La tensión ha llegado a un punto crítico en el laboratorio. La escena se abre con un silencio que corta el aire. Gabriel está rodeado por tres figuras clave: Luis, Marta y Andrés. La conversación que se avecina no será una cualquiera. Es una confrontación en toda regla. Gabriel, con una calma que parece ensayada pero con los ojos cargados de decepción, decide romper el hielo. Pregunta directamente si todos están enterados de las acusaciones sin fundamento que Andrés ha venido lanzando en su contra. Nadie responde de inmediato.
Luis, el eterno mediador, trata de mantener la neutralidad. Le pide a Gabriel que explique su versión de los hechos. Es una petición formal, pero también una forma de mostrarle que no está del todo del lado de Andrés. De paso, deja claro que la investigación interna no descarta la posibilidad de que alguien externo al laboratorio esté detrás del sabotaje. Pero Gabriel sabe que es él quien está en la mira.
Con firmeza y sin perder los estribos, Gabriel responde. Afirma que jamás estuvo solo durante sus visitas al laboratorio, que siempre hubo alguien más presente y que, por tanto, cualquier manipulación sin testigos es imposible. Su voz empieza a cargarse de emoción cuando habla del dolor que le provoca que su entrega, sus años de trabajo y compromiso con el proyecto ahora sean objeto de duda. Su discurso, aunque contenido, deja entrever una gran frustración.
Pero Andrés, como era de esperarse, no se da por vencido. Con tono acusador y sin tapujos, lanza una afirmación que descoloca a todos: acusa a Gabriel de haber seducido a Cristina para obtener acceso privilegiado al laboratorio. La insinuación es grave, y no contento con eso, sugiere que Gabriel incluso podría haber hecho una copia de la llave para actuar a espaldas del equipo. El ambiente se vuelve aún más tenso.
Gabriel niega categóricamente esa teoría. Recuerda que la misma Cristina ya reconoció haber cometido un error en la manipulación de un producto. El dato debería cerrar la discusión, pero Marta no está del todo convencida. Aunque no lo dice con dureza, lanza una observación que pesa: le cuesta creer que una profesional tan meticulosa como Cristina haya cometido ese tipo de fallo sin que hubiera una razón de peso. Su comentario añade más leña al fuego.
Andrés, sintiendo que su posición se debilita por la falta de pruebas sólidas, saca su as bajo la manga. En un movimiento teatral, saca un pasaporte del bolsillo interior de su chaqueta y lo deja caer con fuerza sobre la mesa. Lo abre y señala con el dedo: Gabriel había viajado recientemente a Francia, concretamente a Cherburgo y a París. La acusación implícita es clara: lo vincula con empresas extranjeras competidoras. Y no solo eso, sugiere que su estancia en Francia no fue casual, sino que responde a intereses ocultos.
Gabriel, visiblemente sorprendido por la información, reacciona acusando a Andrés de haber violado su intimidad al irrumpir en su habitación para conseguir ese documento. Pero Andrés ignora por completo la gravedad del reproche y va directo al punto: asegura que el viaje de Gabriel lo conecta directamente con compañías rivales, reforzando así su teoría del sabotaje.
A pesar del dolor evidente, Gabriel no pierde la compostura. Explica que su viaje tuvo motivos laborales perfectamente verificables: fue a encontrarse con un cliente en Tenerife que había solicitado reunirse en Francia por cuestiones logísticas. Asegura que todo puede comprobarse fácilmente, y que no tiene nada que ocultar. Pero aunque sus palabras suenan sinceras, la semilla de la desconfianza ya ha sido sembrada.
Luis, Marta y Andrés intercambian miradas. Ninguno dice nada. No hay un veredicto explícito, pero en el ambiente se respira una mezcla de duda, incomodidad y traición. La atmósfera se ha cargado de un modo irreversible. Gabriel, consciente de que la conversación ha cruzado límites personales y profesionales, decide marcharse. Pero antes, se detiene. Mira a Andrés fijamente y le lanza una frase que resuena como un eco en el silencio de la sala: “Te perdono, Andrés. No por lo que hiciste, sino porque veo que estás perdido, atrapado en tus propios fantasmas.”
La frase, cargada de dignidad y dolor, cala hondo. Andrés no responde. Luis evita mirar a Gabriel, y Marta parece haberse quedado sin palabras. En ese momento, desde la puerta, Tasio —que ha presenciado todo sin intervenir— observa cómo Gabriel se aleja. Su rostro es difícil de leer. Hay algo en su mirada que parece decir que nada volverá a ser como antes.
La escena finaliza con un silencio espeso. Todos los presentes quedan sumidos en la confusión. Nadie puede asegurar con certeza si Gabriel es culpable o no. Pero una cosa es innegable: la fractura en el equipo, tanto a nivel profesional como familiar, es ahora mucho más profunda. La confianza, ese pegamento invisible que mantenía unido al grupo, se ha resquebrajado.
Y aunque el misterio del sabotaje sigue sin resolverse, este episodio ha dejado claro que las verdaderas grietas no siempre se originan en los laboratorios, sino en los corazones y las lealtades rotas. El daño no está solo en los productos manipulados, sino en las relaciones que ahora penden de un hilo.
Lo que ocurra a partir de ahora dependerá de si alguno de los personajes es capaz de dar un paso atrás, pedir perdón y recuperar la verdad. Pero por ahora, el laboratorio está en crisis, y la sombra de la traición lo cubre todo.