En los próximos episodios de La Promesa, un giro impactante cambiará por completo el destino de los personajes. La aparente calma que rodeaba la vida del marqués Alonso se verá sacudida cuando, tras semanas de cercanía emocional con Leocadia, una mujer aparentemente leal y entregada, se revele su verdadera cara. Todo comienza con una serie de atenciones y gestos de cariño por parte de Leocadia, quien se muestra incondicional hacia Alonso en los momentos más oscuros de su vida. Con palabras dulces, regalos cuidadosamente seleccionados, y una presencia constante, ella logra ganarse poco a poco la confianza y el afecto del marqués, quien termina cediendo emocionalmente ante su compañía.
Aprovechando su vulnerabilidad, Leocadia teje una red de manipulación bien calculada. Sutilmente, comienza a sembrar dudas sobre Cruz, la esposa encarcelada de Alonso, insinuando que su ausencia y sus errores la han dejado fuera de juego. Ella se presenta como la compañera ideal, insistiendo en que merece un lugar real y visible en la vida del marqués. Frente a las dudas de Alonso, Leocadia no se detiene: lo presiona emocionalmente, hasta lograr que él prometa pedir el divorcio.
Convencida de su inminente victoria, Leocadia se siente ya dueña del palacio. Ordena arreglos, organiza cambios en la casa, y se comporta como si el título de marquesa ya le perteneciera. Pero su plan perfecto comenzará a desmoronarse cuando Cruz, en libertad provisional, regresa sorpresivamente al palacio. Su aparición genera conmoción, y el enfrentamiento entre ambas mujeres no tarda en estallar. Cruz acusa a Leocadia de haberla incriminado y, aún peor, de haberse acercado a Alonso con intenciones ocultas. La tensión entre ambas se eleva hasta el punto de quiebre.
Paralelamente, Alonso, aún bajo el embrujo emocional de Leocadia, está a punto de salir a una finca cercana cuando algo lo hace detenerse. Al subir al coche que Leocadia le había regalado, nota un ruido extraño. Al inspeccionar el vehículo descubre que los frenos han sido manipulados: los cables están cortados y ocultos bajo una tela. El hallazgo es tan grave que no hay espacio para dudas. Inmediatamente, Alonso busca la confirmación de un mecánico de confianza y la respuesta es clara: se trataba de un sabotaje, un intento de asesinato cuidadosamente planificado.
La revelación lo deja en shock. Solo una persona tenía acceso a ese coche, y también razones para querer eliminarlo: Leocadia. Esa misma noche, durante una cena con toda la familia reunida —incluida Cruz—, Alonso hace una confesión pública. Se pone de pie, copa en mano, y declara que estuvo a punto de cometer el error más grande de su vida al confiar en alguien que, ahora lo sabe, intentó matarlo.
Al escuchar su nombre, Leocadia palidece. Intenta defenderse, pero el marqués la interrumpe con voz firme: la acusa directamente de atentar contra su vida por ambición, poder y deseo de ocupar un lugar que no le corresponde. En ese instante, entra el sargento acompañado de Ricardo y dos guardias. Ante todos, Alonso ordena su detención. La mujer, ahora desenmascarada, grita que es inocente, que todo es una trampa y que él aún la ama. Pero nadie le cree. Su máscara ha caído. Mientras se la llevan, ella jura vengarse, pero ya nadie la escucha.
Cruz, testigo de la escena, se mantiene serena, sin necesidad de decir una palabra. Solo observa cómo la justicia comienza a devolverle su lugar. Alonso, aún atónito, se acerca a ella y le ofrece hablar. Ella acepta. Y aunque el daño entre ellos ha sido profundo, algo nuevo —más fuerte— comienza a renacer en ese momento. Todos los presentes lo sienten: la verdadera marquesa está de regreso.