En los próximos episodios de La Promesa, seremos testigos de uno de los momentos más tensos y reveladores para María, quien, después de haber estado aislada y abatida tras su accidente, finalmente decide salir a tomar el aire en el jardín. Este gesto, que debería ser un signo de esperanza y recuperación, se transforma rápidamente en un cruce de acusaciones y en un intento encubierto de apartarla del hogar familiar.
La escena comienza con una conversación aparentemente cordial. La otra parte —sin nombrarse explícitamente, aunque todo indica que se trata de una mujer de carácter fuerte, posiblemente Marta— muestra satisfacción al ver a María fuera de su habitación. Le dice que es una buena señal, que poco a poco irá adaptándose a su nueva realidad. Pero lo que podría haber sido un acercamiento humano y empático, se transforma rápidamente en un reproche disfrazado de preocupación.
María, aún dolida y con heridas abiertas que van más allá de lo físico, le lanza una dura frase: “Tendrá que acostumbrarse a vivir conmigo en esta casa, tanto como quiso echarme”. Estas palabras hacen evidente que ella no ha olvidado el rechazo ni las presiones que sufrió por parte de la familia antes del accidente. La interlocutora, sin mostrar mayor remordimiento, responde con frialdad: “Reconocerás que te lo estabas buscando”.
María, sorprendida, esperaba una disculpa o al menos un gesto de arrepentimiento. En su lugar, recibe indiferencia. Aún frente a una mujer en silla de ruedas, la frialdad prevalece. Le aseguran que no tienen la culpa de lo sucedido, aunque María insiste en que el accidente fue una consecuencia directa del acoso sistemático que sufrió en esa casa.
Luego, la conversación toma un giro aún más inquietante. Le dicen a María que todos están haciendo lo posible para facilitarle la vida… y que ella debería hacer lo mismo con Andrés. Se menciona que Andrés ha dejado de asistir a una reunión importante en la fábrica para quedarse con ella, lo que —según su interlocutora— no es sostenible. De forma implícita, se sugiere que María está siendo una carga.
Ante este argumento, María responde con una pregunta directa y desgarradora: “¿Qué hay más importante que cuidar a su mujer en silla de ruedas?”. Ella se siente vulnerable, dependiente y traicionada, y no duda en remarcar que no puede valerse por sí misma. Esta afirmación no genera compasión, sino que abre la puerta a una propuesta aún más dura: internarla temporalmente en un sanatorio.
Aparentemente planteada como una opción razonable, la idea es enviar a María a una residencia médica especializada donde pueda recibir cuidados intensivos, rehabilitación y apoyo profesional durante todo el día. Pero para María, esto no es más que una forma elegante de deshacerse de ella.
La propuesta, aunque envuelta en buenos modales, no puede ocultar su trasfondo: alejarla del hogar familiar, reducir la responsabilidad de Andrés y devolver la normalidad a la vida del resto, sin importar el daño emocional que esto pueda causar. María lo percibe claramente y no tarda en enfrentarse: “Esto es peor que no poder andar”, le dice con lágrimas en los ojos.
Ella teme que, si acepta ingresar en una clínica, jamás regresará a su hogar. Su intuición le grita que no se trata de una sugerencia inocente, sino de una trampa cuidadosamente diseñada para sacarla del medio. Aunque la otra parte insiste en que es “solo por un par de meses”, que se trata de un proceso para recuperar su autonomía, María no está dispuesta a ceder.

Peor aún, le piden que lo haga pensando en Andrés, para que él pueda recuperar algo de libertad. Le dicen que sería una forma de “descargarlo”, que él podría estar más tranquilo si ella estuviera bien cuidada en otro lugar. Pero María lo interpreta como lo que realmente es: una forma de deshacerse de su presencia, un intento de aislarla mientras el resto de la familia sigue con su vida.
Con firmeza y dignidad, María se niega. Le exige que se vaya de inmediato. La sola idea de que estén planeando alejarla en nombre de su bienestar le resulta insoportable. Dice que esto es peor que no poder caminar, porque la deja completamente sola, invisible, y con la sospecha constante de estar siendo apartada por quienes deberían cuidarla.
En sus propias palabras, María lo resume todo: “No voy a permitir que me mande a un sanatorio diciendo que es por mi bien”. Con esta frase final, no solo pone límites, sino que demuestra que, a pesar de su fragilidad física, su espíritu sigue intacto, luchando por su lugar en una casa que nunca le fue del todo amable.
Estos próximos capítulos traerán una carga emocional profunda, donde los temas de la dependencia, la dignidad, la manipulación y la culpa se entrelazan en una trama intensa. La evolución de María como personaje se vuelve central: no solo se enfrenta al reto de su recuperación física, sino también al desafío de defender su autonomía frente a una familia que ya ha intentado excluirla una vez.
La Promesa continúa explorando las complejidades de las relaciones humanas en situaciones límite, y nos obliga a preguntarnos: ¿hasta dónde llega el cuidado genuino y dónde comienza el abandono disfrazado de preocupación?