En La Promesa, mientras los corazones laten al ritmo del amor prohibido y las traiciones más inesperadas, una figura se alza en la sombra, moviendo hilos con una elegancia venenosa y un plan bien medido: Doña Leocadia de Figueroa. Con la desaparición definitiva de Doña Cruz, Leocadia no ha perdido el tiempo. Al contrario, ha iniciado su jugada más ambiciosa: quedarse con todo lo que alguna vez perteneció a la marquesa caía en desgracia.

Aunque muchos espectadores confiesan extrañar el estilo maquiavélico de Cruz Izquierdo, lo cierto es que Leocadia ha llegado para superarla, incluso en maldad estratégica. Ya no lanza amenazas directas ni recurre al escándalo. Su táctica ha cambiado: ahora es la sonrisa disfrazada de comprensión, el consejo disfrazado de lealtad y el apoyo disfrazado de generosidad.

El mejor ejemplo lo vimos cuando interrumpió la boda secreta entre Catalina y Adriano. Pero en vez de estallar de ira, jugó sus cartas con sutileza: le hizo creer a Catalina que estaba de su lado, que comprendía su amor, y que merecía una boda “como Dios manda”… en La Promesa, con todo el esplendor familiar. ¿El resultado? Catalina comenzó a verla con otros ojos. Y el marqués Alonso, padre de Catalina, también empezó a confiar en ella como nunca antes.

¿Casualidad? Nada de eso.
Leocadia está llevando a cabo un plan minucioso, paso a paso, como en una partida de ajedrez. Su objetivo final: convertirse en la señora absoluta de La Promesa, tanto por poder como por título. Para lograrlo, no solo debe ganarse la confianza del marqués, sino también eliminar todo obstáculo que le recuerde que ella, en realidad, llegó como una invitada y no como heredera.

La gran pregunta que ahora muchos espectadores se hacen —y Gustav, nuestro narrador lo resume con ironía— es si Leocadia logrará casarse con Don Alonso, consolidando así su ascenso social definitivo. Porque sí, si el rumor de la muerte de Doña Cruz en prisión resulta cierto, entonces nada impide que Leocadia se convierta oficialmente en marquesa, cumpliendo así su más antiguo anhelo: tener un título nobiliario, algo que desea desde la infancia.

En una conversación reveladora con Eugenia, fue ella misma quien lo dijo con toda frialdad: “No conseguí el título… pero tengo algo mejor: dinero y poder.” Una frase que resonó con fuerza entre los espectadores, porque deja ver que Leocadia ya no necesita el respeto; solo necesita controlar.

 Cada paso que da, cada decisión, cada palabra que pronuncia, está calculada. Ella no quiere solo el apellido, quiere el legado, el control del palacio, la familia, los sirvientes y, por supuesto, el corazón del marqués. Y si para lograrlo debe enterrar el pasado, manipular emociones o apuñalar por la espalda a quien se cruce en su camino, no dudará en hacerlo.

Y es que mientras todos creen que el mayor conflicto es la caída de Cruz, la verdadera amenaza se gesta lentamente en los movimientos silenciosos de Leocadia. La gran diferencia es que, a diferencia de Cruz, ella no necesita enemigos visibles. Ella destruye desde dentro, desde la aparente paz.

 ¿Qué tiene Leocadia bajo la manga?
Hay quienes sospechan que guarda información comprometedora sobre la familia, secretos que podrían desatar escándalos si salieran a la luz. También se dice que manipula los archivos de administración, que decide a quién se le permite estar cerca del marqués y quién desaparece discretamente. Su poder no es oficial, pero es más real que nunca.

Y aunque muchos en la casa aún no lo ven, ella ya está al mando. Lo demuestra en los gestos, en cómo todos comienzan a consultarla, en cómo se posiciona como la figura central de los eventos familiares. Ya no es la intrusa, sino la anfitriona no declarada de La Promesa.

 ¿Se sabrá algún día la verdad? ¿Descubrirán sus maquinaciones antes de que sea tarde?
Gustav lanza la pregunta como un susurro cargado de sospecha: ¿Y si el día que se confirme la muerte de Doña Cruz, Leocadia aprovecha para presentarse como la nueva marquesa? El pensamiento estremece… porque su plan estaría completo: mujer del marqués, heredera del linaje, señora de La Promesa.

Por ahora, los espectadores solo pueden observar cómo ella extiende sus tentáculos cada vez más. Desde Catalina, a quien ya empieza a manipular, hasta Eugenia, a la que controla con astucia. Y mientras tanto, Don Alonso parece cada vez más cómodo con su presencia.

Pero en una historia como esta, nada queda oculto para siempre. Y puede que el mismo secreto que le ha dado poder a Leocadia, termine siendo su perdición. Porque cuando se juega con fuego —aunque se lleve guantes blancos— siempre se corre el riesgo de arder.