El próximo capítulo de Sueños de libertad nos trae un cóctel emocional que arranca con una mañana aparentemente tranquila en la casa de los Reina, pero que poco a poco va desvelando las tensiones ocultas, las sospechas larvadas y los enfrentamientos que podrían cambiar el destino de sus protagonistas.
Marta y Pelayo desayunan en el comedor, compartiendo impresiones sobre la actitud de Andrés, que sigue dedicándose por completo al cuidado de María tras su accidente. Marta, aunque reconoce la entrega de su hermano, empieza a preocuparse por su futuro profesional, preguntándose cuándo retomará sus obligaciones en la fábrica. Sin embargo, es otro tema el que comienza a inquietarla aún más: Gabriel. Pelayo lanza una advertencia sutil pero firme sobre el recién llegado primo, cuya actitud no termina de convencerle. Según él, Gabriel mostró demasiado interés por el laboratorio durante una visita reciente, al punto de casi colarse en la zona restringida donde se preparan las fórmulas más confidenciales. Pelayo sospecha que podría no ser quien dice ser y que tal vez esté espiando a la familia para la competencia.
Aunque Marta defiende a su padre y afirma que la historia de Gabriel coincide con la de su tío desaparecido, la duda empieza a sembrarse. La conversación se ve interrumpida cuando el mismo Gabriel baja las escaleras y se une a ellos con una actitud relajada y encantadora. Les cuenta que trabaja para una empresa importante de importación y exportación llamada “La Atlántica”, aunque su tono desenfadado y evasivo sigue sin disipar del todo las sospechas de Pelayo.
Mientras tanto, en otro rincón de la casa, la tensión emocional alcanza niveles alarmantes. Andrés intenta animar a María llevándola al jardín para que reciba algo de sol. Pero María, atrapada en su nueva realidad, se siente impotente, sola y vulnerable. La idea de quedarse sin Andrés la angustia profundamente. Aunque Manuela intenta calmarla ofreciéndole una campanilla para llamarla si necesita algo, María estalla emocionalmente, incapaz de soportar la idea de estar indefensa. Andrés, al verla tan afectada, decide cancelar su ida a la fábrica y quedarse con ella. María, conmovida, encuentra en ese gesto un rayo de consuelo.
Más tarde, María se encuentra sola en el jardín, cuando aparece Damián con su sonrisa envenenada y su aparente cortesía. Finge interés por su bienestar, pero pronto revela su verdadero objetivo: proponerle que se interne temporalmente en un sanatorio especializado. Según él, sería lo mejor para que reciba cuidados continuos y recupere su independencia. María, horrorizada, comprende al instante que se trata de un intento más por apartarla de la familia. El recuerdo de cómo intentaron echarla de la casa antes de su accidente aún está fresco, y la propuesta de Damián no hace más que confirmar sus peores temores.
La discusión entre ellos se vuelve feroz. María no duda en enfrentarlo con sarcasmo y rabia, mientras Damián se escuda en supuestas buenas intenciones. Pero sus palabras son cuchillos disfrazados de compasión. Llega incluso a decirle que piensa en el bien de Andrés, que necesita tiempo y espacio para ocuparse de sus tareas en la fábrica. María no puede creer lo que escucha: que alguien se atreva a sugerir que su marido debe deshacerse de ella por conveniencia. La idea del sanatorio le resulta repulsiva, un símbolo del abandono disfrazado de cuidado. Le exige a Damián que se marche inmediatamente, que no vuelva a hablar de ello. Él, antes de irse, le pide que al menos lo piense, dejando tras de sí un silencio cargado de tensión.
Minutos después, Andrés aparece con un café, sin saber que su padre ha estado allí. Al ver a María llorando, se preocupa profundamente. Ella, dolida, le pregunta si la idea del sanatorio fue suya. Andrés se queda perplejo. Jura que no sabe nada del asunto, que su padre no le ha comentado absolutamente nada, y que jamás tomaría una decisión así sin hablarlo antes con ella. María llora desconsoladamente, sintiéndose traicionada, no por Andrés, sino por el entorno que la rodea.
Andrés la abraza y le promete que no permitirá que nadie la aleje de la casa. Le asegura que está con ella por amor, no por obligación, y que no se siente atrapado. María, rota por dentro, le pregunta si es egoísta por necesitarlo tanto. Él le responde con ternura: “No es egoísmo. Eres mi mujer. Estoy aquí porque quiero estar contigo”. El momento es profundo y sincero. Andrés trata de hacerle entender que nada ni nadie podrá separarlos, y que si su padre ha actuado sin consultarlo, él mismo se encargará de frenarlo.
El episodio nos deja con una escena cargada de emoción: María, en silla de ruedas, sintiéndose vulnerable, mientras lucha por no perder su lugar en una casa que ha dejado de parecerle suya. Andrés, decidido a defenderla. Damián, tejiendo su tela de araña. Y Gabriel, el primo misterioso, cuya sombra empieza a alargarse peligrosamente sobre los Reina.
Todo apunta a que el capítulo 332 será un punto de inflexión en Sueños de libertad, con más de un secreto por estallar y decisiones que podrían tener consecuencias irreversibles. Porque en esta historia, nadie está a salvo… y la libertad cuesta más que nunca.