Una sombra helada de horror se cierne sobre La Promesa, pero es una furia abrasadora la que amenaza con destruir sus cimientos. Se ha declarado una guerra que nadie se atrevía a imaginar, y el precio podría ser demasiado alto para todos los que habitan esta noble casa. Una decisión impulsiva, nacida del orgullo y la sed de venganza, amenaza con arrastrar a todos al borde del abismo. ¿Qué harías tú si una acción defendiera tu honor pero pusiera en peligro a quienes amas?
En el centro del torbellino están Alonso y Cruz, atrapados en un duelo de voluntades. En el gran salón del marqués, el silencio era tan espeso como el aire antes de una tormenta. Alonso, con el rostro desencajado y el corazón acelerado, apenas podía dar crédito a lo que acababa de oír. Las palabras de Cruz, tajantes y definitivas, lo habían dejado paralizado. Su esposa acababa de declarar una guerra abierta a los duques del Infantado. No se trataba de simples habladurías ni de rumores sin peso: era una provocación directa, y Cruz no estaba dispuesta a retroceder.
“Esto es una locura, Cruz”, gritó Alonso con voz quebrada. “No hablamos de cualquier familia, sino de una que tiene hilos en todas las esferas del poder”. Pero Cruz, implacable, con la espalda recta y los ojos helados, respondió sin titubear: “No toleraré que manchen nuestro honor con chismes y desprecios. No me importa quiénes sean. No me doblegaré”.
Para Alonso, todo esto era una temeridad. Sabía que detrás de esos rumores, quizá, estaba la mano manipuladora de Lorenzo, siempre dispuesto a envenenar el ambiente con sus intrigas. ¿Era todo esto parte de un plan calculado? ¿Estaba Cruz cayendo en una trampa mortal orquestada por el propio Lorenzo? La sensación de que alguien movía los hilos en la sombra era cada vez más clara para él.
Mientras tanto, la tensión emocional también alcanzaba a Catalina y Pelayo. Tras semanas de evasivas, silencios y falsas promesas, Pelayo finalmente se comprometía verbalmente con Catalina. Sus palabras sonaban sinceras, llenas de una emoción contenida por demasiado tiempo. Pero para Catalina, ya no bastaban las palabras: necesitaba hechos. Estaba cansada de esperas y de ilusiones rotas.
Su embarazo era cada vez más evidente y la presión social se hacía insoportable. Catalina exigía una fecha de boda concreta, un paso firme que le devolviera su dignidad. Pelayo, por mucho que afirmara estar dispuesto, seguía esquivando la responsabilidad. No fue hasta que Catalina se quebró emocionalmente que él pareció reaccionar. ¿Será capaz finalmente de estar a la altura de sus promesas?
Mientras tanto, una nueva figura entraba en escena: Ana. Su ascenso desde el servicio a los salones nobles fue tan repentino como inquietante. Aunque fue recibida con calidez por la familia Luján, la realidad escondía intenciones ocultas. Cruz la había llevado allí no por compasión, sino como parte de un plan calculado. Ana estaba encerrada en un lujo frío y distante, una jaula de oro que poco tenía de libertad. Su soledad era palpable.
Su nuevo estatus también alteró el ambiente entre los sirvientes. Algunos, como Candela o Teresa, se debatían entre la alegría por su amiga y la tristeza de haberla perdido. Petra, fiel a su estilo irónico, comentó que Ana ya era “de otro nivel”. Sin embargo, la emoción contenida entre las criadas reflejaba un dolor silencioso, la sensación de que nada volvería a ser como antes.
El padre Samuel, lejos de apaciguar los ánimos, avivó el fuego con sus comentarios venenosos. Insinuó que Ana ya no pertenecía al mismo mundo, que la diferencia entre clases era un abismo insalvable. Sus palabras sembraron dudas, provocando desconfianza incluso entre aquellos que antes la adoraban. ¿Estaba realmente Ana cambiando o todos estaban siendo manipulados?
Y como si todo esto no fuera suficiente, estalló un nuevo escándalo: había desaparecido una cruz preciosa del palacio. La alarma se propagó por la finca y todos comenzaron a sospechar unos de otros. Pero solo María Fernández sabía la verdad: había visto con sus propios ojos al padre Samuel robarla. Sin embargo, el miedo era más fuerte que su sentido de la justicia. Calló, incapaz de afrontar las consecuencias que esa verdad podría acarrear.
Junto a Teresa y Vera, María intentó fingir normalidad mientras hablaban de la misteriosa desaparición. Pero también les preocupaba el comportamiento cambiante de Ana. Teresa confesó, con el corazón en la mano, que ya no reconocía a su amiga. “Hay algo distinto en ella”, dijo, “como si una sombra le hubiera caído encima”.
En medio de esta atmósfera tensa, enrarecida y cada vez más peligrosa, todos en La Promesa comenzaban a darse cuenta de que estaban viviendo un momento crucial. Las decisiones que se tomaran ahora podrían cambiar para siempre el destino de cada uno de ellos.
Cruz, cegada por el orgullo, se dirigía sin frenos hacia un conflicto con consecuencias imprevisibles. Alonso, desesperado, intentaba detenerla antes de que fuera demasiado tarde. Catalina exigía el respeto y el compromiso que le correspondía. Ana, encerrada en su nuevo rol, luchaba por conservar su identidad. Y el padre Samuel, con sus manipulaciones, echaba leña a una hoguera que amenazaba con devorarlo todo.
¿Podrán salir indemnes de esta tormenta? ¿O La Promesa está condenada a convertirse en ruinas, arrastrada por el orgullo, el miedo y la venganza?
No te pierdas los próximos episodios para descubrirlo.