En el capítulo 595 de La Promesa, que se emitirá el miércoles 15 de mayo, Eugenia protagoniza su enfrentamiento más desgarrador con Lorenzo, desatando una batalla emocional que dejará a todos los espectadores con el alma encogida. La mujer que fue manipulada, silenciada y traicionada, se levanta con una fuerza que ni siquiera ella sabía que poseía.
Todo comienza tras los estragos causados por una crisis que, lejos de ser espontánea, parece haber sido provocada deliberadamente. Hay quien asegura que Leocadia estuvo detrás, sirviendo en secreto alguna sustancia en la bebida de Eugenia para debilitarla mentalmente. Sin embargo, lo que podría haber sido un nuevo colapso se transforma en un despertar doloroso pero revelador. Gracias a la intervención de doña Emilia, que aporta su serenidad en medio del caos, la situación no acaba en tragedia. Pero Eugenia ha cambiado: ya no es la víctima temerosa que susurra en rincones. Ahora, habla con claridad, memoria… y sed de justicia.
Entonces aparece Lorenzo, con su habitual tono frío y calculado. Su objetivo está claro: quiere devolverla al sanatorio, ese lugar donde la mantuvieron años encerrada bajo excusa médica, cuando en realidad fue enterrada viva para que no representara un peligro.
El encuentro se produce en una estancia privada, lejos de testigos, aunque ya sabemos que en La Promesa los secretos no permanecen ocultos por mucho tiempo. Lorenzo comienza con un tono paternalista, pero Eugenia le corta en seco: “¿Mi estado? ¿Hablas de eso? Lo que de verdad quieres es mi silencio, no mi bienestar.” Y entonces, todo estalla. Eugenia lo acusa directamente de ser cómplice de su encierro, de las torturas, de los medicamentos que la aturdían, del abandono emocional.
Lorenzo intenta defenderse, recurriendo al argumento de que “los tratamientos eran diferentes en aquella época”. Pero Eugenia no lo deja escapar: “Eran tortura, Lorenzo. TORTURA.” Su grito es el de una mujer que recuerda cada noche de encierro, cada voz que la llamaba loca, cada visita indiferente del hombre que decía cuidarla.
Lo más impactante no es solo su valentía al hablar, sino que Martina, su sobrina, presencia la escena. Martina, que también fue encerrada por su madre, no puede evitar revivir sus propios traumas. Sus manos tiemblan, sus ojos se llenan de lágrimas. Cuando se acerca a Eugenia y la llama “tía”, hay un momento de comprensión profunda entre ambas: dos mujeres heridas por sistemas que buscaban doblegarlas.
Pero Eugenia no se detiene ahí. Aún con el dolor a flor de piel, lanza una bomba: quiere visitar a Doña Cruz en prisión. Martina no puede ocultar su sorpresa. ¿Qué podría querer Eugenia de la mujer que causó tanto daño a la familia? ¿Una confesión? ¿Una revelación? ¿O acaso solo necesita mirar a la cara a quien estuvo al otro lado del poder cuando ella fue encerrada?
Martina, aún emocionada, le dice que no puede ayudarla sin antes hablar con Catalina y don Alonso. No puede arriesgarse a perder la confianza que tanto ha costado reconstruir. Eugenia comprende, pero le suplica que no tarde. “Esta necesidad me quema por dentro,” le dice.
Mientras tanto, otra verdad sale a la luz muy lejos del palacio, en un ambiente mucho más turbio: el casino. Allí, Curro, Lóe y Salvador siguen su peligrosa investigación sobre el intento de asesinato que casi le cuesta la vida a Curro. La atmósfera es densa, llena de humo, apuestas y amenazas. Pero Curro, decidido y valiente, logra acorralar a Basilio, el hombre que puede tener las respuestas.
Y Basilio canta. Revela no solo haber estado presente, sino haber recibido órdenes de una figura inesperada, alguien que nadie imaginaba. Su confesión implica a un personaje cercano a la familia, quizás del servicio o del pueblo, alguien irreprochable hasta ese momento.
Curro regresa con la información como si llevara fuego en el pecho. Sabe que la única persona con quien puede compartir esto es Pía, su confidente, su aliada inquebrantable. Se encuentran en secreto, y él le relata cada detalle, culminando con la revelación. Pía se queda helada. No puede creer quién está detrás. “¿Estás seguro?”, susurra ella. “Tan seguro como de que estamos aquí ahora,” responde Curro. Basilio no tenía razón para mentir. Estaba roto. Aterrado.
Ambos comienzan a atar cabos, a reinterpretar comportamientos pasados, a ver con otros ojos a aquellos que hasta ahora eran irreprochables. La verdad es peligrosa, y lo saben. Tienen que actuar con sigilo. Si confrontan a la persona equivocada sin pruebas firmes, todo podría desmoronarse.
Por otro lado, el joven Manuel, ajeno a esta red de conspiraciones, sigue volcado en su proyecto de motores. A pesar del sabotaje de Toño, Manuel no se rinde. Trabaja sin descanso, sumido en planos, cálculos y piezas de metal que para él representan el futuro. Pero su lucha también es silenciosa, contra el tiempo, contra las decepciones, contra las limitaciones de su entorno.
Así, mientras unos luchan por la verdad, otros por sus sueños, La Promesa sigue siendo un campo de batalla disfrazado de mansión, donde cada rincón guarda un secreto, cada rostro una mentira y cada silencio, un grito contenido.
El capítulo 595 promete sacudir los cimientos de la familia Luján.
Y como bien dice Eugenia con los ojos llenos de furia: “No quiero venganza. Quiero que sufras. Como sufrí yo.”