En los rincones más apartados de La Promessa, el silencio pesa como una losa. En la vieja y húmeda invernadero, el aire parece contener la respiración. Pia, con el rostro cansado y los ojos marcados por noches sin descanso, se acerca sigilosamente a Curro. En medio de las sombras proyectadas por los cristales sucios, su expresión revela el peso de un secreto largamente contenido.
“Escúchame”, susurra Pia con una voz apenas audible, suplicando confianza. “Tengo que decirte algo, pero antes… prométeme que quedará entre nosotros”. Curro, leal como siempre, no duda en asentir. Para él, la lealtad no se negocia.
Pia respira hondo como quien se lanza al abismo y revela lo impensable: cuando abrieron el ataúd de Anna, algo no encajaba. Su piel, azulada, no era el resultado típico de una muerte natural. Y no, no había heridas de bala, como todos aseguraban. Algo oscuro había ocurrido, y Pia lo había ocultado… hasta ahora.
La verdad golpea a Curro con fuerza. “Entonces… ¿nos mintieron?”, pregunta, incrédulo. “No creo que Anna haya muerto por el disparo”, responde Pia con gravedad. “Algo envenenó lentamente su cuerpo”. La única manera de confirmar sus sospechas es con una autopsia. Necesitan pruebas científicas, análisis de tejidos. Pero eso implica riesgos enormes. La Guardia Civil ya inspeccionó el palacio y cualquier movimiento podría levantar sospechas.
Pia ya tiene un plan. Mañana partirá en secreto. No podrá enviar noticias, ni cartas. Lo ha preparado todo: el laboratorio, un contacto de confianza en investigación clínica, todo lejos del palazzo. Su ausencia estará cubierta por una excusa: que ha ido a cuidar a un primo enfermo, Riccardo.
“Pero prométeme que no dirás nada”, le pide a Curro. “Ni a Manuel, ni a Catalina, ni a Cruz”. Él asiente, temeroso, pero le suplica una cosa: “Vuelve. Prométeme que volverás”. Con una sonrisa forzada y los ojos brillantes de emoción, Pia responde: “No descansaré hasta hacer justicia. Esa es mi promesa”.
Al día siguiente, antes de que el sol ilumine el salón principal, Pia ya ha desaparecido. Solo las doncellas más cercanas notan su ausencia. La coartada está en marcha: Riccardo confirmará su partida por una urgencia familiar. Pero para Curro, el vacío que deja Pia es angustioso. Se mantiene en alerta, atento a cada movimiento, desconfiando hasta de las sombras.
Los días pasan con una tensión creciente. La ausencia de Pia empieza a sentirse como un eco inquietante. A las seis de la mañana del segundo día, su lugar habitual en la cocina sigue vacío. El hervidor de agua está frío. No hay órdenes, ni registros del día. Angela, la primera en notarlo, murmura preocupada: “Es raro… nunca se va sin avisar”.
El rumor se propaga como una chispa en pólvora entre los sirvientes: Pia ha desaparecido. Petra, con su habitual dureza, aparece y lanza su juicio con fiereza: “¿Esta casa se detiene porque una criada duerme de más?”. El tono no admite réplica. Exige que la busquen: en su habitación, en la despensa, en el jardín. Nada. Pia no está por ninguna parte.
Petra, furiosa, recorre cada rincón del palazzo: la lavandería, los cuartos de servicio, incluso el polvoriento almacén. Nada. Al final, convoca a todo el personal como si fuese un interrogatorio militar. “¿Quién sabe dónde está Pia?”, grita. El silencio es absoluto, opresivo.
Teresa, con voz temblorosa, se atreve a decir que Pia solo mencionó estar preocupada por Catalina. Petra, furiosa, lo desestima. Pero hay algo que llama su atención: Curro. Callado, con la mirada baja, rígido al fondo de la sala. Su actitud dice más que mil palabras. Petra se le acerca con una dulzura venenosa: “Tú y Pia erais tan cercanos… ¿no tienes nada que decir?”.
Curro, apretando la mandíbula, niega con calma: “No sé dónde está. Quizá solo necesitaba descansar”. Pero Petra no le cree. Se le planta enfrente y le advierte, con una sonrisa cargada de amenaza: “Tú sabes más de lo que dices. Y si descubro que encubres algo, te costará caro… a ti y a ella”.
Curro no responde. Su silencio es su escudo. Pero Petra ya ha decidido: seguirá escarbando hasta que la verdad salga a la luz.