En La Promesa, el palacio de los Luján vuelve a convertirse en el epicentro de un escándalo que sacudirá los cimientos de la aristocracia y del corazón de sus personajes. Cuando todos los ojos están puestos en la boda secreta entre Adriano y Catalina, una nueva bomba emocional está a punto de explotar… ¡y tiene nombre propio: Cruz Ezquerdo!
Mientras Catalina y Adriano ultiman con complicidad y esperanza los detalles de su enlace clandestino, lejos de las miradas inquisidoras de Leocadia, Petra o incluso del propio rey, nadie imagina que otro secreto —aún más profundo y perturbador— está a punto de salir a la luz. Y ese secreto tiene que ver directamente con el pasado oculto de doña Cruz. Porque sí, amigas y amigos: la marquesa tiene un hijo del que nadie sabía… ¡y ha vivido bajo sus narices todo este tiempo!
Todo comienza cuando Catalina, desconfiada por las crecientes tensiones con Leocadia, decide rebuscar entre los antiguos documentos guardados en la biblioteca familiar. Lo que descubre la deja sin aliento: una carta fechada hace más de veinte años, escrita por Cruz y dirigida a una tal Rosalía, una doncella que trabajaba en la casa y fue misteriosamente enviada al extranjero. En la carta, Cruz suplica a Rosalía que cuide de un bebé varón, fruto de una relación secreta con un hombre cuya identidad ha sido siempre un misterio. La frase final estremece: “Protégelo como si fuera tuyo, porque nadie puede saber que es mi hijo.”
Impactada, Catalina comparte la carta con Simona, quien no puede evitar recordar a un joven que llegó al palacio hace algunos años, huérfano, educado, pero siempre mantenido en la sombra. No tarda en encajar las piezas: ese joven no era otro que… Lorenzo, el criado silencioso que nunca conoció a su madre.
Simona, con el corazón en un puño, decide enfrentarse a Cruz. La marquesa, fría y calculadora como siempre, niega todo. Pero en un descuido, deja escapar una mirada de terror que la delata. La verdad está fuera de su control. Lorenzo es su hijo, y su mayor miedo siempre fue que alguien lo descubriera. No por vergüenza —sino por poder. Porque si Lorenzo reclamara su lugar, toda la herencia de los Luján podría verse en peligro.
Pero la revelación no termina ahí. Lo más doloroso para Cruz no es que el secreto haya salido a la luz, sino que Lorenzo lo descubre por sí mismo. En una conversación fortuita con Catalina, ve la carta con su nombre en la firma final de Rosalía. Con el alma rota, se encierra en su habitación. ¿Cómo aceptar que su madre biológica ha vivido a metros de él y nunca le dirigió una palabra de cariño?
A medida que la noticia corre como pólvora entre los muros del palacio, Leocadia aprovecha la ocasión para humillar a Cruz públicamente. “¡Tanta moral, tanta disciplina, y resulta que eras tú la que escondía un bastardo en casa!”, exclama, con una sonrisa venenosa. Los criados cuchichean, los nobles se escandalizan, y por primera vez en mucho tiempo, la poderosa marquesa se tambalea.
Mientras tanto, la boda de Catalina y Adriano también se encuentra en peligro. Petra, siempre vigilante, informa a Leocadia del plan de fuga de los amantes. Leocadia, sin perder un segundo, organiza una patrulla para interceptarlos en el camino hacia el hangar. Pero lo que no sabe es que Manuel ha preparado un desvío alternativo. Padre Rómulo espera en una pequeña capilla en ruinas fuera del bosque, donde finalmente Catalina y Adriano podrán sellar su promesa de amor.
A pesar del caos, Catalina logra reunir a los testigos: Simona, Manuel, incluso Miro. Todos acuden con una mezcla de nerviosismo y esperanza. Es un acto de desafío, de libertad y de justicia emocional. Porque ya no es solo amor lo que une a los novios, sino el deseo de escapar de un sistema podrido de secretos, jerarquías y manipulación.
¿Y Cruz? Derrotada, aislada y enfrentada a su pasado, se encuentra por primera vez sin armas. Pero esta mujer, forjada en el fuego de la ambición, no se rinde fácilmente. A solas, jura recuperar su lugar y alejar a Lorenzo, cueste lo que cueste. “Si no puedo negarlo, lo haré desaparecer”, susurra frente al retrato de su difunto esposo. El espectador entiende en ese momento: la guerra apenas comienza.
Conclusión:
En La Promesa, el amor sigue intentando florecer entre ruinas de mentiras. Catalina y Adriano luchan por su felicidad mientras el pasado de Cruz amenaza con desmoronar el legado de los Luján. ¿Podrá el amor triunfar esta vez? ¿O los secretos enterrados terminarán arrastrándolos a todos al abismo?