperado. Al dejar su rol de sirvienta y pasar a formar parte de la nobleza, se ve atrapada en un entorno rígido y opresivo, lleno de normas sociales estrictas, vestidos incómodos y miradas juzgadoras. Todo lo que hace es observado y evaluado. Lo que alguna vez soñó como un ideal romántico ahora le resulta hostil y frío. Se siente desplazada, fuera de lugar, como si no perteneciera a ese mundo.
Y como si fuera poco, Cruz impone nuevas y duras reglas. Lo primero: deshacerse de toda su antigua ropa, símbolo de su libertad y de su pasado. Teresa recibe la orden de tomarle medidas para confeccionar un vestuario acorde a su nuevo estatus. Sin embargo, durante este proceso, Teresa nota que Jana no tiene idea de cómo debería vestirse, ni de cómo debe actuar. Su identidad está siendo borrada poco a poco.
La situación empeora cuando Cruz organiza una cena de bienvenida, cuyo verdadero propósito es humillarla públicamente. Jana, cada vez más incómoda, añora los días en la cocina, junto a Simona, Vera y María. Pero no puede volver atrás. Por amor a Manuel y respeto al sacrificio que él ha hecho, decide quedarse, reprimiendo su deseo de escapar. Sin embargo, la soledad la invade cada vez más, y empieza a preguntarse si esta es la vida que realmente quiere.
En otro rincón del palacio, Curro se debate entre el deber y sus emociones. Aunque Matilde parece cada vez más decidida a casarse, él empieza a darse cuenta de que quizás Martina tenía razón desde el principio. Los temores que ignoró comienzan a tomar forma y, desesperado, recurre a Alonso, rogándole que lo ayude a salir de esa trampa.
Mientras tanto, Catalina y Pelayo dan un paso importante en su relación al decidir casarse. Buscan la bendición del padre Samuel, pero lo que debería ser un momento de alegría se torna incómodo. El sacerdote, en tono suave pero ambiguo, exige una generosa donación para realizar la ceremonia. Catalina, molesta, considera que la fe no debería comprarse. Pelayo intenta calmar las aguas, pero el malestar persiste. Catalina empieza a sospechar que Samuel no es el hombre virtuoso que aparenta.
Y entonces, ocurre un giro inesperado: María Fernández, después de días de dudas, enfrenta directamente al padre Samuel. Lo acusa de haber robado un crucifijo sagrado desaparecido hace días. Él primero lo niega con fuerza, luego intenta desviar la conversación, pero María no cede. Finalmente, sin salida, el sacerdote confiesa y promete devolver el objeto, reconociendo su culpa. La revelación impacta profundamente a quienes confiaban en él, y la estabilidad dentro del palacio se tambalea.
Pero el momento más explosivo llega con la confrontación entre Martina y el Conde Ayala. Después de meses de tensión contenida, Martina toma la palabra durante un evento social. Lo hace con valentía, calculando cada gesto. Cuestiona públicamente la lealtad del conde y, sin rodeos, le pregunta si tiene hijos ilegítimos. La sala queda en absoluto silencio. Ayala intenta mantener la compostura, pero su rostro refleja la angustia de ver su gran secreto a punto de revelarse. Teme que se descubra la verdad sobre Feliciano, su hijo con Petra, lo cual podría destruir su reputación para siempre.
En medio de todo, Manuel intenta consolar a Jana, dándole ánimos para que resista. Pero ella sigue sintiéndose fuera de lugar, convencida de que no encaja. Sus ropas le parecen equivocadas, sus gestos inadecuados, y teme el juicio despiadado de quienes la rodean. Sin embargo, es precisamente su capacidad para mantenerse firme lo que enciende aún más la crueldad de Cruz, decidida a quebrarla por completo.