El castillo de La Promesa vuelve a ser escenario de una tragedia que dejará sin aliento a todos. El esperado bautizo del pequeño Andrés, que debía ser una celebración familiar, se transforma en una pesadilla de proporciones inimaginables. Nada podría haber preparado a los habitantes del palacio para el abismo de dolor y desesperación que estaba a punto de abrirse bajo sus pies. Eugenia ha desaparecido… y no está sola.
Desde el amanecer, una inquietud casi eléctrica ha invadido cada rincón del castillo. Los criados susurran, los pasillos se sienten más fríos y el silencio pesa como una losa. Doña Eugenia, tan cambiante como frágil, no ha aparecido en la capilla, ni ha tocado el desayuno. Al principio se pensó que se trataba de otra de sus crisis nerviosas. Pero en el aire hay algo más. Algo que huele a tragedia.
Pía, la gobernanta, intenta calmar a todos, aunque ni ella cree en sus propias palabras. Simona, con su sabiduría de madre curtida, lo expresa sin rodeos: si Eugenia no ha bajado a ver a su nieto, si ni siquiera ha querido estar presente en su bautizo, es porque ha sido arrastrada por la oscuridad.
Candela y López, testigos de una escena inquietante la noche anterior, aportan más leña al fuego: vieron a Eugenia meciendo lentamente al niño bajo el magnolio, con una expresión que no era de amor, sino de despedida. “Tú volarás alto, mi pequeño gorrión”, le susurraba. Una nana triste, una sonrisa rota, y la certeza helada de que algo se estaba gestando en su mente quebrada.
La alarma se transforma en pánico cuando Yana, la dama de compañía que más conoce los abismos de Eugenia, sube a sus aposentos y los encuentra vacíos. La cama impecable. Una rosa marchita. Y el olor inconfundible de la pólvora… La pistola del difunto capitán ha desaparecido de su estuche.
Entonces, Emilia lanza la bomba: Eugenia ha subido a la torre más alta del castillo, y lleva en brazos a Andrés. Nadie sabe con qué intención… pero todos lo temen. Las palabras de Emilia golpean como puñales: “Está dispuesta a lanzarse con él al vacío”. Un estremecimiento recorre los muros de La Promesa. Curro, desesperado, corre contra el tiempo, intentando evitar que la tragedia se consuma.
Y mientras el horror se cierne sobre la torre, en otro rincón del palacio se libra otra batalla: Adriano ha sido herido de gravedad tras recibir un disparo en plena ceremonia. Catalina, con las lágrimas corriendo por sus mejillas, intenta salvarlo mientras revive la misma pesadilla que vivió con Jana tiempo atrás. La sangre vuelve a teñir los pasillos, la confusión domina, y los gritos rompen la calma artificial de una celebración que ha mutado en caos absoluto.
Pero la oscuridad no se detiene ahí. En las sombras, Leocadia, tan astuta como peligrosa, mueve sus fichas. Ofrece dinero a Manuel para salvar su proyecto, pero lo que exige a cambio podría costarle mucho más que un favor. ¿Está el joven dispuesto a pagar el precio?
Rómulo, el mayordomo de corazón férreo, se ve obligado a pronunciar las palabras más dolorosas de su vida: ha despedido a Petra. Una decisión que pesa como una lápida y que cambiará para siempre la dinámica del servicio.
En medio de tanta conmoción, otra verdad estalla: Jacobo confiesa por fin a Martina el abandono que cometió en el peor momento. Las palabras, duras y descarnadas, resquebrajan lo poco que quedaba de su relación.
Y mientras tanto, en la cima del castillo, Eugenia, con los ojos al borde del delirio, contempla el abismo. Su nieto duerme en sus brazos, ajeno al precipicio que se abre ante ellos. ¿Está dispuesta a quitarle la vida… y a quitarse la suya?
El capítulo 610 de La Promesa será un torbellino de emociones: sacrificios, secretos inconfesables, decisiones límite y un dolor que lo envuelve todo. El alma del castillo está en juego. ¿Logrará Curro detener a Eugenia a tiempo? ¿Sobrevivirá Adriano? ¿Hasta dónde llegará Leocadia por controlar el destino de La Promesa?
La tragedia golpea con fuerza… y esta vez, nadie saldrá ileso.