En el episodio 288 de Sueños de libertad, el corazón del pueblo late más fuerte que nunca cuando Fina y Carmen se sientan a hablar con franqueza y ternura sobre el grupo de jóvenes vendedoras que recientemente han comenzado a trabajar puerta a puerta. Fina está visiblemente preocupada: las chicas se sienten avergonzadas y desmoralizadas tras el sermón de don Agustín, el cura del pueblo, quien les hizo creer que su actividad laboral era casi un pecado.
Carmen, intentando aligerar el ambiente, admite que el sermón fue tan severo que casi parecía que el cura las condenaba al infierno en vida. Sin embargo, Fina no deja pasar la oportunidad para señalar algo importante: no todas las mujeres tienen su fortaleza, y muchas de estas chicas dudan de sí mismas y de lo que hacen, más aún tras enfrentarse al juicio social y religioso.
Con sensibilidad y claridad, Fina sugiere que Carmen podría hablar con ellas, tranquilizarlas y recordarles que lo que hacen es digno, honesto y necesario. Carmen, tocada por las palabras de su amiga, accede con gusto y relata algunas de las duras realidades que enfrentan las jóvenes: Dorita, embarazada y endeudada, Marcelina, con un marido enfermo, Raquel y Estefanía, también atrapadas en circunstancias difíciles. Trabajar no es una elección frívola para ellas, sino una cuestión de supervivencia.
Justo en ese momento, aparece Marta, y la conversación se torna aún más poderosa. Carmen no tarda en contarle la postura de don Agustín: que es indecente que mujeres vayan de casa en casa, que eso puede llevar al pecado. Marta escucha atentamente, pero lejos de escandalizarse, responde con fuego y humor. Con mirada firme, asegura que el cura vive anclado en el pasado y bromea diciendo que pronto lo veremos en el púlpito exigiendo que todos volvamos a las cavernas… pero con taparrabos para no pecar.
Sin perder la seriedad del tema, Marta declara su apoyo total al proyecto de ventas, y afirma que esto va mucho más allá de vender perfumes. Es una lucha por la libertad, por el derecho de cada mujer a construir su propio destino. Con convicción, les pide a Fina y Carmen que sigan siendo un referente para las chicas y promete encargarse personalmente de don Agustín.
Y en ese instante, ocurre lo más bello del capítulo: Fina mira a Marta con una mezcla de ternura, orgullo y admiración. No hace falta que diga una palabra. Su expresión lo dice todo: está profundamente orgullosa de su esposa, de su valentía, de su capacidad para defender lo justo con elegancia y fuerza. En un mundo que muchas veces intenta silenciar a las mujeres, Marta levanta la voz… y Fina, simplemente, sonríe.