Una confesión inesperada rompe los hilos del engaño: Curro, incapaz de seguir soportando la carga de una identidad prestada, le revela a Esmeralda la verdad sobre su pasado, desatando una tormenta cuyas consecuencias nadie en La Promesa podrá evitar.
En un hangar impregnado de silencio y tensión, el joven —conocido por todos como Curro de la Mata— se sincera con la gerente de la joyería. Bajo la excusa de hablar sobre la esmeralda y los intentos de robo, confiesa su verdadero origen: no es sobrino de los marqueses, sino Marcos Luján, el hijo de Dolores, la doncella asesinada quince años atrás, y hermano de Jana. Esmeralda, atónita y desencajada, apenas puede digerir el impacto de esa revelación.
Curro no solo le entrega su nombre verdadero, sino que le implora ayuda para rastrear al misterioso comprador de la joya, que podría estar vinculado al atentado que casi le cuesta la vida. La joven joyera, atrapada entre el miedo y una incipiente sensación de responsabilidad, comienza a comprender que su participación en esta historia no fue nunca casual.
Mientras tanto, en los jardines del palacio, Ángela libra una batalla aún más desgarradora: enferma, débil y aferrada a su voluntad de quedarse, se niega a volver a Zúrich. Su madre, Leocadia, persiste en enviarla lejos, sin considerar que su salud se deteriora por momentos. Martina y Curro acuden en su ayuda, encontrándola medio congelada, con fiebre y al borde del colapso. A pesar del cuidado que recibe, Ángela deja claro que preferiría morir en su hogar antes que vivir desterrada.
Lejos de compadecerse, Leocadia observa todo desde una ventana, convencida de que su frialdad es sinónimo de protección. Sin embargo, la intervención inesperada de Lorenzo —el conde de Ayala— introduce una nueva dinámica. Con sus palabras cuidadosamente calculadas, pone en duda la autoridad moral de Leocadia y plantea si no será el carácter libre de su hija lo que verdaderamente la incomoda.
En los pasillos, otra inquietud recorre el ambiente: el mayordomo Rómulo parece prepararse para dejar La Promesa. Su actitud distante, la forma en que empaca sus libros y su aire melancólico no pasan desapercibidos para el servicio. Aunque nadie lo dice en voz alta, todos presienten lo que se avecina. La confirmación llega en silencio, cuando el marqués Alonso lo encuentra despidiéndose simbólicamente del viejo globo terráqueo familiar. No hacen falta palabras: el final de una era se avecina.
En el ala noble, Martina lidia con su propia tormenta doméstica. Su esposo, Jacobo, estalla de celos y frustración, acusándola de anteponer siempre las tragedias ajenas a sus propias necesidades como pareja. La discusión revela heridas profundas: el resentimiento de Jacobo por no haber sido considerado digno del legado familiar, y la impotencia de Martina por no poder atender todos los frentes a la vez. La distancia entre ellos crece, mientras ella se quiebra sola en su habitación, atrapada entre lealtades y promesas que no puede cumplir.
Y si el aire en la casa ya era denso, un nuevo foco de tensión lo hace aún más irrespirable: Catalina y Adriano, aún indecisos ante la propuesta del duque de Cifuentes, comienzan a sentir la presión de una decisión inminente. Mientras Catalina ve en la inversión del duque la única forma de asegurar el futuro de la finca, Adriano teme perder la esencia de su proyecto artesanal. Una nota cortante del duque, dejando entrever que su paciencia se agota, añade urgencia al dilema.
Esa tarde, cada rincón de La Promesa parece respirar conflicto. Desde el joven heredero que deja atrás su máscara hasta la doncella enferma que se aferra a su hogar, todos enfrentan una decisión que marcará sus destinos. La noche cae sobre el palacio como un telón que oculta tanto secretos como peligros, dejando claro que después de este día, nada será igual.
Este jueves, La Promesa entrega uno de sus capítulos más explosivos: confesiones, enfermedades, traiciones y decisiones imposibles. Nadie escapa ileso.
— Spoiler redactado. Aproximadamente 1.000 palabras. ¿Te gustaría que hiciera lo mismo con otros episodios?