La historia en La Promesa toma un giro inquietante esta semana, con una serie de eventos que alteran la frágil calma que reinaba en el palacio. Desde la llegada de un retrato perturbador de doña Cruz Izquierdo, la marquesa ausente, hasta las tensiones entre los personajes que solo van en aumento, el palacio se ve envuelto en una tormenta de emociones y secretos.
Todo comienza con la llegada de una pintura hiperrealista, colocada estratégicamente en el gran salón del palacio. Un retrato de Cruz que parece observar a cada persona que cruza la estancia, su mirada fría y acusadora dejando una sensación de malestar en todos los que la observan. Este cuadro, lejos de ser un simple retrato de la marquesa, es una representación de su poder absoluto, un recordatorio constante de su control sobre todos en la finca.
El caos no tarda en desatarse cuando los sirvientes y los habitantes del palacio comienzan a reaccionar a la imagen. La noticia de la pintura corre rápidamente entre los sirvientes, con Candela temblando mientras menciona la presencia de la marquesa en la obra, como si nunca se hubiera ido. Ángela, la gobernanta, es la más firme en su creencia de que la pintura está maldita, un presagio de desastre por venir.
La reacción más visceral, sin embargo, es la de Manuel, el joven marqués. Al ver el retrato de su madre, la mujer que considera responsable de la muerte de Yana, su dolor es insoportable. La imagen de Cruz lo atormenta, como un recordatorio constante de su pérdida y el odio que siente hacia ella. Es un dolor que lo consume, una herida abierta que no deja de sangrar. En medio de este tormento, es apoyado por Enora y Toño, quienes tratan de calmarlo, aunque la sombra de la marquesa parece seguir acechando en cada rincón.
Pero la situación se complica aún más cuando el nuevo mayordomo, Cristóbal, hace su entrada. Su presencia es imponente, fría y controladora. Su primer acto es dejar claro que nadie puede tocar el retrato, que debe permanecer donde está, sin importar las protestas. No solo eso, sino que también establece nuevos turnos para las comidas, dividiendo aún más a los sirvientes y creando un ambiente aún más tenso.
Martina, por su parte, no puede soportar la presencia de la pintura. La imagen de su tía, la mujer que intentó arruinarle la vida, es una afrenta constante que la atormenta. Le pide a su primo Curro que la quite, pero él, por su parte, parece fascinado y repulsado al mismo tiempo. Es una mezcla de emociones que solo aumenta la tensión entre ellos.
La situación se intensifica aún más cuando, en un arranque de desesperación, Martina pierde el control y se desmaya al estar frente al retrato. La noticia de su desmayo corre rápidamente, intensificando aún más el caos y las preocupaciones del servicio. La pintura no es solo un objeto; tiene un poder oscuro que parece afectar a todos de diferentes maneras.
Pero el caos no se limita solo a los pasillos del palacio. El varón de Valladares, un personaje cuya amenaza sigue pesando sobre la finca, comienza a exigir que se cumplan nuevas condiciones laborales para los jornaleros, lo que pone aún más presión sobre la ya tensa situación. Martina, furiosa al descubrir que Catalina conocía el plazo para negociar y no le había informado, confronta a su prima, y una grieta aún más profunda se abre entre ellas.
El caos continúa con un descuido de Pía, la doncella, quien olvida entregar una carta importante a Cristóbal. La reprimenda que recibe es fría y aterradora, y el nuevo mayordomo deja claro que cualquier error tendrá consecuencias graves. El misterio que rodea a Cristóbal se intensifica, pues su control sobre la finca parece estar cada vez más absoluto.
Mientras tanto, en el hangar, Toño y Enora comienzan a acercarse, descubriendo una conexión especial entre ellos. Aunque sus momentos de felicidad son breves, en medio de todo el sufrimiento que rodea la finca, es un rayo de luz que les da esperanza para un futuro diferente. Manuel, en su dolor, les ofrece un consejo valioso, reconociendo el valor de las personas que, a pesar de las dificultades, logran encontrar algo hermoso.
Pero no todo es tan sencillo. La sombra de la traición se cierne sobre Manuel cuando descubre que Leocadia, la empresaria con la que está negociando, ha estado en contacto con Pedro Farré, su rival de negocios. La traición es amarga, y Manuel toma una decisión drástica: cancela el acuerdo, demostrando por fin que está tomando el control de su propio destino.
La tensión sigue creciendo, y en medio de todo, el misterio en torno al retrato maldito sigue sin resolverse. Cuando el cuadro finalmente es encontrado destruido, con el rostro de Cruz desfigurado y su mirada rota, las sospechas sobre quién lo hizo comienzan a volar en todas direcciones. Cada personaje se convierte en sospechoso, y el ambiente se vuelve aún más peligroso.
Mientras tanto, en el patio, María Fernández finalmente recibe noticias de Samuel. Sin embargo, lo que parecía ser el regreso esperado de su amor se convierte en una visión aterradora. Samuel, el hombre al que amaba, ha regresado, pero no es el mismo. Su apariencia y su comportamiento están marcados por una frialdad inquietante que deja a María con más preguntas que respuestas. La pesadilla que parecía haber terminado acaba de comenzar.
La semana en La Promesa se cierra con más preguntas que respuestas, y el futuro de todos los personajes parece cada vez más incierto.