En el capítulo 320 de Sueños de libertad, la trama da un giro tan oscuro como revelador, sumergiéndonos en una conversación cargada de tensión, sospechas y acusaciones directas que podrían reescribir todo lo que creíamos saber sobre la muerte de Jesús. Esta vez, los focos apuntan a lo más alto de la familia De la Reina, con un Damián más determinado que nunca a descubrir la verdad… aunque eso implique señalar a los suyos.

La escena comienza con una atmósfera densa: don Damián de la Reina se reúne en privado con el sargento Pontón. Ya no puede más con el peso de las sospechas y decide compartir lo que considera una pieza clave en la muerte de su hijo Jesús. No es una suposición liviana ni una intuición pasajera: es una acusación directa. Y tiene nombres.

Damián arranca la conversación afirmando que todo empezó cuando Jesús descubrió una trama interna para desestabilizar la empresa familiar. Habla con voz grave, pero controlada. Está convencido de que su hijo no se suicidó, como se quiso hacer creer. Jesús estaba investigando algo grande, algo que amenazaba el equilibrio de poder en la familia. Una traición que, de salir a la luz, habría tumbado reputaciones y cambiado por completo el tablero empresarial.

Pontón, siempre cauteloso, le pide pruebas. Quiere saber cómo conecta ese complot con la muerte de Jesús. Damián entonces revela una información delicada: alguien pagó a un exempleado, Ricardo Gorriz, para manipular a los trabajadores y provocar una crisis. Él asegura tener una copia de un giro bancario sospechoso, una suma de dinero que Gorriz nunca podría haber conseguido por sus propios medios. El giro fue enviado a su hermana, y el origen de esos fondos es, cuanto menos, dudoso.

Pero Pontón no está satisfecho. Sigue esperando la conexión directa con el fallecimiento de Jesús. Y es en ese momento cuando Damián lanza la acusación más contundente: Pedro Carpena, el hombre que ahora ostenta el poder como director de la empresa, fue quien orquestó todo. Según Damián, Pedro fue el gran beneficiado de esta intriga. Y Jesús lo sabía. Estaba investigando demasiado cerca de la verdad, y por eso, Damián cree que tuvo que ser silenciado.

La hipótesis que plantea es devastadora. Jesús no se quitó la vida. Jesús fue asesinado. No por un enemigo externo, sino por alguien de su entorno. Alguien con acceso, con razones, y con mucho que perder si se destapaban sus maniobras. Damián recuerda que su hijo estaba ilusionado con mudarse a París junto a su hija. Estaba rehaciendo su vida. No tenía el perfil de alguien al borde del suicidio.

Pontón trata de mantener la objetividad. Es su deber. Pero Damián no se detiene. Insiste en que Pedro usó malas artes para alcanzar el poder. Que Gorriz fue solo su cómplice. Que si la verdad se hubiera descubierto, Pedro habría perdido no solo su reputación, sino también a Digna, con quien estaba a punto de casarse. Digna, la madre del anterior director forzado a dimitir. Damián pinta un cuadro claro: Pedro necesitaba que Jesús desapareciera. Era el único obstáculo entre él y su consolidación total.

El relato alcanza su punto álgido cuando Damián añade otro dato explosivo: acusa a Pedro de haber denunciado a su nuera, Begoña, para desviar la atención. Un movimiento calculado para apartar las miradas de sí mismo justo cuando la presión comenzaba a asfixiarlo.

Pontón escucha sin interrumpir, procesando cada palabra. Pero cuando Damián insiste en que fue Pedro quien llamó para incriminar a Begoña, el sargento revela una pieza de información que sacude la teoría entera: la llamada anónima fue hecha por una mujer.

Este giro cambia radicalmente el panorama. Aunque Pontón admite que cabe la posibilidad de que Jesús haya sido asesinado, también señala otra opción muy plausible y perturbadora: que haya sido su propia familia, en concreto Begoña Montes, tal vez con la ayuda de su otro hijo, Andrés.

La escena concluye con un Damián más solo que nunca en su cruzada. Está convencido de lo que dice, pero no logra convencer. El peso de la duda ahora se reparte entre varias figuras cercanas, y lo que parecía una acusación cerrada contra Pedro se diluye en una red aún más enmarañada de intereses, venganzas y silencios.

Mientras tanto, en otro rincón del pueblo, Marta y Fina conversan. Marta, cada vez más perturbada por las noticias que se van filtrando desde la casa De la Reina, comienza a sospechar que todo lo que rodea a Pedro está manchado. Fina, por el contrario, aún se aferra a la idea de que Pedro puede ser frío, pero no asesino. Lo importante, para ella, es que Digna sea feliz. Marta no puede evitar estremecerse al pensar que esa felicidad podría estar construida sobre la tumba de Jesús.

El capítulo 320 es, sin duda, uno de los más oscuros y reveladores de Sueños de libertad. Por primera vez, se verbaliza con claridad que Jesús pudo haber sido asesinado, no por un enemigo distante, sino por alguien dentro de su propia familia. Ya no se trata solo de poder, de ambición o de herencias: se trata de vidas arrasadas por el miedo a la verdad. Y esa verdad, ahora más que nunca, está a punto de estallar.