La historia da un nuevo y conmovedor giro: Raúl ha tomado una decisión que podría cambiarlo todo. No puede seguir bajo el mismo techo que la mujer que ama, especialmente cuando es ella quien le ha pedido que se aleje. Sin embargo, ¿realmente María lo dejará marcharse tan fácilmente?

El episodio comienza con Raúl caminando hacia la habitación de María. Tiene algo importante que decirle y una despedida pendiente. Al verlo entrar, ella reacciona con frialdad forzada: “Raúl, pensé que ya habíamos aclarado esto.” Pero Raúl, decidido aunque visiblemente afectado, responde con la voz entrecortada: “Lamentablemente, María, ya no volveremos a vernos. Me voy.”

María, confundida y nerviosa, frunce el ceño. Él le explica que ha decidido dejar el trabajo y quería despedirse. Desea que, dentro de lo posible, ella encuentre algo de paz. Pero estas palabras la sacuden. Se incorpora de golpe y, desesperada, dice: “No puedes irte así. Te necesito.” Raúl, dolido, le recuerda que fue ella misma quien le pidió que la olvidara. “Eso es lo que intento hacer.”

Ella lo mira, angustiada. “No entiendes, Raúl. No quise hacerte daño. Tú has sido lo mejor de mi vida, pero no puedo arrastrarte conmigo.” Él se siente descolocado. “¿Me necesitas o quieres alejarme? No tiene sentido.” María rompe en llanto. “No puedo darte lo que mereces. Estoy rota, vacía, y solo me aferro a lo poco que me queda: mi marido. Es lo único que tengo.”

Raúl, conmovido, se arrodilla frente a ella. Le pide que no llore. “Me parte el alma verte así.” María, sincera y vulnerable, le confiesa que lo que vivieron fue real y que le devolvió la vida. “Debería haberte tratado mejor.” Raúl le toma la mano. “María, si tú me quisieras…” Pero ella lo interrumpe: “No puedo permitirme algo tan hermoso. Solo quiero tenerte cerca, aunque sea egoísta.”

Con la cabeza apoyada en su regazo, Raúl la deja acariciar su rostro por última vez. Este momento, cargado de emoción, deja en el aire una gran pregunta: ¿logrará María retener a Raúl? ¿O este encuentro será lo que acabe delatándolos ante Andrés?

En paralelo, Begoña intenta recomponerse tras el devastador final de su relación con Andrés. Siente dolor, sí, pero también un miedo creciente: teme que Andrés vuelva a caer bajo el influjo emocional de María. Decide desahogarse con Damián, en quien ha encontrado una figura de apoyo.

La escena se traslada al salón de la casa, donde Damián toma una copa mientras espera la comida. Begoña llega con una sonrisa discreta y un tono casual. Al preguntarle si la comida está lista, Damián la invita a sentarse a tomar algo con él. Ella acepta, algo vacilante.

Conversan sobre Gabriel de la Reina, el nuevo miembro de la familia. Damián comenta con orgullo que el joven parece valorar el trabajo de la empresa. Begoña dice que parece encantador, aunque con cierto desapego. Lo que ignoran es que Gabriel no es quien aparenta: actúa con amabilidad, pero en secreto filtra información a Brosart, el mayor rival de la familia. Su doble juego podría traer consecuencias devastadoras.

Damián nota la tristeza en el rostro de Begoña y le pregunta si algo le preocupa. Ella responde con un suspiro: “Es Andrés. Me pidió que siga adelante con mi vida… mientras él se queda con María.” Damián la escucha en silencio. “Ya sabes lo que pienso sobre eso,” le dice. Begoña baja la mirada. “Lo sé. Supuse que incluso te alegrarías de que lo nuestro terminara.”

Pero Damián niega rotundamente. “Jamás me alegraría de tu sufrimiento. Lo vuestro era un amor verdadero, aunque mal encaminado.” Begoña interviene con tristeza: “Fue el único camino que tuvimos. Lo único que nos detenía era no hacerle daño a Julia. Pero tarde o temprano, el tiempo lo habría desvelado todo.”

Damián, resignado, afirma que ahora ya no es el tiempo quien decide, sino María. Begoña, con firmeza, declara que la separación es definitiva. “No hay esperanza.”

Damián reflexiona. Cree que, aunque dolorosa, esta ruptura podría ser lo mejor para ella. “Eres joven, estás libre, tienes toda la vida por delante.” Pero Begoña lo interrumpe: “¿Y Andrés? ¿Esa es la vida que quiere para su hijo? Un matrimonio sin amor, encadenado a la culpa…”

Damián, con pesar, le recuerda que Andrés está casado y por eso vivirá condenado a la infelicidad. Pero Begoña lo mira con determinación: “Usted es su padre, Damián. Y aún así sabe que no puede ser feliz así. Y yo tampoco.”

El silencio los envuelve hasta que se oyen gritos desde el segundo piso. Ambos se levantan alarmados. La escena que presencian es estremecedora: Andrés carga a María en brazos, intentando sacarla de la habitación. “María, por favor, no puedes seguir encerrada. No te hace bien.” Ella se resiste, entre lágrimas: “¡Déjame en paz! ¡No quiero ver a nadie!”

Begoña observa desde abajo, desgarrada. Luego, sin decir más, murmura: “¿Esa es la vida que quiere para su hijo?” Y se marcha, dejando a Damián en silencio, visiblemente afectado.

En ese instante, por primera vez, Damián se permite dudar. El futuro de Andrés se le presenta como un pozo de tristeza del que no sabrá cómo salir. Carga con una culpa que lo está consumiendo, y todo apunta a que lo peor está aún por venir.