El capítulo 329 de Sueños de libertad nos sumerge en una escena profundamente cargada de emociones reprimidas, soledad, sospechas… y el presagio de una tormenta inminente. En el corazón de esta escena está María, encerrada entre las paredes de una habitación que se ha vuelto su prisión emocional. Su mundo interior está tan cargado de pensamientos oscuros como el ambiente tenso que se respira en la casa.

Manuela, siempre dispuesta a mantener el orden y calmar las aguas, entra en la habitación con un gesto amable: un regalo en forma de libro, Doctor Zhivago, intentando aliviar el tedio de María. Pero ni siquiera la literatura es suficiente para distraerla. María se queja con desánimo del contenido del libro —demasiados personajes mueren— aunque admite que su malestar no es culpa de la historia, sino de su propio estado de ánimo. Está harta. Harta de estar encerrada, de sentirse sola, de no tener una razón real para levantarse cada mañana.

Manuela intenta desviar la conversación, proponiéndole una partida de cartas, pero rápidamente se excusa: tiene demasiado trabajo y, además, esa noche habrá un invitado especial a cenar, el sobrino de don Damián. La evasiva no pasa desapercibida para María, que la percibe como otra forma de mantenerla aislada.

Resignada, María afirma con sarcasmo que jugará un solitario, a menos que algún alma caritativa de la casa decida acompañarla. Con un tono que mezcla picardía y un deseo apenas disimulado de romper con la rutina, lanza una sugerencia que inquieta a Manuela: “Podría subir Raúl a hacerme compañía.” Incluso se atreve a preguntar si Manuela ya le ha comentado al joven que le gustaría dar un paseo con él en coche.

El comentario descoloca a Manuela. Se le nota incómoda. Sin adornos, le responde que no, que no ha dicho nada, y que, en realidad, sería mejor que Raúl no entrara en su habitación… sobre todo cuando don Andrés esté cerca. Esa frase, aparentemente inocente, enciende todas las alarmas en María, quien, con la sensibilidad propia de quien vive rodeada de silencio, percibe que hay algo más. Una tensión que no tiene que ver solo con las apariencias, sino con secretos que se intentan ocultar.

María no tarda en presionar. No quiere quedarse con la intriga. Tiene demasiadas horas vacías para llenarlas con especulaciones. Su tono se vuelve más serio. Pide a Manuela, casi suplicante, que le diga qué está pasando. Y, finalmente, Manuela cede. Con cautela, le confiesa que recientemente Raúl y don Andrés han tenido un fuerte enfrentamiento. No entra en detalles. No menciona qué se dijo ni por qué. Pero el mero hecho de que hayan tenido un encontronazo deja a María paralizada.

Esta pequeña revelación desata en ella un aluvión de pensamientos. María es consciente de que Raúl no es un simple trabajador. Sabe que es impulsivo, que tiene convicciones que no está dispuesto a callar. Y también sabe que don Andrés, su esposo, es un hombre que no tolera cuestionamientos. Dos fuerzas opuestas que, tarde o temprano, estaban destinadas a chocar. Y lo han hecho. Ya es tarde.

Mientras Manuela intenta retomar el control de la conversación, el ambiente se espesa. La fragilidad emocional de María, su aislamiento y su creciente interés en Raúl no son simples caprichos. Son síntomas de una mujer atrapada, no solo físicamente, sino en una vida que ya no siente suya. Y ahora que sabe que Raúl se ha enfrentado a don Andrés, su inquietud crece. ¿Qué se dijeron? ¿Qué vio Raúl? ¿Por qué Manuela insiste en mantenerlo alejado? ¿Qué se está intentando tapar?

Lo que parecía una conversación banal entre dos mujeres en una habitación se convierte, así, en una advertencia velada. María intuye que se avecina una guerra. Que las lealtades dentro de la casa se están desmoronando. Que cada palabra, cada gesto, cada silencio, es parte de una batalla sutil pero decisiva.

Y en medio de esa tensión, una verdad se impone: María no está tan desorientada como parece. Su aparente fragilidad es también su mejor escudo. Sabe observar, conectar hilos, intuir lo que otros no se atreven a decir. Y lo que ha percibido esta vez no le gusta nada.

Por eso, el título de este capítulo, “María deja al muchacho en paz; se avecina la guerra”, no es solo un consejo de Manuela que intenta proteger a Raúl del interés creciente de María. Es un presagio. Porque María no está dispuesta a ser ignorada. Y cuando una mujer olvidada empieza a hacer preguntas, la verdad empieza a temblar.

En resumen, el capítulo 329 no solo deja ver el aislamiento profundo de María ni su deseo de libertad. También expone que el conflicto entre Raúl y don Andrés es más grave de lo que se admite. Que hay heridas abiertas en esa casa, tensiones que pronto se harán públicas, y secretos que podrían destruir no solo relaciones, sino reputaciones enteras. Porque cuando la guerra comienza, ya nadie puede quedarse neutral.