El capítulo 332 de Sueños de libertad nos sumerge en una mañana aparentemente apacible, pero marcada por gestos suaves, silencios cargados y una tensión subterránea que late bajo cada palabra. En la residencia familiar, Marta y Pelayo comparten un desayuno tranquilo, casi íntimo, en esa habitación que parece guardar secretos entre el aroma del café y la luz suave de la mañana.

Marta está de buen humor. Se nota que empieza a recuperar cierta estabilidad tras días complicados. Sonríe, comenta con calidez, y agradece a Pelayo su compañía. Él, siempre correcto, le dice que podría haberse quedado toda la mañana allí, disfrutando de ese momento de calma. Marta sonríe, tal vez sabiendo que esos momentos son contados.

Pero la calma se rompe con la llegada de Gabriel. El joven abogado entra con naturalidad, con ese aire entre relajado y diplomático que parece ensayado. Saluda, se disculpa por haberse levantado tarde y se sienta sin necesidad de invitación formal. Marta lo recibe con afecto contenido, invitándolo a compartir la mesa. Hay cortesía, sí, pero también observación mutua. Cada palabra dicha y cada gesto parecen estar bajo escrutinio.

Gabriel comenta que ha dormido muy bien, y Marta lo agradece sinceramente. Ella quiere que él se sienta cómodo, aunque algo en su lenguaje corporal insinúa que su mente está en otro sitio. Aun así, la conversación fluye, casi como en una familia que intenta acostumbrarse a la presencia del recién llegado.

Gabriel pregunta con educación por los planes del día. Marta dice que irá a la fábrica; su tono no es entusiasta, pero transmite responsabilidad. Pelayo menciona que tiene solo un par de reuniones, sin demasiadas complicaciones. Gabriel se suma a esa energía relajada, diciendo que su jornada será tranquila, con solo algunas llamadas que atender.

Pelayo, sin malicia pero con curiosidad, lanza una pregunta directa:
—¿Y estás trabajando en algún caso legal?

Gabriel sonríe, restándole importancia, y responde que no, que simplemente tiene que revisar unos contratos. Su tono es suave, casi despreocupado. Pero la respuesta deja a Marta pensativa. ¿Qué contratos? ¿Para quién? ¿Hasta qué punto está Gabriel involucrado en asuntos que podrían afectar a la familia o a la empresa?

Marta se adelanta entonces y, con su habitual tono de eficiencia empresarial, le ofrece su ayuda en caso de que necesite consejo o una segunda opinión. Gabriel agradece el gesto y aclara que trabaja con La Atlántica, una gran empresa local. La mención del nombre no pasa desapercibida. Marta no dice nada, pero sus ojos se endurecen levemente. Sabe que La Atlántica tiene intereses que podrían entrar en conflicto con los de Perfumerías de la Reina. Pelayo, intentando restarle peso a la conversación, propone dejar a Gabriel disfrutar del desayuno tranquilo.

Pero Gabriel, astuto, insiste en que le gusta la compañía. Hay algo en su forma de decirlo que suena auténtico… o demasiado calculado. Marta propone que aproveche su estancia para conocer Toledo. Le habla de sus encantos, su historia, sus calles. Gabriel no confirma si lo hará, pero se muestra interesado. Pelayo, con su eterna buena disposición, incluso le ofrece llevarlo, pero el joven abogado declina amablemente: prefiere explorar la casa.

Y ahí está el detalle. La casa. Esa estructura llena de recuerdos, de rincones que guardan secretos. ¿Qué busca exactamente Gabriel entre esas paredes?

La conversación toma un tono más personal cuando Pelayo menciona la importancia de la familia. Gabriel asiente, coincidiendo con él, aunque su respuesta suena más a una fórmula aprendida que a una emoción genuina. Marta, en cambio, baja la mirada por un instante, como si esa palabra –familia– le doliera un poco más de lo que debería.

Entonces, Pelayo cambia de tema y le pregunta a Marta a qué hora se levantó. La pregunta, sencilla en apariencia, desata una pequeña incomodidad. Marta responde, algo tensa, que no pudo dormir bien porque tenía una revisión médica pendiente. La tensión que se cuela en su voz no pasa desapercibida para nadie en la mesa. Gabriel la mira con interés, tal vez demasiado.

El desayuno continúa, pero el clima ha cambiado. La cortesía sigue presente, pero bajo ella palpita una inquietud. Es como si cada uno midiera cuidadosamente sus palabras, intentando no revelar demasiado, pero sabiendo que el otro también está jugando el mismo juego.

Marta se esfuerza por mantener el equilibrio. No quiere que Gabriel vea grietas en su seguridad, pero su mirada se escapa de vez en cuando, revelando que algo le preocupa. Pelayo lo nota, pero prefiere no presionar. Gabriel, en cambio, parece disfrutar del baile de palabras, del juego de poder silencioso. Está cómodo, demasiado cómodo para alguien que aún es un extraño en esa casa.

Y entonces llega la frase que marca el tono del episodio, dicha en un momento casual, pero cargada de doble sentido:
—¿Y estás preparando alguna defensa?

No está claro si Pelayo lo dice como una broma sobre la profesión de Gabriel o si hay algo más detrás de esas palabras. Marta lo mira con una chispa de suspicacia en los ojos. ¿Preparando una defensa para quién? ¿Para qué? ¿Hay algo que Gabriel sabe y los demás no?

El capítulo termina sin explosiones, sin grandes giros, pero con una tensión perfectamente tejida. La calma del desayuno se revela como una fachada. Detrás de las sonrisas y las frases amables hay preguntas sin responder, alianzas que se están formando o debilitando, y un nuevo jugador en el tablero cuya presencia, poco a poco, comienza a alterar el equilibrio de todos.

Gabriel ha llegado para quedarse, y aunque aún no ha mostrado todas sus cartas, Marta sabe que el juego ha comenzado.

Y tú, espectador… ¿también te preguntas si está preparando alguna defensa?