En el capítulo 348 de Sueños de libertad, el drama empresarial se intensifica cuando la figura de María vuelve a colocarse en el centro de la tormenta. Esta vez, no es su estado de salud ni sus vínculos personales lo que genera tensión, sino el poder de su voto, capaz de inclinar la balanza en la guerra de intereses que divide a la fábrica. Damián, visiblemente molesto, se abre con Gabriel en una conversación cargada de frustración, resentimiento y traición encubierta.
Todo comienza con una idea que, en apariencia, es inofensiva: Luis propone lanzar una fragancia masculina. Sin embargo, lejos de tratarse de una simple estrategia comercial, la iniciativa se convierte en una trinchera más en la batalla por el control de la fábrica. Damián no tarda en sospechar que Pedro apoya el proyecto no por interés real en la propuesta, sino por puro deseo de llevarle la contraria. Para él, este nuevo movimiento es un ataque directo a su autoridad, un intento de socavar su influencia y dejarlo como una figura decorativa en el organigrama empresarial.
Gabriel intenta mantener la calma y actuar como mediador. Le pregunta a su tío si hay algo que pueda hacer para ayudar. Damián es claro, casi cortante: “Necesito el voto de María.”
La mención del nombre de María cambia la energía en la conversación. Gabriel recuerda que en el pasado reciente, María se alineó con Damián, permitiendo incluso su incorporación a la empresa y frustrando los planes de Pedro. Parecía, en aquel entonces, que María estaba de su lado, velando por los intereses de Julia, la heredera de Jesús. Pero lo que Damián revela a continuación es un verdadero jarro de agua fría.
Con una mezcla de rencor y decepción, Damián confiesa que María ya le ha confirmado que votará a favor de Pedro y los Merino. Gabriel queda desconcertado. ¿Cómo es posible que haya cambiado de postura? ¿Qué ha provocado ese giro?
Damián, incapaz de ocultar su enojo, lanza una acusación cargada de amargura: María vuelve a sus viejas costumbres, dice, jugando a dos bandas, actuando bajo el disfraz de neutralidad cuando en realidad busca su propio beneficio. Para Damián, lo peor de todo es que, mientras ellos la cuidan en casa, la empujan en silla de ruedas, la atienden en todo… ella “hará lo que le dé la gana” sin tenerlos en cuenta. La califica, sin tapujos, como una mujer “muy enrevesada”, una pieza difícil de leer en el tablero de ajedrez empresarial.
La conversación entre tío y sobrino destapa algo más que un conflicto de intereses. Damián se siente traicionado no solo como empresario, sino como miembro de la familia. Cree que desde que María recibió la representación legal de Julia —herencia directa de Jesús— ha estado cada vez más cerca de Pedro y de la familia Merino, y más lejos de él.
Gabriel, confundido, le pregunta cuál fue exactamente la respuesta de María cuando él le preguntó si aún actuaba pensando en Julia. Damián repite sus palabras con cierta rabia: María le dijo que la idea del perfume masculino le parece estupenda, y que Julia se beneficiaría de ello. En otras palabras, ha encontrado una justificación perfecta para votar como quiere, sin que se le pueda reprochar nada abiertamente.
Esa respuesta es reveladora. María juega bien sus cartas: bajo la excusa de actuar en favor de Julia, logra alinear sus decisiones con quienes más le conviene en cada momento. Para Damián, eso es lo que más le duele. Cree que María se mueve con una inteligencia fría, que actúa como si todo fuera ajedrez, y que cada paso que da está calculado para posicionarse mejor, aunque eso implique dejar atrás a quienes la han apoyado.
La escena termina con Damián sumido en una mezcla de vulnerabilidad y furia contenida. Se da cuenta de que ha perdido una aliada clave en un momento crucial para la empresa. El juego de poder se estrecha y, en esta partida, María ya no está en su bando.
Y aunque la conversación gira en torno a los negocios, lo que subyace es algo mucho más humano: la desilusión de un hombre que creyó tener la lealtad de su familia y se encuentra con que todo puede cambiar por una estrategia empresarial. Damián, por primera vez en mucho tiempo, se siente solo y acorralado, víctima de sus propias decisiones y de las jugadas maestras de quienes lo rodean.
Este capítulo nos deja con preguntas cruciales:
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¿Ha cruzado María una línea definitiva al apoyar a Pedro?
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¿Realmente actúa por el bien de Julia, o está tejiendo su propia red de poder?
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¿Qué consecuencias tendrá este voto para la estructura de la fábrica?
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¿Y hasta dónde llegará Damián ahora que se ve relegado por aquellos en quienes confiaba?
En Sueños de libertad, la familia y el poder se entrelazan de formas impredecibles. Y María, cada vez más firme en su posición, demuestra que no se dejará manipular fácilmente, ni por el pasado ni por la gratitud. El futuro de la fábrica —y de todos sus protagonistas— está en juego, y el tablero se ha vuelto más incierto que nunca.