El ambiente en la casa se vuelve cada vez más denso, como si cada palabra pronunciada pesara toneladas. Andrés, con ese tono incisivo que mezcla ironía y sospecha, lanza una pregunta que no solo deja a todos en silencio, sino que abre viejas heridas: “¿Y el primo Gabriel? Pero dime, ¿quién te ha dicho eso?”. Su mirada es afilada, buscando más que una respuesta; quiere una confesión.
La tensión se palpa. No hay lugar para evasivas. Gabriel, que hasta ahora se había mantenido en segundo plano, decide hablar. Lo hace con una mezcla de incomodidad y firmeza: “No, no, no es mentira. Sí, Begoña y yo tuvimos una relación en el pasado…”. La revelación no es un simple comentario, sino una bomba que estalla en medio de todos. El silencio posterior no es de sorpresa, sino de confirmación: algunos ya lo sospechaban, otros apenas comienzan a asimilarlo.
Andrés, sin perder el hilo, lanza la acusación que había estado rondando en su cabeza desde hace tiempo: todo lo que Gabriel está haciendo últimamente, cada gesto, cada movimiento, cada decisión, está motivado por un sentimiento que no puede disimular… celos. Y no unos celos cualquiera, sino esos que arden por dentro al ver a la persona que alguna vez fue tuya compartiendo su vida con otro.
Gabriel intenta aclarar que lo suyo con Begoña fue algo del pasado, un capítulo cerrado… pero sus palabras, aunque firmes, no logran borrar la sombra de duda que Andrés ha sembrado. El ambiente se llena de miradas cargadas de significados ocultos, como si cada uno estuviera repasando mentalmente los gestos y actitudes recientes para reinterpretarlos a la luz de esta confesión.
La conversación, lejos de apaciguar las cosas, abre una grieta que amenaza con convertirse en un abismo. La historia entre Gabriel y Begoña, que supuestamente estaba enterrada, resurge con fuerza, y aunque él insista en que todo terminó, los demás empiezan a preguntarse si realmente es así… o si, en el fondo, hay algo que nunca dejó de latir.
En medio de todo esto, Catalina se da cuenta de que su decisión es más que un simple cambio en su vida; es un mensaje claro a todos los que intentaron subestimarla. Ella no está dispuesta a vivir bajo las reglas que otros le imponen, y si para protegerse debe romper con lo establecido, lo hará sin vacilar.
Lo que nadie sabe es que este movimiento no es el final de su lucha, sino apenas el comienzo. Porque en La Promesa, cada acción provoca una reacción, y las consecuencias de este paso resonarán mucho más allá de lo que cualquiera imagina. Catalina ha puesto en marcha una cadena de eventos que podrían alterar no solo su futuro, sino el de todos los que forman parte de ese intrincado juego de lealtades y traiciones.
Y así, en un instante que pasará a la historia de la serie, Catalina deja atrás la imagen de la mujer que siempre intentaba agradar y mantener la paz, para convertirse en alguien dispuesta a luchar por lo que cree justo, aunque eso signifique enfrentarse a todo y a todos. Lo que vendrá a partir de aquí será un torbellino de emociones, revelaciones y giros inesperados que mantendrán a todos en vilo.