El inesperado reencuentro entre Darío y Pelayo trae consigo más preguntas que respuestas. Después de mucho tiempo sin verse, Darío se sorprende al descubrir que Pelayo está casado, pero algo no encaja. Su instinto no falla: el matrimonio es solo una farsa, un acuerdo que le permite a Pelayo llevar una vida tranquila sin levantar sospechas.
Lo más impactante es que Marta, la esposa de Pelayo, está al tanto de todo. De hecho, ella misma parece tener sus propios motivos para haber aceptado este matrimonio de conveniencia. Darío, siempre impulsivo, empieza a unir las piezas y pronto se da cuenta de que hay alguien más en esta ecuación. Marta no se casó por amor ni por interés, sino para poder estar con otra mujer, alguien que Darío ya sospecha.
Cuando Pelayo intenta evadir el tema, Darío lo reta con una pregunta directa y cargada de significado: Si Marta ha hecho esto para seguir con Fina, ¿por qué él no puede hacer lo mismo y estar con quien realmente quiere? Pelayo, incómodo, evita responder y se marcha, dejando a Darío solo con un frasco de perfume, el mismo que Marta eligió para-Pelayo.
El aroma que flota en el aire parece confirmar lo que las palabras no dijeron. Pelayo se aleja con la verdad a cuesta, mientras Darío se queda con una certeza inquebrantable: en este juego de apariencias, todos están atrapados en sus propios sueños de libertad.