En una conversación cargada de emociones y de decisiones difíciles, Begoña y Gabriel se enfrentan a uno de los momentos más delicados de su incipiente relación. La escena comienza con cortesías y gestos amables que pronto dan paso a una charla honesta y compleja. Gabriel, impaciente por avanzar, desea que Begoña lo acompañe a la próxima fiesta del casino, un evento que, a sus ojos, podría representar una manera de oficializar su vínculo. Sin embargo, para Begoña las prioridades son otras.
Aunque admite que le encantaría ir con él, Begoña rechaza la invitación. Su negativa no es por falta de afecto, sino por una preocupación muy clara: su hija Julia. La joven aún se encuentra en un proceso de duelo tras la muerte de su padre, Andrés, y Begoña quiere protegerla de cualquier impacto emocional. Gabriel intenta relativizar la situación, diciendo que Julia ni siquiera tiene que enterarse, y que asistir a una fiesta no tiene por qué desencadenar mayores consecuencias. Pero Begoña lo interrumpe con firmeza y lo invita a sentarse: quiere explicarle por qué no puede decir que sí.
Con tono sereno pero firme, Begoña expone la realidad: viven en una colonia muy pequeña donde los rumores y los juicios sociales se esparcen con rapidez. Si alguien viera a Gabriel y Begoña juntos en un evento tan público, es probable que hicieran comentarios frente a Julia. Y ese es un riesgo que Begoña no está dispuesta a asumir. Gabriel no se rinde e insiste en que, si eso sucediera, simplemente tendría que explicarle a la niña lo que realmente ocurre. Porque, según él, algo está pasando entre ellos.
Begoña, con una mezcla de timidez y sinceridad, confirma que es cierto: algo muy real está naciendo entre los dos. Pero no por eso va a exponerse o actuar con ligereza. Insiste en que, aunque sus sentimientos sean verdaderos, la muerte de Andrés es reciente y no cree que sea el momento adecuado para empezar una relación a la vista de todos. Quiere llevar lo que tienen con la mayor discreción posible.
Entonces Gabriel pregunta directamente: “¿Julia es el único motivo por el que no quieres ir?” Deja entrever que quizás Andrés también pesa en su decisión. Pero Begoña es tajante: no, Andrés no tiene nada que ver con esto. Su negativa tiene que ver exclusivamente con la necesidad de proteger emocionalmente a su hija. En ese instante, el ambiente se suaviza. Gabriel, comprendiendo el trasfondo de la negativa, acepta con madurez la decisión de Begoña y le pide disculpas por haber insistido.
Parece que la conversación va a terminar ahí, cuando Begoña lo detiene. Tiene un favor que pedirle, pero no para ella: es para Remedios, una de las trabajadoras de la fábrica que Gabriel conoció ese mismo día. Remedios tiene una hija que abrirá un negocio en París y necesita asesoría legal. Begoña pregunta si él podría ayudarla. Sin pensarlo dos veces, Gabriel accede. Le dice que, por supuesto, lo hará encantado.
Este momento, breve pero significativo, revela otra cara de Gabriel: la del hombre generoso y dispuesto a ayudar. También evidencia el respeto mutuo entre ambos, incluso cuando no están en sintonía respecto al ritmo que debe tomar su relación. A lo largo del diálogo, se percibe que aunque sus deseos y tiempos no coinciden, los dos saben comunicarse desde la comprensión.
El contraste entre el impulso romántico de Gabriel y la cautela protectora de Begoña marca un punto central en esta escena. Ella, como madre, no se deja llevar por el corazón a costa de lo que considera importante para su hija. Él, como pretendiente, respeta esa decisión y da un paso atrás sin resentimientos. La química entre ambos sigue latiendo, pero se mantiene contenida, resguardada por la prudencia.
Además, la propuesta de Begoña de ayudar a otra persona en medio de una conversación personal también deja en claro que no pierde de vista lo que ocurre a su alrededor. Para ella, cuidar a los demás forma parte de su esencia. Y que Gabriel responda con buena disposición termina sellando esta escena con un toque de esperanza: aunque su amor todavía debe esconderse en las sombras, el respeto y el cariño mutuo crecen con fuerza.
La escena finaliza sin grandes gestos románticos ni promesas arrebatadas, pero con algo más poderoso: la consolidación de una relación que, aunque no pueda mostrarse aún al mundo, se construye sobre una base sólida de comprensión, respeto y empatía. El futuro para Begoña y Gabriel es incierto, pero si continúan caminando juntos con este tipo de complicidad emocional, es posible que algún día puedan vivir su historia de amor a plena luz del día.