Un adiós cargado de amor, de decisiones imposibles, y de verdades que por fin salen a la luz. En el episodio más emotivo hasta ahora de Sueños de Libertad, Fina y Esther se enfrentan a ese momento que ambas temían: la despedida.
Esther, entusiasmada por su nuevo comienzo en París, cree que todo está listo para su viaje con Fina. La idea de dejar atrás Toledo y empezar una nueva vida juntas la llena de ilusión. Le recuerda a Fina que deben madrugar para tomar el tren, pero algo en los ojos de Fina no encaja. Esther lo nota al instante. Es esa mirada que conoce demasiado bien: la de la duda, la de quien está a punto de dar marcha atrás.
Con el corazón en vilo, Esther le suplica que no lo haga otra vez. Le ofrece posponer todo, incluso hablar con el gerente de la galería para retrasar su entrada en el nuevo trabajo. Le recuerda cuánto deseaba Fina escapar, cuánto le dolía sentirse atrapada en ese pueblo. Pero esta vez, la razón que retiene a Fina no tiene nada que ver con el miedo… sino con el amor. Su padre está gravemente enfermo. Apenas le queda tiempo de vida, y Fina no puede imaginar marcharse y no estar a su lado cuando más la necesita.
La noticia golpea a Esther como una ola. Toda su frustración se disuelve en comprensión y culpa. Pide perdón, pero Fina le asegura que no tiene por qué hacerlo. Esta es su decisión. Su lugar, por ahora, está en Toledo. Esther, aún con el corazón roto, asiente con lágrimas en los ojos. Sabe que no puede quedarse, aunque lo desee con cada parte de su ser.
Entonces, en un susurro cargado de ternura, Esther toca una herida que aún no ha cicatrizado: los sentimientos de Fina por Marta. No es sólo amistad, lo sabe. Y cree que Marta también lo siente. Pero le advierte: amar a Marta no será fácil. Ella tiene una posición que cuidar, una imagen que mantener en un pueblo donde las apariencias lo son todo. Tal vez nunca se atreva a elegir el amor por encima del qué dirán.
A pesar de todo, Esther no guarda rencor. Solo esperanza. Le dice a Fina que la quiere, que siempre la ha querido. Le da un beso en la mejilla y se marcha… dejando tras de sí una promesa silenciosa, una despedida con sabor a “quizás”.
Fina, ahora sola, se queda con la mirada perdida. Entre el amor que no pudo ser, el que tal vez podría ser, y la responsabilidad que ha elegido asumir, su corazón queda dividido. Porque a veces, en nombre del amor, hay que dejar ir. Incluso cuando duele. Especialmente cuando duele.