La conversación entre Marta y Pelayo comienza con un aire casual, pero en cuestión de minutos se transforma en un enfrentamiento cargado de emociones y verdades a medias. Marta lo cuestiona sobre su ausencia en la fábrica, y aunque Pelayo intenta justificarse con asuntos de trabajo, ella no se deja engañar. Lo enfrenta con la pregunta que él teme responder: ¿Estás evitando a Darío?
Pelayo vacila antes de admitir que quizás tenga razón. Trata de minimizar la importancia del pasado, afirmando que Darío y él ya no son los mismos y que el tiempo los ha convertido en extraños. Pero Marta no lo deja escapar tan fácilmente. Conociéndolo bien, le insiste en que si se diera la oportunidad, esos viejos sentimientos regresarían.
Él se aferra a su vida actual, recordándole a Marta que está casado y que ama a su esposa. Pero sus palabras llevan un tono sarcástico que no pasa desapercibido. Entonces, Marta saca un pequeño regalo de parte de Darío. Pelayo, intrigado, lo abre y descubre un frasco de perfume. En cuanto el aroma lo envuelve, su expresión cambia.
El perfume lo transporta a un momento que creía enterrado: una noche lluviosa en una cabaña de pastores, el primer beso con Darío, el aire impregnado de madera húmeda y jacinto. El recuerdo es tan vívido que por un instante, su máscara de indiferencia se desmorona. Marta lo observa con ternura y le dice lo que él se niega a aceptar: Aún sientes algo por Darío.
Le anima a no dejar que el miedo le arrebate la oportunidad de descubrir si aún queda algo entre ellos. Pero Pelayo se aferra a sus temores, recordando cómo Darío lo buscó primero en su casa y ahora le envía este perfume. Le preocupa lo que dirán los demás, lo que podría pasar con su carrera, su reputación.
Marta, con serenidad, le recuerda que ella misma tuvo miedo de sus sentimientos por Fina, pero aprendió que la vida es para vivirla. Finalmente, Pelayo se rinde ante la verdad más profunda, dejando caer todas sus barreras. Con voz queda, responde: ¿A qué más debería temer, si no es a amar de verdad?