En La Promesa, los días de calma son efímeros. Todo da un vuelco cuando, sin previo aviso, aparece Eugenia, una figura largamente ausente y envuelta en el misterio. Su llegada al palacio no solo toma por sorpresa a Lorenzo, sino que sacude profundamente a toda la familia Luján y al personal del servicio. Nadie esperaba ver de nuevo a aquella mujer que parecía haber quedado atrapada para siempre en las sombras del pasado. Para más impacto, Eugenia no llega sola, sino con el respaldo directo del poderoso conde de Ayala, lo que deja claro que su retorno no es casual ni menor.

Su estado es frágil, física y emocionalmente. Después de tantos años de ausencia, Eugenia arrastra consigo un pasado silencioso, cargado de secretos que podrían alterar el delicado equilibrio que reina —o pretende reinar— en La Promesa. Es precisamente esa posibilidad de desestabilización lo que lleva a los Luján a tomar una decisión drástica: ocultarle ciertos eventos recientes para evitar que la verdad la golpee de lleno. Especialmente quieren esconderle el descenso de Curro, que ha pasado de ser un noble heredero a servir en calidad de criado.

Para evitar sospechas y mantener la fachada, Curro es obligado a abandonar sus tareas como sirviente y retomar su papel de heredero. Aunque lo hace a regañadientes, entiende que proteger la imagen de su familia es lo más importante… por ahora. Este giro despierta opiniones encontradas entre los sirvientes: algunos lo comprenden y apoyan, otros lo ven como una farsa insostenible. Pero todos, en silencio, aceptan colaborar para sostener la apariencia y evitar que Eugenia descubra la verdad demasiado pronto.

Eugenia, por su parte, parece convencida de que todo sigue como antes. Pero no podría estar más equivocada. Bajo la superficie, La Promesa es un hervidero de tensiones, secretos y heridas no cerradas. Su regreso representa un punto de inflexión inevitable: la familia tendrá que mirar de frente tanto los errores del pasado como los conflictos del presente. Nadie saldrá ileso.

En medio de este torbellino emocional y político, Manuel y Toño no pierden la esperanza. Deciden volcar su energía en un proyecto ambicioso: construir motores de avión. Para Manuel, apasionado de la aviación, este plan no solo es una salida económica, sino un acto de amor por La Promesa y por el recuerdo de Jana, cuya muerte aún lo marca profundamente. Con Toño a su lado, aportando sus conocimientos técnicos, se disponen a hacer realidad un sueño… aunque rápidamente descubren que no será nada fácil.

La fabricación de motores exige una inversión enorme. Incluso un simple prototipo requiere recursos que ahora mismo no existen. La situación económica del palacio es crítica. Manuel contempla vender propiedades familiares, pero sabe que esta decisión levantaría ampollas entre los suyos. También valora la opción de pedir préstamos o buscar inversores, aunque sabe que apostar por una industria tan incipiente y riesgosa puede ser visto como una locura.

La presión es inmensa, y no solo en lo económico. Para Manuel, este proyecto representa una forma de honrar la memoria de Jana y de devolverle dignidad a su familia. Su lucha es personal y emocional. Pero mientras él pelea por el futuro, otros enfrentan tormentas internas igualmente complejas.

Alonso, cabeza de familia, empieza a notar cómo todo lo que parecía estable empieza a tambalearse. La influencia creciente de Leocadia y el caos que ha traído el regreso de Eugenia solo aumentan su preocupación, especialmente con respecto al inminente matrimonio entre Catalina y Adriano. Apegado a las tradiciones y a la reputación familiar, Alonso no puede evitar oponerse a este enlace, a pesar de los sentimientos de su hija. Esto crea una grieta profunda entre padre e hija. Catalina, herida por la falta de apoyo en un momento que debería ser el más feliz de su vida, empieza a plantearse si seguir adelante es realmente lo correcto.

Aun así, el amor que siente por Adriano y el vínculo que están construyendo —especialmente ante la llegada de sus hijos— fortalecen su determinación. Sin embargo, el ambiente en el palacio se vuelve cada vez más denso. Aunque las aguas comienzan a calmarse superficialmente, nuevos rumores empiezan a circular entre los pasillos. En particular, hay tensión en el aire entre dos miembros del servicio: Emilia y Rómulo.

A primera vista, todo parece profesional entre ellos, pero algo no encaja. Miradas que duran más de lo necesario, silencios incómodos, gestos contenidos… El personal empieza a notar que hay algo más que una simple diferencia de opiniones laborales. La aparente frialdad entre ellos oculta una historia más profunda, quizás un conflicto personal o sentimientos reprimidos. Algunos creen que Rómulo siente algo por Emilia, y sus reacciones ocasionales, torpes pero intensas, alimentan esa teoría.

En definitiva, el regreso de Eugenia no solo desentierra los fantasmas del pasado, sino que amenaza con desmoronar todo lo que la familia ha construido para sobrevivir. Las máscaras comienzan a resquebrajarse, y todos en La Promesa, desde los nobles hasta los criados, deberán decidir qué están dispuestos a sacrificar para mantener sus secretos a salvo… o para finalmente liberarse de ellos.