En el capítulo 322 de Sueños de libertad, una nueva pieza entra al tablero laboral de la Fábrica de Perfumes de la Reina: Cristina Ricarte, una joven brillante, entusiasta y decidida, que se atreve a postularse para un puesto en un entorno dominado por la experiencia y la tradición. Lo que parecía una entrevista más se convierte en un choque entre la promesa de la juventud y el peso de los años de oficio.
La escena arranca con Cristina presentándose ante don Luis Merino, una de las figuras clave en la jerarquía de la fábrica. Con educación y aplomo, se identifica como la candidata recomendada por don Damián de la Reina, lo que de inmediato capta la atención de don Luis. Este la invita a sentarse, y con formalidad, da inicio a una conversación que se revelará tan tensa como reveladora.
Luis, con gesto amable pero tono firme, deja en claro que ha leído con atención el expediente académico de Cristina. Le reconoce méritos sobresalientes: una media brillante en la carrera de Química, especialización en termoquímica y una inteligencia evidente. Sin embargo, en cuanto los elogios se disipan, llega la advertencia que ensombrece las expectativas de Cristina: “Lo único… es que por desgracia aquí necesitamos a alguien con cierta veteranía, y usted carece de experiencia laboral”.
Es una frase que golpea, pero Cristina no se rinde. Con franqueza admite que terminó la universidad hace apenas unos meses. No lo oculta, lo asume, pero no lo considera una debilidad. Luis, no obstante, insiste. Le explica que, por muy impresionante que sea su formación, el trabajo en la fábrica es exigente, implacable, y no permite pausas para la formación de personal nuevo. Las fragancias no esperan, los pedidos se acumulan y la maquinaria de la producción no se detiene.
Cristina respira hondo. No se deja abatir. Sabe que está frente a una oportunidad que podría cambiar su vida y no está dispuesta a dejarla escapar sin pelear. Reconoce con honestidad que no domina el sector, que no es experta en perfumería, pero que sí conoce a fondo los productos de la marca. Explica con detalle cómo su familia ha sido fiel a las fragancias de la Reina durante generaciones. Habla del perfume favorito de su madre, de sus propias preferencias, de cómo la esencia de esa marca ha formado parte de su hogar desde siempre.
Don Luis escucha. No la interrumpe. Pero sus palabras siguen siendo firmes: “Comprar productos no es lo mismo que crearlos”. El comentario, aunque cortés, es una barrera. Una más.
Cristina, sin embargo, no se derrumba. Con voz decidida y una mirada que mezcla ilusión con temple, subraya que sus conocimientos en química no son solo títulos en un papel. Habla con pasión de la fijación de fragancias, de cómo su formación científica podría ser útil en áreas clave del proceso creativo. No se presenta como una aprendiz indefensa, sino como alguien que, aunque nueva, puede ser un activo para el equipo si le dan una oportunidad. Su disposición a aprender, a adaptarse, a convertirse en una pieza valiosa de la fábrica, es evidente.
Pero Luis sigue anclado en una realidad difícil de sortear: la falta de experiencia pesa más que cualquier título. Aunque reconoce la pasión y entrega de Cristina, sus palabras finales resuenan con fuerza y una fría lógica empresarial: “Es cierto, no eres una experta en este sector”. Y con esa frase, la puerta que Cristina tocaba con ilusión queda entreabierta, pero sin promesas.
Este encuentro no solo revela la complejidad del mundo laboral que enfrentan los jóvenes recién graduados, sino también las tensiones internas de una fábrica que, bajo la apariencia de tradición y éxito, está cerrando las puertas a nuevas miradas y energías renovadas. Cristina representa esa generación que quiere abrirse camino, mientras que Luis simboliza la resistencia de un sistema que valora más la experiencia que la innovación.
¿Qué decidirá la empresa? ¿Pesará más la recomendación de don Damián o la lógica fría de don Luis? ¿Cristina logrará, con su insistencia y talento, encontrar una grieta por donde colarse y demostrar su valor? En Sueños de libertad, cada encuentro, cada palabra, cada mirada es un campo de batalla donde se decide mucho más que un empleo: se juega el futuro, el sueño de independencia, la posibilidad de una nueva vida.
Este capítulo, aparentemente centrado en una simple entrevista, está cargado de subtexto. La lucha de clases, el elitismo del mundo empresarial, el valor del mérito frente a la tradición… Todo está ahí, envuelto en el diálogo entre una joven brillante y un empresario acostumbrado a las reglas del juego de siempre.
Y mientras tanto, en la sombra, Marta y Fina observan. ¿Qué papel jugarán ellas en esta historia? ¿Respaldarán la llegada de una nueva figura como Cristina, o verán en ella una amenaza al equilibrio que han logrado construir?
Cristina aún no lo sabe, pero en esa entrevista no solo se juega un trabajo: se juega el derecho a soñar, a crecer, a abrirse paso en un mundo que parece diseñado para otros. Y aunque la puerta aún no se ha cerrado por completo, la frase de Luis resuena como un eco amargo: “No eres una experta en este sector”… ¿Pero acaso todos lo fueron alguna vez antes de que alguien apostara por ellos?
No te pierdas el próximo episodio de Sueños de libertad, donde las decisiones del presente marcarán el rumbo de los que aún luchan por encontrar su lugar. Porque a veces, los comienzos más difíciles esconden los caminos más inesperados.