La noche pesa sobre la ciudad, pero dentro de la habitación del hospital, la oscuridad parece más densa, más fría. Luz está agotada, emocionalmente drenada por días de incertidumbre, y aun así, no se despega del lado de Luis. Finalmente, el cansancio la vence. Se queda dormida, su rostro junto al de él, su mano aferrada a la suya como si temiera que al soltarlo, él pudiera irse para siempre.
Pero el descanso no le trae paz. En su sueño, se encuentra reviviendo el horror. Ve a Luis tendido, inerte, su cuerpo cubierto por una sábana blanca. Su grito rasga la noche: “¡No, Luis, por favor reacciona!”. Siente que lo ha perdido, que todo ha terminado, que ni siquiera el amor pudo salvarlo. Es una pesadilla tan vívida que, al despertar, aún tiembla. Sus ojos se abren como con una descarga eléctrica… y ahí está él. Quieto, pálido, pero respirando. Vivo.
Su alma se quiebra entre lágrimas. Se acerca, le acaricia el rostro con ternura y le susurra, con voz temblorosa:
—Te he extrañado tanto… No sé cómo vivir sin ti.
Y entonces, lo imposible ocurre. Luis, aún débil, mueve una mano. Con la yema de sus dedos, toca con suavidad la cabeza de Luz. Ella se estremece al sentir el contacto, como si un milagro se manifestara.
—Luis… mi amor… —susurra, incrédula.
Luis, confundido, apenas logra articular una pregunta:
—¿Qué pasó?
Con los ojos inundados de emoción, Luz le explica que sufrió un colapso, que lo operaron de urgencia y que ahora están en Madrid, en el hospital. Luis escucha con atención, con la mirada borrosa pero con el alma presente. Ella lo besa, con miedo, con gratitud, con todo el amor contenido en esos días de incertidumbre. Él le sonríe débilmente.
—Yo también te quiero, mi vida —le responde.
Ese gesto, esa frase, cambian todo.
La puerta se abre y Digna y Joaquín entran. El rostro de Digna se ilumina al ver a su hijo consciente. Pero Luz, cuidadosa, le pide que se acerque con calma para no abrumarlo.
—¿Cómo te sientes, hijo? —pregunta Digna, acercándose lentamente.
Luis bromea con su voz rasposa:
—Como si me hubieran dado con una cucharilla en la cabeza.
La risa, tenue pero real, recorre la habitación. El humor sigue intacto.
Luego pregunta por Gema. Joaquín le explica que le pidió a la niña que se quedara en Toledo, para que no lo llenaran de visitas. Luis asiente, comprensivo, pero añade con una sonrisa:
—Que venga la próxima vez, ya la quiero ver.
Con el cuerpo apenas empezando a reaccionar, Luis confiesa que tiene hambre, que tiene sed, que quiere volver a casa. Pero Luz, con la firmeza dulce que la caracteriza, le recuerda que aún deben esperar al alta del doctor Herrera. Luis, juguetón a pesar de todo, le responde:
—A sus órdenes, doctora.
Digna, emocionada, agrega que todos en casa desean verlo sano nuevamente. Luis se queda en silencio un segundo. Sus ojos se humedecen.
—Perdón por todo lo que les hice pasar…
Pero Luz, con esa fuerza que nace del amor incondicional, le responde:
—No tienes que disculparte. Somos tu familia. Te queremos, y siempre vamos a estar para cuidarte.
Y entonces sucede algo inesperado: Luis, con los ojos cerrados, respira profundamente… y reconoce el perfume de su madre.
—Madreselva… con notas especiadas… puedo olerlo…
Todos se miran, sin poder creerlo. Luis ha recuperado el olfato. Un pequeño milagro más. Digna, con los ojos brillosos, le confiesa que ese perfume fue un regalo suyo. La habitación se llena de sonrisas entre lágrimas. Luis ha vuelto. Su conciencia, su cuerpo y su alma están regresando.
Más tarde, entra el doctor Herrera. El ambiente se relaja, pero el profesional mantiene un tono claro:
—Nada de volver al trabajo todavía, Luis. Su cuerpo necesita tiempo. Saltarse etapas puede ser muy peligroso.
Luz asiente rápidamente, tomándole la mano como quien no piensa soltarla jamás. El doctor le explica que una cirugía cerebral es delicada, y que, aunque su progreso es admirable, la recuperación debe ser gradual y constante.
Luis, impresionado, pregunta:
—¿Tan cerca estuve de… no volver?
Y Luz, conteniendo el llanto, le responde con ternura:
—Sí. Pero gracias a la intervención del doctor, estás aquí.
Luis gira la cabeza hacia él, con los ojos llenos de gratitud.
—Gracias, doctor. De corazón.
El médico, algo incómodo por el elogio, baja la mirada.
—Solo intento hacer mi trabajo lo mejor que puedo… aunque últimamente siento que me saboteo a mí mismo.
Luz, que lo conoce bien, interviene:
—Sé que ha sido difícil… Sé que tuvo que volver a usar letter cuando estaba luchando por dejarlo.
El doctor asiente, avergonzado.
—Es una vergüenza como médico… recaer justo cuando había decidido dejarlo atrás.
Pero Luz, con esa compasión que tanto la define, le dice con dulzura:
—Usted también va a salir adelante. Y pronto celebraremos dos recuperaciones, no solo una.
El doctor, conmovido, se queda en silencio unos segundos… y entonces le hace una propuesta que la deja sin palabras:
—Luz… necesito que me reemplace en el dispensario mientras yo me recupero. Confío en usted.
Ella lo mira, entre sorpresa y emoción. Volver a ese lugar implicaría enfrentar su propio pasado, abrir heridas que aún duelen. Pero también podría ser el comienzo de algo nuevo.
¿Aceptará el reto?
¿Tendrá la fuerza para volver?
¿Podrá el doctor vencer su adicción y volver a ser el gran médico que fue?
¿Y Luis? ¿Está realmente fuera de peligro, o esta es solo la primera batalla ganada?
El capítulo termina con muchas preguntas al aire y una habitación llena de esperanza. Luis ha regresado, y con él, la posibilidad de una nueva vida. Una vez más, el amor ha sido más fuerte que la muerte
La noche pesa sobre la ciudad, pero dentro de la habitación del hospital, la oscuridad parece más densa, más fría. Luz está agotada, emocionalmente drenada por días de incertidumbre, y aun así, no se despega del lado de Luis. Finalmente, el cansancio la vence. Se queda dormida, su rostro junto al de él, su mano aferrada a la suya como si temiera que al soltarlo, él pudiera irse para siempre.
Pero el descanso no le trae paz. En su sueño, se encuentra reviviendo el horror. Ve a Luis tendido, inerte, su cuerpo cubierto por una sábana blanca. Su grito rasga la noche: “¡No, Luis, por favor reacciona!”. Siente que lo ha perdido, que todo ha terminado, que ni siquiera el amor pudo salvarlo. Es una pesadilla tan vívida que, al despertar, aún tiembla. Sus ojos se abren como con una descarga eléctrica… y ahí está él. Quieto, pálido, pero respirando. Vivo.
Su alma se quiebra entre lágrimas. Se acerca, le acaricia el rostro con ternura y le susurra, con voz temblorosa:
—Te he extrañado tanto… No sé cómo vivir sin ti.
Y entonces, lo imposible ocurre. Luis, aún débil, mueve una mano. Con la yema de sus dedos, toca con suavidad la cabeza de Luz. Ella se estremece al sentir el contacto, como si un milagro se manifestara.
—Luis… mi amor… —susurra, incrédula.
Luis, confundido, apenas logra articular una pregunta:
—¿Qué pasó?
Con los ojos inundados de emoción, Luz le explica que sufrió un colapso, que lo operaron de urgencia y que ahora están en Madrid, en el hospital. Luis escucha con atención, con la mirada borrosa pero con el alma presente. Ella lo besa, con miedo, con gratitud, con todo el amor contenido en esos días de incertidumbre. Él le sonríe débilmente.
—Yo también te quiero, mi vida —le responde.
Ese gesto, esa frase, cambian todo.
La puerta se abre y Digna y Joaquín entran. El rostro de Digna se ilumina al ver a su hijo consciente. Pero Luz, cuidadosa, le pide que se acerque con calma para no abrumarlo.
—¿Cómo te sientes, hijo? —pregunta Digna, acercándose lentamente.
Luis bromea con su voz rasposa:
—Como si me hubieran dado con una cucharilla en la cabeza.
La risa, tenue pero real, recorre la habitación. El humor sigue intacto.
Luego pregunta por Gema. Joaquín le explica que le pidió a la niña que se quedara en Toledo, para que no lo llenaran de visitas. Luis asiente, comprensivo, pero añade con una sonrisa:
—Que venga la próxima vez, ya la quiero ver.
Con el cuerpo apenas empezando a reaccionar, Luis confiesa que tiene hambre, que tiene sed, que quiere volver a casa. Pero Luz, con la firmeza dulce que la caracteriza, le recuerda que aún deben esperar al alta del doctor Herrera. Luis, juguetón a pesar de todo, le responde:
—A sus órdenes, doctora.
Digna, emocionada, agrega que todos en casa desean verlo sano nuevamente. Luis se queda en silencio un segundo. Sus ojos se humedecen.
—Perdón por todo lo que les hice pasar…
Pero Luz, con esa fuerza que nace del amor incondicional, le responde:
—No tienes que disculparte. Somos tu familia. Te queremos, y siempre vamos a estar para cuidarte.
Y entonces sucede algo inesperado: Luis, con los ojos cerrados, respira profundamente… y reconoce el perfume de su madre.
—Madreselva… con notas especiadas… puedo olerlo…
Todos se miran, sin poder creerlo. Luis ha recuperado el olfato. Un pequeño milagro más. Digna, con los ojos brillosos, le confiesa que ese perfume fue un regalo suyo. La habitación se llena de sonrisas entre lágrimas. Luis ha vuelto. Su conciencia, su cuerpo y su alma están regresando.
Más tarde, entra el doctor Herrera. El ambiente se relaja, pero el profesional mantiene un tono claro:
—Nada de volver al trabajo todavía, Luis. Su cuerpo necesita tiempo. Saltarse etapas puede ser muy peligroso.
Luz asiente rápidamente, tomándole la mano como quien no piensa soltarla jamás. El doctor le explica que una cirugía cerebral es delicada, y que, aunque su progreso es admirable, la recuperación debe ser gradual y constante.
Luis, impresionado, pregunta:
—¿Tan cerca estuve de… no volver?
Y Luz, conteniendo el llanto, le responde con ternura:
—Sí. Pero gracias a la intervención del doctor, estás aquí.
Luis gira la cabeza hacia él, con los ojos llenos de gratitud.
—Gracias, doctor. De corazón.
El médico, algo incómodo por el elogio, baja la mirada.
—Solo intento hacer mi trabajo lo mejor que puedo… aunque últimamente siento que me saboteo a mí mismo.
Luz, que lo conoce bien, interviene:
—Sé que ha sido difícil… Sé que tuvo que volver a usar letter cuando estaba luchando por dejarlo.
El doctor asiente, avergonzado.
—Es una vergüenza como médico… recaer justo cuando había decidido dejarlo atrás.
Pero Luz, con esa compasión que tanto la define, le dice con dulzura:
—Usted también va a salir adelante. Y pronto celebraremos dos recuperaciones, no solo una.
El doctor, conmovido, se queda en silencio unos segundos… y entonces le hace una propuesta que la deja sin palabras:
—Luz… necesito que me reemplace en el dispensario mientras yo me recupero. Confío en usted.
Ella lo mira, entre sorpresa y emoción. Volver a ese lugar implicaría enfrentar su propio pasado, abrir heridas que aún duelen. Pero también podría ser el comienzo de algo nuevo.
¿Aceptará el reto?
¿Tendrá la fuerza para volver?
¿Podrá el doctor vencer su adicción y volver a ser el gran médico que fue?
¿Y Luis? ¿Está realmente fuera de peligro, o esta es solo la primera batalla ganada?
El capítulo termina con muchas preguntas al aire y una habitación llena de esperanza. Luis ha regresado, y con él, la posibilidad de una nueva vida. Una vez más, el amor ha sido más fuerte que la muerte.