El amanecer tiñó los muros de La Promesa de un gris funesto, como si la misma casa presintiera que la verdad estaba por estallar. Y así fue. Con paso decidido y mirada acerada, el sargento Burdina irrumpió en el salón principal del palacio y lanzó una sentencia que cambiaría todo para siempre:
“Jacobo Luján, quedas arrestado por atentado contra la vida de Curro Luján.”
El silencio que siguió fue sepulcral. Criados y nobles, atrapados entre el asombro y el horror, presenciaban cómo el peso de la justicia comenzaba a caer, tras semanas de sospechas, intrigas y traiciones ocultas en los rincones más oscuros del palacio.
Curro, aún convaleciente y marcado por la traición, alzaba la voz de quienes fueron silenciados: su caída no fue un accidente. Fue un intento de asesinato cuidadosamente planeado. Y no descansaría hasta que se hiciera justicia, por él y por su hermana Yana.
Pía y Lope, conscientes del peligro que corrían, habían comenzado su propia cruzada silenciosa. Sabían que las verdaderas amenazas venían desde dentro: desde Lorenzo, con su odio visceral hacia Curro; desde Leocadia, que tejía sus redes en la sombra; y desde Jacobo, cuyo desprecio hacia todo lo que escapara a su control crecía cada día.
Mientras en la cocina se gestaban alianzas discretas entre los criados, en las habitaciones nobles se cocinaban venganzas más peligrosas. Leocadia, impasible ante el avance de la investigación, ocultaba un secreto que, de ser revelado, podría hundirla para siempre. En una conversación privada con Lorenzo, dejó claro que su ambición no conoce límites. “Yo actúo cuando nadie mira”, le dijo. Su perfume llenaba el aire, pero lo que realmente flotaba era la amenaza de una verdad que aún no había salido a la luz.
El sargento Burdina no tardó en actuar. Su inspección minuciosa del establo y el cobertizo reveló la prueba definitiva: una navaja con restos de sabotaje, escondida detrás de un barril. No quedaban dudas. Y con esa evidencia en mano, volvió al salón, donde todos los protagonistas del drama estaban reunidos, tensos, expectantes.
“Ya sé quién quiso matar a Curro”, dijo Burdina con voz firme. Los corazones se paralizaron. Las miradas se cruzaron. Y cuando sus ojos se posaron en Jacobo, el silencio se convirtió en explosión.
“Jacobo Luján, estás detenido.”
Martina, devastada, imploró que no fuera cierto. Pero Jacobo, con los ojos clavados en ella y sin oponer resistencia, solo susurró: “Algún día lo entenderás”.
Mientras lo escoltaban fuera del palacio, un eco de justicia resonaba por los pasillos. Las paredes que durante tanto tiempo ocultaron mentiras, ahora temblaban ante la verdad. Leocadia, desde su balcón, observaba la escena. No mostró emoción, pero sus ojos revelaban algo más inquietante:
“La casa empieza a desmoronarse… y esto solo es el comienzo.”
La caída de Jacobo no es el final, sino el primer capítulo de una cacería que amenaza con destapar los secretos más oscuros de La Promesa. ¿Quién será el próximo en caer?