“A mí se me va la alegría del cuerpo en cuanto lo veo…”
Con esas palabras, Ángela desnuda el dolor que arrastra cada día desde que fue destinada al servicio del capitán Lorenzo de la Mata. Detrás del uniforme y las paredes nobles del palacio, se esconde una historia de acoso, silencios impuestos y una lucha interna por no rendirse ante el abuso.
Lorenzo no solo es un hombre de poder, sino alguien que disfruta ejerciéndolo con crueldad. Trata a Ángela con un desprecio absoluto, utilizándola como válvula de escape para sus frustraciones, sin reparos ni empatía. Y lo más inquietante: no está solo. Ha llamado a sus amigos, hombres cortados por la misma tijera, quienes llegan al palacio con intenciones claramente siniestras.
Entre ellos está don Facundo, marqués de Andújar. Su sola presencia destila amenaza. Desde el primer momento en que posa los ojos sobre Ángela, se siente que algo no va bien. No la ve como una persona, sino como un objeto de diversión. Y lo peor: Lorenzo lo sabía y aun así lo permitió.
Pero en esta ocasión, Ángela no se esconde. En el corazón de la fiesta, mientras las luces brillan y las sonrisas falsas decoran los pasillos, ella decide que no se dejará pisotear más. El encuentro con Facundo será tenso, desafiante, y mostrará una faceta nueva de la joven: la fuerza de quien, pese al miedo, elige resistir.
Curro, que ha sido testigo en más de una ocasión de los abusos, se convierte una vez más en su ángel guardián. No duda en intervenir cuando la situación se descontrola. Su lealtad y cercanía con Ángela se intensifican, y entre ambos empieza a tejerse una complicidad cada vez más evidente… pero también peligrosa. Porque Leocadia, la madre postiza de Ángela, no ve con buenos ojos esta relación. Tiene otros planes, otras alianzas, y Curro no encaja en su esquema de poder.
La tensión en la fiesta es tan palpable como el perfume caro que inunda el aire. Mientras Adriano, nervioso y desbordado, comete errores frente a la alta sociedad, el personal de servicio lucha por mantener la compostura. Petra Arcos, recién reincorporada, aprovecha cualquier ocasión para sabotear el ambiente, sobre todo el trabajo de María Fernández, a quien parece tener entre ceja y ceja.
Pero el drama no termina ahí. La desaparición de Esmeralda, encargada de la joyería, sigue sin resolverse. ¿Qué descubrió antes de esfumarse? ¿Fue silenciada por quienes temían que revelara secretos peligrosos? Todo apunta a una red de poder y corrupción más profunda de lo que imaginábamos.
La historia de Ángela, lejos de ser aislada, se suma a un patrón repetido en La Promesa. Ya lo vimos con Vera, víctima de amenazas y chantajes. Lo que cambia ahora es el tono: más oscuro, más directo, más inquietante. Porque ya no hablamos solo de amenazas veladas, sino de un abuso sistémico que se oculta bajo el protocolo y las apariencias.
Y sin embargo, en medio del miedo, emerge la valentía. Ángela representa a todas esas voces jóvenes que se atreven a romper el silencio. Su lucha no solo es contra Lorenzo o Facundo, sino contra todo un sistema que normaliza el abuso de poder.
¿Será suficiente con alzar la voz? ¿O necesitará algo más que coraje para sobrevivir en un palacio donde los enemigos no siempre llevan uniforme?