El amor entre Marta y Fina ha sido una llama viva, cálida y silenciosa, que ha sabido brillar incluso en los rincones más oscuros de sus vidas. Pero en el capítulo 300 de Sueños de Libertad, esa llama se enfrenta a uno de sus momentos más frágiles. Lo que comienza como una escena íntima y tierna, cargada de complicidad, se transforma poco a poco en un crudo recordatorio de que incluso el amor más fuerte puede tambalearse cuando la confianza se quiebra.
La escena abre con la calma de un nuevo amanecer. Fina está en casa, tranquila, sentada en el salón. Marta entra condos copas de vino, sus pasos suaves, su mirada cargada de ternura. Se sientan juntas en el sofá, muy cerca, como si el mundo exterior no existiera. Brindan, sonriendo, por ese momento que tanto anhelaban: estar juntas, en paz, sin miedo.
Fina, con la voz aún cargada de emociones del día anterior, le confiesa a Marta cuánto extrañaba estar a su lado, en casa, compartiendo lo cotidiano con ella. Marta la mira con dulzura y responde que también había deseado intensamente ese instante. Lejos del bullicio, lejos del juicio, lejos de cualquier amenaza. Solo ellas. Solo su amor.
El ambiente es cálido, tierno, con esa serenidad que se encuentra solo cuando dos alma’s que se aman profundamente están en sintonía. Marta se frota el hombro, algo cansada, y Fina, sin dudarlo, le ofrece un masaje. Marta bromea, preguntando si ha tenido tanta suerte, y Fina empieza a acariciar con cariño sus hombros mientras le cuenta una anécdota divertida sobre una clienta que vive sola y que, la noche anterior, no las dejaba marcharse porque necesitaba hablar. Las dos se ríen al imaginar lo escandalizado que estaría don Agustín si las viera regresar tan tarde. “Nos lanzaría agua bendita como si fuéramos pecadoras”, bromean, entre carcajadas suaves y miradas cómplices.
Ese momento de calma absoluta se rompe con un suspiro casi imperceptible. Fina apoya la barbilla en el hombro de Marta, le susurra que la ha extrañado muchísimo, y le confiesa algo que ha guardado dentro con cierta timidez: el día anterior, en la tienda, casi la besa en el cuello. Pero no lo hizo. Un hombre extraño, que no dejaba de observarlas, la hizo sentir incómoda. Desconcertada.
Marta se queda quieta. Su cuerpo tenso. Su mirada se pierde. Fina lo nota de inmediato. Ya no están en ese refugio emocional que habían construido. Le pregunta qué le pasa. Marta intenta evitar la conversación, pero al final, sabiendo que ya no puede esconderlo más, suelta la verdad como si cada palabra pesara toneladas.
Ese hombre que las miraba en la tienda… no es cualquier cliente. Es un detective privado. Uno que no solo ha estado observándolas, sino que ya las ha espiado en el pasado. Marta le revela a Fina, con voz temblorosa, que ese detective fue contratado por su padre para investigar a don Pedro. Pero no solo eso. Es el mismo que las fotografió en secreto. Las mismas fotos que su padre usó para chantajearlas, para manipularlas. Las mismas imágenes que casi destruyen todo lo que tenían.
Fina se queda en shock. Su expresión se congela. El mundo que había imaginado se le derrumba de golpe. La burbuja de seguridad que creía tener con Marta se revienta en un segundo. Y el miedo regresa. Con toda su crudeza. ¿Y si el detective todavía guarda esas fotos? ¿Y si decide revelar su secreto? ¿Y si todo fue una mentira?
Marta intenta calmarla, le dice que hizo todo lo posible para que su padre despidiera al hombre, pero no lo logró. Le asegura que el detective solo está ahí por don Pedro. Que ya no les interesa a ellas. Pero Fina ya no escucha. No puede. Está devastada.
Para Fina, esta verdad no es solo un problema externo. Es una traición. Ella pensó que habían dejado todo atrás. Que se habían mudado para comenzar de nuevo. Para vivir su amor en libertad. Pero ahora todo le parece una farsa. Lo que creía que sera una decisión compartida, un paso hacia el futuro, se revela como una huida desesperada. No se siente elegida. Se siente arrastrada por las circunstancias.
Se levanta del sofá, furiosa, dolida. Con la voz entrecortada, le lanza a Marta la frase más dura que ha dicho jamás:
—¿Entonces vinimos aquí para protegernos… no porque realmente quisiéramos estar juntas?
Marta no responde. No puede. Está paralizada, devastada por ver cómo en cuestión de segundos, el amor se le escapa entre los dedos.
Fina, con lágrimas en los ojos, añade algo más. Algo que duele como un puñal:
—Eso no es suficiente.
Y se va. La escena termina con Marta sola en el sofá, atrapada entre el amor y el miedo, entre lo que quiso hacer y lo que realmente hizo. El silencio que queda tras la partida de Fina lo dice todo: cuando el amor se vive desde la clandestinidad, desde el temor constante a ser descubierto, termina erosionando hasta lo más puro.
Ese “Te eché muchísimo de menos. Solo quería estar contigo” que había sido la chispa de su encuentro se convierte ahora en un eco doloroso, en una súplica rota por las circunstancias. Porque, como bien lo deja entrever este capítulo, el amor verdadero solo puede crecer cuando se riega con confianza, y no con secretos.
¿Quieres que prepare un adelanto sobre cómo podría ser la reconciliación entre Fina y Marta? Podría estar lleno de emociones contenidas, silencios significativos… y quizás, una nueva promesa de amor verdadero.