Cuando una lujosa caja llegó sin previo aviso a La Promesa, Adriano creyó ver un gesto de reconciliación por parte de Lisandro: plata antigua, vestiduras fastuosas y cubiertos con el escudo de los Luján. Pero pronto descubrió que el verdadero contenido era una advertencia disfrazada de generosidad. Un error heráldico revelaba la falsedad del gesto, despertando las sospechas de Adriano sobre una posible jugada encubierta para socavar a su familia desde dentro.
La desconfianza crece a medida que Lisandro comienza a mostrarse más presente, amable y hasta afectuoso con los gemelos, nietos que antes despreciaba. Para Adriano, el cambio no es más que una máscara tras la cual se esconde una ambición más oscura: controlar el linaje familiar manipulando la sucesión y eliminando lo que considera una mancha en la sangre noble.
Catalina, aunque inicialmente duda, acaba viendo la verdad en los ojos de su esposo. Decide unirse al juego con astucia y disimula una aceptación pública del regalo durante una cena, ganando la confianza del duque. Pero bajo su sonrisa se esconde un plan: observar, infiltrarse y actuar desde adentro.
La tensión escala cuando Adriano, en un pasillo del ala este, escucha una conversación entre Lisandro y Curro que lo cambia todo. El duque humilla al joven con desprecio brutal, lo amenaza con el mismo destino trágico que sufrió Eugenia y deja entrever que fue responsable de su caída. Adriano presencia esta amenaza y comprende que ya no se trata solo de herencia o control: Lisandro es un peligro real, incluso un asesino.
Curro, aunque herido, se enfrenta al duque con dignidad, y Adriano lo encuentra luego, devastado. Le confiesa que escuchó todo. Ya no hay dudas, solo certezas. Y con ellas, la determinación de pasar al contraataque. Porque lo que comenzó como un regalo, ha desenmascarado al verdadero monstruo que acechaba desde dentro de los muros de La Promesa.
La guerra ha comenzado. No con espadas, sino con silencios, astucias y verdades a punto de salir a la luz.