Después de desvelar su verdadera identidad ante Esmeralda, Curro debe asumir las repercusiones de haber expuesto tanto sus pesquisas como las de Lope en la Joyería Llop.
A pesar de creer que esa confesión les abriría puertas, la gerente se mantiene inflexible y no revela ni un ápice de información que pueda poner en peligro sus negocios.
Lope reprocha a Curro su imprudencia: enfrentarse a una firma de tal prestigio puede acarrearles graves consecuencias y pone en juego su seguridad.
Sin embargo, Curro no retrocede; comprende que ya ha cruzado un punto de no retorno y que de este choque podría surgir la clave para resolver el asesinato de Jana.
Mientras tanto, Ángela empeora visiblemente y las alarmas se extienden desde la servidumbre hasta los aposentos nobles: su protesta a la intemperie está cobrando factura en su salud.
Incluso Lorenzo, habitualmente imperturbable, muestra inquietud y sugiere a Leocadia reconocer el coraje de su hija en lugar de castigarla por su rebeldía.

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En paralelo, los rumores de la próxima partida de Rómulo cobran fuerza en el servicio, y sorprendentemente alguien de la alta nobleza capta sus intenciones antes de que él mismo las confiese.
La tensión alcanza su punto álgido cuando Jacobo, ante don Lisandro, insinúa que Adriano y Catalina podrían rechazar el condado que les ofrece el duque, un desaire que Lisandro no está dispuesto a olvidar.
Martina, al percatarse del daño que ha causado la insinuación de Jacobo, lo reprende duramente por haber puesto a toda la familia en un brete ante el duque.
Encolerizado, Lisandro cuestiona la autoridad de Alonso como marqués: si no es capaz de influir en su propia hija y en su yerno, ¿cómo mantendrá el prestigio de su linaje?
Ante la amenaza de posibles represalias, especialmente contra los pequeños Rafaela y Andrés, los Luján se afanan en persuadir a Catalina y Adriano para que acepten el título que el duque les ofrece, convencidos de que una negativa desataría consecuencias irreparables.