Este jueves, Sueños de Libertad nos lleva a un momento tranquilo, pero cargado de emociones, entre Andrés y María en el capítulo 362. La escena se desarrolla de manera íntima y nostálgica, mostrándonos a dos personajes que alguna vez compartieron una vida, pero ahora se encuentran distantes, atrapados entre el amor del pasado y las heridas del presente.

Todo comienza cuando Andrés entra en la habitación y encuentra a María ya acostada. La luz suave de la tarde entra por la ventana mientras ella, con naturalidad, le pregunta cómo fue el paseo a caballo con Julia. Andrés, orgulloso, le cuenta que la niña lo disfrutó mucho, especialmente las fuentes y el encuentro con el potrillo recién nacido en las caballerizas. La emoción de Julia por esas pequeñas maravillas se refleja en su rostro, y es claro que el tiempo juntos significó mucho para él también.

María, siempre atenta, le pregunta si Julia pudo darle de comer al potrillo, y Andrés, con una sonrisa, le asegura que la niña estuvo tranquila y lo hizo muy bien. Ambos comparten una conversación llena de ternura, y María, con un suspiro, comenta lo mucho que le gusta ver a Julia montando a caballo, prediciendo que llegará a ser toda una campeona. Pero la conversación toma un giro agridulce cuando ella menciona que es una lástima que su padre, Jesús, no pueda ver a Julia crecer.

Este comentario, lleno de dolor y nostalgia, es seguido por una reflexión de María sobre lo afortunada que es Julia de tener a Andrés a su lado, alguien que se preocupa sinceramente por ella. Andrés, con la voz suave, confirma que sí, que es cierto, y le revela que necesitaba ese tiempo con Julia porque la había echado de menos.

María, mirando con tristeza la distancia que parece crecer entre ellos, confiesa que le hubiera gustado acompañarlos en el paseo, pero su estado físico no se lo permitió. Andrés, con un tono conciliador, le propone hacer algo más sencillo juntos otro día. Es en este momento cuando la conversación se torna más personal. María, al recordar lo mucho que disfrutaba montar a caballo, menciona una excursión que hicieron al río Ara, un recuerdo que ambos comparten con una sonrisa y una risa cómplice. La imagen de Andrés guiándola de regreso bajo las estrellas se convierte en una metáfora de su relación, donde, alguna vez, él siempre estuvo ahí para cuidarla.

Con el aire cargado de melancolía, María le dice a Andrés que siempre la cuidaba, que se sentía segura con él, y que echa de menos aquellos días. Luego, con voz suave y temerosa, le pregunta si él también los extraña. Andrés, mirando a los ojos de María, le responde con firmeza, pero suavidad: no cree que eso sea posible, porque ambos se han hecho mucho daño y esas heridas no se olvidan fácilmente.

María, con la esperanza renovada, le pide que la ayude a olvidar, que está segura de que pueden recuperar lo que tuvieron. Se acerca lentamente a él, y con una ternura inconfundible, lo besa, buscando reavivar la llama del amor perdido. Pero Andrés, aunque visiblemente conmovido, no responde con el mismo entusiasmo. Con delicadeza, se aleja, diciéndole que va a leer en el distribuidor para no molestarla. María, atónita por el rechazo, le ofrece que lea en su habitación, pero Andrés, amablemente, rechaza la oferta y se marcha.

El silencio que queda en la habitación es pesado, y María se queda allí, sola, con una mezcla de tristeza, rechazo y una chispa de esperanza. La escena refleja una relación marcada por los recuerdos, pero también por las cicatrices del pasado que no pueden ser ignoradas. Andrés y María, dos personas que alguna vez se amaron profundamente, ahora viven en mundos diferentes, entrelazados por el pasado, pero separados por las decisiones que tomaron.

Este capítulo, lleno de complejidad emocional, nos recuerda que el amor no siempre es suficiente para sanar las heridas del pasado. La pregunta que queda en el aire es si, después de tanto sufrimiento, existe alguna posibilidad de que puedan encontrar la felicidad nuevamente juntos. Solo el tiempo lo dirá.