El destino ha vuelto a poner a prueba a Catalina en La Promesa, y lo ha hecho de la forma más dura y dramática posible. Lo que parecía una alegre llegada al mundo de su primera hija se transforma en una montaña rusa de emociones, peligros y revelaciones que lo cambiarán todo, no solo para ella, sino también para Adriano y toda la finca.
Todo comienza con una discusión inesperada entre Catalina y Adriano en el hangar. Las palabras de él son tajantes, agotado por los constantes desplantes de una Catalina irritable, que parece ya no ser la misma joven dulce que conocimos. Pero lo que ninguno imagina es que esa discusión desatará una cadena de eventos que marcarán la historia de La Promesa. Catalina, conmovida, se lanza a correr por los jardines, visiblemente alterada, sin abrigo, sin rumbo, hasta que de pronto rompe aguas en mitad del campo.
Por suerte, la señorita Ángela la ve y da la voz de alarma. Curro, siempre dispuesto a ayudar, se une a la búsqueda. Gracias a esa casualidad, logran asistirla en uno de los momentos más delicados de su vida: el nacimiento de su hija. Carmencita —nombre que muchos esperamos en homenaje a Doña Carmen, la madre de Catalina— llega al mundo sana y fuerte. Pero la alegría dura poco.
Catalina pierde el conocimiento tras el parto y comienza la verdadera pesadilla: el segundo bebé aún no ha nacido, y las contracciones han desaparecido. El doctor Ferrer es llamado con urgencia mientras Adriano, alertado por la familia, llega al lugar justo a tiempo para tomar entre sus brazos a la mujer que ama, sin saber todavía la verdad que está a punto de cambiar su vida.
La escena es poderosa: Catalina, inconsciente, entre la vida y la muerte; Adriano, desesperado, sin saber que esa criatura que acaba de nacer es su hija. Y es justo entonces cuando todo podría torcerse aún más. El doctor Ferrer no trae buenas noticias: Catalina está débil, el parto se ha detenido y la vida tanto del bebé como de la madre pende de un hilo. Las sombras se ciernen sobre el palacio.
Y sin embargo, en medio de la oscuridad, hay una chispa de esperanza. Catalina, al despertar, ve a Adriano a su lado. Y decide que es momento de decir la verdad. Sí, Adriano, tú eres el padre. La revelación cae como un trueno, pero para Adriano, noble y entregado como es, no cambia nada: su amor por Catalina es sincero, y ahora que sabe que esos niños son suyos, su determinación por quedarse será más firme que nunca.
Este giro lo cambia todo. Pelayo, con sus títulos nobiliarios y su cobardía, queda definitivamente atrás. Adriano, el hombre sencillo pero valiente, toma su lugar como verdadero compañero de Catalina y como padre de sus hijos. La posibilidad de una nueva familia se dibuja en el horizonte, aunque todo pende de un delicado equilibrio.
¿Sobrevivirá Catalina? ¿Nacerá sano el segundo bebé? La incertidumbre es total. Como en toda gran telenovela, el drama está servido. La medicina en 1916 no tiene los recursos de hoy, y el riesgo es real. Pero también lo es el amor, la fuerza que ha mantenido a Catalina en pie durante tanto tiempo.
Mientras todos esperan noticias en el palacio, Adriano permanece firme, decidido a no moverse del lado de Catalina. Porque más allá del drama, lo que esta historia nos deja es un mensaje de esperanza: incluso en los momentos más oscuros, el amor puede ser la luz que nos guía.
Con Carmencita en brazos y una verdad finalmente revelada, La Promesa entra en una nueva etapa. Nos esperan capítulos llenos de emoción, ternura, y tal vez una nueva oportunidad para la felicidad.
¿Será este el comienzo del renacer de Catalina y Adriano como familia? ¿O el destino todavía guarda una última tragedia? Una cosa es segura: esta historia aún no ha terminado. Y los corazones de los espectadores siguen latiendo con fuerza al ritmo de La Promesa.